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Aferrado a una boya, José Luis Mancilla nadó y nadó hasta alcanzar la orilla de playa

Dramático relato del tripulante que logró sobrevivir al naufragio de lancha pesquera

Miércoles 3 de Agosto del 2022

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“Ese día (martes 19 de julio) íbamos a la pesca del erizo, cuando nos pescó

una racha de viento de costado muy fuerte, que nos dio vuelta”.

“Ya llevaba un día en ese lugar, completamente aislado. Así que en la tarde, cuando me iba a meter al hoyo donde había pasado la noche, miré al cielo y le pedí a Dios que pasara una lancha… Me aferré a Dios y a la vida, no podía hacer nada más”

“Nadé y nadé mucho. Pero en un rato ya no sentía mis piernas. Estaba con hipotermia y me sentía mareado”

 

 

Edmundo Rosinelli
[email protected]

Hace ocho años José Luis Mancilla Jipoulou se vino a vivir a Magallanes y en la pesca artesanal encontró el sustento económico que buscaba.

Dejó su natal Ancud, al igual como alguna vez lo hicieron antaño miles de chilotes que migraron a estas tierras australes en busca de mejores expectativas.

Todo iba relativamente bien para él hasta el pasado martes 19 de julio, cuando fue protagonista de un naufragio en el área del estrecho Nelson, a más de 200 kilómetros de distancia hacia el oeste de Puerto Natales, en la provincia de Ultima Esperanza. Una historia que afortunadamente sobrevivió para contarla. No así sus grandes amigos Hugo Núñez Cerda, conocido cariñosamente como “Comino” y César Soto.

El primero de los trabajadores de la pesca fue encontrado sin vida. Y en el velatorio, la madre, María Eugenia Cerda, dijo que a su hijo el mar siempre lo llamaba. Tuvo palabras de mucho amor para él, recordándolo como “una persona muy querida, alegre y admirada por muchos”.

El cuerpo del tercer tripulante, y quien ese día capitaneaba la lancha Chrisna, lamentablemente no apareció.

El momento de la tragedia

No es fácil para José Luis recordar los momentos previos al naufragio. Cuando vio por última vez con vida a sus amigos.

“Ese día (19 de julio) íbamos a la pesca del erizo, cuando nos pescó una racha de viento de costado muy fuerte, que nos dio vuelta”.

Alternativas para seguir con vida no eran muchas. Eran segundos y debían saltar al mar. Sí o sí.

Primero lo hizo César. “Le siguió Hugo y al final me lancé yo”, recordó Mancilla.

Fue Núñez quien se colocó un chaleco salvavidas y luego tomó una boya para cada uno de sus compañeros para que se arrojaran al mar.

Esta era la única esperanza que tenían de poder llegar nadando a la orilla de playa. La tarea era titánica. De los tres, el único que lo consiguió fue el inspirador de esta nota.

Nadar y nadar
para sobrevivir

José Luis nadó y nadó. Pero hacerlo bajo condiciones climáticas tan adversas y conseguir el objetivo fue realmente titánico.

En un momento, cuando pensó que no lo lograría decidió pasar la boya por una de sus manos y luego por el cuerpo. “Lo hice para que por último encontraran mi cuerpo, porque realmente ya no daba más”.

El cansancio y la hipotermia lo doblegaban. El oleaje lo hacían repensar todo. Sin embargo, la voz de su padre y el encomendarse a Dios fueron, remarca, el empujón que necesitaba para lograr la hazaña.

“Nadé y nadé mucho. Pero en un rato ya no sentía mis piernas. Estaba con hipotermia y me sentía mareado”.

El naufragio fue entre las cuatro y cinco de la tarde. Y no puede precisar la hora exacta, pero finalmente logró llegar a orilla de playa.

Llega la noche

En pleno invierno austral la oscuridad de la noche llega temprano.

En estas condiciones, todo mojado y sin tener nada que comer ni agua para beber, encontró un hoyo cerca de la orilla y ahí se metió. “Me tapé, por arriba y abajo, con ramas y así pasé la noche”.

“En un momento sentí como que me iba en el sueño, hasta que escuché clarita la voz de mi papá que me llamaba y ahí entré como a reaccionar”.

“Al día siguiente salí a caminar a la costa y en el recorrido encontré un bidón pequeño y un nylon que me coloqué en la cabeza y en la espalda. Llegué a un sector donde pensé en quedarme pero una tincada me hizo devolverme al sector donde había pasado la noche. Incluso la boya la había dejado amarrada, como una marca”.

Recuerda que el hambre lo hizo comer unas hojas que encontró, cochayuyo, mauchos y nieve.

“Me aferré a Dios y a la vida”

“Ya llevaba un día en ese lugar, completamente aislado. Así que en la tarde, cuando me iba a meter al hoyo donde había pasado la noche, primero miré al cielo y le pedí a Dios que pasara una lancha. Fue en esos momentos que me aferré a Dios y a la vida, no podía hacer nada más”.

Se acostó en el improvisado refugio y cuando empezaba a dormir, de repente escuchó el ruido de un motor de embarcación.

Salió y empezó a levantar las manos pidiendo desesperadamente auxilio. Incluso se acordó del bidón que había encontrado. Lo fue a buscar y moviendo los brazos de un lado para otro gritaba por ayuda.

“Pero la lancha no cambiaba de rumbo. Pensé en ese minuto que no me escuchaban y que se irían, hasta que de repente dan vuelta y ahí realmente se me volvió el alma al cuerpo”.

Era la tripulación de la lancha Papai, quienes lo auxiliaron, le prestaron ropa y le dieron de comer. “Después de como tres horas recién logré entrar en calor”, recordó Mancilla.

En esos momentos, los tripulantes de la lancha establecieron comunicación con la Armada a través de radio satelital, dando cuenta del hallazgo de uno de los tripulantes y la institución naval dispuso el traslado a la zona de una de sus naves para trasladar a Puerto Natales al único sobreviviente.

Lo único que por ahora anhela José Luis para cerrar este capítulo de su vida, es que apareciera el cuerpo del tercer tripulante, César Soto.