Proyecto La Letra Escondida. Mujeres creadoras en la literatura de Magallanes (1919-1987)
Víctor Hernández
Sociedad de Escritores de Magallanes
En la edición del pasado domingo 24 de abril anunciamos bajo el título de “Al rescate del Archivo del Escritor y del Libro Magallánico” el inicio de una iniciativa cultural que buscaba, en primer lugar, la recuperación de miles de documentos en papel. A través de un proceso de digitalización, se restauraron manuscritos, notas periodísticas, cartas y primeras ediciones de libros; afiches, estampillas, fotografías, postales y otros materiales iconográficos.
En aquella oportunidad dijimos que el Archivo del Escritor se había inaugurado y entregado a la comunidad puntarenense el 27 de octubre de 1982, durante la realización del Segundo Encuentro Nacional de Escritores de Magallanes. En él se resguardó una documentación ordenada alfabéticamente en alrededor de cien carpetas, que contenían información de todos los escritores regionales que publicaron al menos una obra en papel desde el tiempo en que Gabriela Mistral estuvo en el Territorio de Magallanes (1918-1920).
Dentro del casi centenar de expedientes, se rescataban veinte folios con nombres de escritoras: Rosa de Amarante, María Bargetto, Inés Bordes, Ana Rosa Díaz, Astrid Fugellie, Agata Gligo, Teresa Hamel, Dagny Haugen, Marina Latorre, María Angélica Miquel, Gabriela Mistral, María Asunción Requena, Patricia Stambuk, Pepita Turina, María Cristina Ursic, Maribel Valle, Helga Villagrán, Desenka Vukasovic, María Elena Vukovic. Se agregaban los nombres de la periodista Mody Kneft y una carpeta que reunía material de las llamadas escritoras emergentes: María Cecilia Cerda, María Neira, Juanita Sánchez, Maruja Scott y Alejandra Vidal Bracho.
Con la psicóloga y candidata a Magister en Patrimonio, Pía Ríos Rimenschneider, procedimos a reunir toda la información dispensada, clasificarla y ordenarla, para elaborar un marco teórico que nos ayudara a fundamentar nuestra propuesta de trabajo. En primer lugar, determinamos circunscribir el proceso de investigación a un período aproximado de setenta años, que comprendía desde la publicación del primer número de la revista Mireya, en mayo de 1919, hasta el 31 de octubre de 1987, fecha en que Ernesto Livacic Gazzano hizo entrega al Directorio de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) filial Magallanes, de los originales del futuro libro “Historia de la Literatura de Magallanes” para que la institución referida comenzara el proceso de edición e impresión del texto.
A continuación, los ejecutores de este proyecto procuraron una revisión bibliográfica que en lo medular, se concentraba en el análisis de cinco obras primordiales que nos acercaron a una primera interpretación de la historia literaria regional. En este sentido, la “Antología del Cuento Magallánico”, volumen preparado por el antiguo Centro de Escritores de Magallanes, fue un estudio señero de su tiempo, que incluyó una nota preliminar y una ficha biográfica de cada autor o autora, escrito por el profesor de castellano Julio Ramírez Fernández. Aquel texto fue auspiciado por la Ilustre Municipalidad de Magallanes y editado en los talleres del diario La Prensa Austral en octubre de 1952. Después recurrimos a la lectura de los dos compendios preparados por la Sech filial Magallanes en 1981: las Antologías Magallánicas, tomo 1 de poesía -primera selección del género lírico en la región-, y el tomo 2, de cuentos, ambos editados por la ahora Ilustre Municipalidad de Punta Arenas. Por último, nos concentramos en dos libros que se revelaron como fundamentales para nuestra investigación: la mencionada “Historia de la Literatura de Magallanes”, de Ernesto Livacic, título que finalmente, terminó de editarse en impresos Vanic, a fines de enero de 1989 y el “Aporte a la bibliografía literaria de Magallanes”, (1908-2018) de Eugenio Mimica Barassi, texto publicado en 2019 en los Cuadernos de la Academia Chilena de la Lengua.
A su vez, el Suplemento Literario que la Sech filial Magallanes editó el primer domingo de cada mes con el dominical El Magallanes entre el 6 de marzo de 1983 y el 2 de julio de 1989, se convirtió en un material de apoyo complementario indispensable, que nos permitió ampliar y profundizar el radio de la investigación.
Apenas iniciamos el trabajo, nos encontramos con una evidente contradicción entre los documentos que exhibía el primitivo Archivo del Escritor, con la información que extraíamos del libro de Ernesto Livacic. Como señalamos en párrafos precedentes, hallamos sólo veinte folios con documentación sobre escritoras que publicaron en el período circunscrito por nuestro estudio. Sin embargo, el texto de Livacic prácticamente triplica el número de autoras que editaron entre los años 1919-1987.
Ahora bien, ¿A qué se debe esta desprolijidad? Como sabemos, cuando se inauguró el Archivo del Escritor presidía la Sech filial Magallanes el profesor primario y poeta Marino Muñoz Lagos, en un directorio compuesto además por Eugenio Mimica, Osvaldo Wegmann y Silvestre Fugellie. Todas las opiniones que conocemos sobre aquellos escritores son categóricas al afirmar el alto nivel de idoneidad, responsabilidad y probidad que caracterizó a dicho grupo de dirigentes. Es probable entonces, que la amplia numeración de autoras que sostiene el libro de Livacic, se deba en parte, a que su publicación se realizó varios años más tarde. Otra hipótesis más fácil de verificar, es que el académico contó con numerosos equipos de trabajo que fueron aportando antecedentes históricos desconocidos por el directorio de la Sech filial Magallanes en 1982.
Las disquisiciones descritas anteriormente, formaron parte de las dificultades mismas de un proyecto de investigación de este tipo. Sin embargo, ello no explica por sí mismo la existencia de un Archivo del Escritor. ¿Cuándo se adoptó la decisión de conformar en un espacio definido y organizado, un depósito exclusivo para los literatos? ¿Quiénes fueron los creadores del primitivo Archivo del Escritor? ¿Por qué toda esa documentación se encuentra resguardada en el Museo Regional de Magallanes?
Estas interrogantes y otras, son necesarias explicarlas por cuanto, -nos consta- la mayoría de los escritores magallánicos desconocen la existencia de este llamado Archivo del Escritor, de su génesis, de su implementación. La dinámica cultural que envolvió a Magallanes en las décadas del cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado, con grandes descubrimientos arqueológicos y etnográficos; las actividades desplegadas en el austro por eminentes hombres y mujeres de ciencia; y la difusión de nuevas ideas por medio de la instalación de centros culturales: institutos extranjeros de cultura, fundación de la sede regional de la Universidad Técnica del Estado y de institutos profesionales de educación superior, el Instituto Nacional de Capacitación (Inacap), y el Departamento Universitario Obrero Campesino (Duoc); unido a la consolidación de organizaciones civiles dedicadas a la promoción de las iniciativas artísticas, científicas y culturales en Magallanes, como la Sociedad Coral de Magallanes, la Sociedad Pro Arte, el Centro de Estudios Patagónicos, el Círculo de la Prensa, la Sociedad Arqueológica, y el Centro de Escritores de Magallanes, dieron cuenta de la realidad que asumía la provincia en esos años.
En este sentido, y dentro de este contexto histórico, surgieron voces de intelectuales magallánicos que hicieron ver la necesidad de cuantificar, clasificar, reunir todo el trabajo creativo dispensado por hombres y mujeres del austro en un gran museo, con el propósito de preservar, y proyectar para las nuevas generaciones, la vida cultural de Magallanes.
El olvidado Museo
de la Patagonia
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, científicos de todo el mundo dirigieron sus investigaciones al estudio de la Patagonia y al conocimiento del continente antártico. No es difícil imaginar el porqué de aquel interés. De producirse una nueva conflagración bélica, la humanidad dispondría en la Antártica de un inmenso congelador natural para la conservación de alimentos. Además, el hecho de contener las mayores reservas de agua dulce del planeta, le confirió a la “Terra Australis Ignota” una preocupación inédita por parte del mundo científico.
En paralelo, una vez constituido el Instituto Indigenista Americano, creció la investigación en torno a los pueblos originarios en la Patagonia. Pionero en estos estudios fueron el sabio letón, Alejandro Lipschutz Friedmann (1883-1980) autor de las obras “Indoamericanismo y raza india” (1937) y “Cuatro conferencias sobre los indios fueguinos” (1950); Grete Mostny Glaser (1914-1991) con “Características físicas de los fueguinos” (1947), “Introducción a la antropología cultural” (1957); Annette Laming (1917-1977) “Por un nuevo enfoque de las sociedades prehistóricas” (1969); Junius Bird (1907-1982) “Arqueología de la Patagonia” (1943), “Alacalufes” (1946) y Joseph Emperaire (1912-1958) “Evolución demográfica de los indios alacalufes”, (1950); “Los nómades del mar” (1963).
Como señalamos, estos connotados científicos efectuaron sucesivas investigaciones sobre el poblamiento en la Patagonia y en Tierra del Fuego, cuyas publicaciones contribuyeron a aumentar el interés de la comunidad internacional, por la suerte del fin del mundo.
Un acontecimiento especial ocurrió en mayo de 1955. “El vespertino El Magallanes informaba de un hallazgo sensacional. Jesús Veiga Alonso, antiguo cónsul de España en Punta Arenas, aseguraba haber encontrado la ubicación exacta de los restos de la ciudad Rey Don Felipe, fundada por Pedro Sarmiento de Gamboa en marzo de 1584. El diplomático alegaba que las ruinas se hallaban en bahía Buena distante varias millas al norte de punta Santa Ana y el río San Juan, donde por espacio de casi cuatro siglos la ubicaron en los mapas.
Tres años después, Veiga Alonso, en compañía del escritor Osvaldo Wegmann y de los estudiantes Werner Landolt y Armando Sánchez, consiguieron entusiasmar al famoso etnólogo francés Joseph Emperaire para develar la incógnita planteada. El 12 marzo de 1958, se conoció la noticia -que tuvo impacto mundial-, que los aludidos investigadores habían exhumado los restos de seis esqueletos, y que luego, hallaban las paredes de una iglesia, de un hospital y de un camposanto.
Se había encontrado la ubicación exacta del mítico Puerto del Hambre, refutando de paso, todas las afirmaciones históricas anteriores. Las repercusiones de este acontecimiento no se hicieron esperar. Por de pronto, se crearon diversas instituciones locales como el Centro de Estudios del Hombre Austral, la Sociedad Arqueológica y el Centro de Estudios Patagónicos. En las Escuelas de Temporada de Invierno empezaron a incorporarse cursos sobre Antropología e historia de Magallanes.
Aparece Roque
Esteban Scarpa
El 2 de septiembre de 1964 se cumplió uno de las grandes aspiraciones de artistas y escritores magallánicos. Ese día se funda oficialmente la Casa de la Cultura. En los primeros meses, los creadores se juntaban en una sala arrendada al municipio por la Sociedad de Instrucción Popular. Sin embargo, en el invierno de 1966, el alcalde Carlos González Yaksic comunicaba la adquisición del Palacio Montes y su habilitación como sede de la Casa de la Cultura.
Como veremos, esta decisión fue clave para articular la materialización de un gran proyecto educativo y cultural concebido en Santiago por el académico magallánico Roque Esteban Scarpa, quien, a comienzos de 1967 fue nombrado por el Presidente de la República, Eduardo Frei Montalva, como director de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam).
Scarpa estrenó su cargo con un viaje a la zona que coincidió con el hallazgo de nuevas osamentas en Rey Don Felipe, que acaparó la atención de la prensa internacional. Por esos mismos días, se realizaba en Viña del Mar la exposición industrial denominada “Presencia de Magallanes”, con decenas de stands promoviendo actividades comerciales y turísticas.
En nuestra ciudad tuvo la feliz ocurrencia de agregar para la segunda etapa de la citada exposición que se efectuaría en Santiago, libros de autores magallánicos y algunas rarezas bibliográficas como la exhibición de los cuatro números de “El Microbio”, (1888) primer periódico regional, o ejemplares de la revista “Mireya”, editada cuando Gabriela Mistral se desempeñaba como directora del Liceo de Niñas de Punta Arenas. Con este propósito, se entrevistó con el intendente Mateo Martinic Beros, el 19 de julio de 1967.
Scarpa vino además, a estudiar el funcionamiento de las bibliotecas regionales para reestructurarlas, en un mediano plazo. Un tercer punto radicaba en la creación de un gran museo, con el objetivo de concentrar la vida y la historia regional, recogiendo todos los materiales del pasado, para construir un centro de investigación que combinara los aspectos históricos con el avance del pensamiento científico.
El intendente Martinic se transformó en el más entusiasta de los colaboradores. Dos días más tarde, la primera autoridad regional junto al director de la Dibam, el doctor Omar Cerda y el escritor Osvaldo Wegmann conformaban un comité asesor, constituyendo de esta manera, el Museo de la Patagonia.
Las primeras medidas adoptadas por el grupo fueron: asesorar al conservador del museo en sus funciones propias; estudiar las zonas o áreas que pueden considerarse como monumentos históricos regionales; autorizar todo trabajo de investigación y preservar los elementos que se obtengan, cautelando su salida de la provincia. Asimismo, promover en la ciudadanía el apoyo y la colaboración con el museo.
El intendente Martinic envió de inmediato un oficio a Roque Esteban Scarpa solicitando la declaración de Monumentos Históricos Nacionales al Fuerte Bulnes, las ruinas de la ciudad de Rey Don Felipe, la Cueva de la Leona, la localidad de Morro Chico y la Cueva del Milodón.
El Museo de la Patagonia se fue estructurando en base a valiosas donaciones públicas como de particulares. El Decreto Ley Nº12.820 del 2 de diciembre de 1969, estableció su fundación oficial. Se le ubicó originalmente, en el subterráneo de la Casa de la Cultura. El diario La Prensa Austral en su edición de domingo 7 de diciembre de aquel año, llenó de elogios a la nueva institución:
“El Museo de la Patagonia proyecta un amplio plan de actividades, que abarca no sólo la recolección de piezas interesantes, para incrementar sus vitrinas, sino que además una labor de divulgación de las ciencias, por medio de personal especializado y con la cooperación del Museo de Historia Natural de Santiago, que dirige la doctora Grete Mostny, cuya cooperación hasta el momento es sumamente efectiva y valiosa.
“El Museo de la Patagonia es una de las iniciativas regionales de mayor valor de los últimos tiempos, que ha contado con el reconocimiento oficial, y debe obtener, además, el apoyo de las instituciones magallánicas para que a corto plazo se convierta en un establecimiento modelo, de alta calidad, atractivo no sólo de los turistas, sino que también de los científicos del mundo entero”.
Roque Esteban Scarpa deseaba inaugurar el recinto con un gran evento. El 12 de junio de 1970 sus anhelos se cumplieron con la celebración del 5º Seminario de Conservadores de Museos de Chile. En aquella oportunidad expresó: “El Museo de la Patagonia es el témpano ardiente de la cultura magallánica”.