El P. Santiago Redondo, un discípulo de Jesús que pasó haciendo el bien en la Patagonia
Cuando Santiago Redondo Muñoz llegó a Chile era un joven religioso que, con 24 años y con ansias misioneras, había dejado España, su país de origen, para venir a compartir la vida y la fe, anunciando al Señor Jesús en medio de nuestro pueblo. Ahora, 70 años después, el 11 de enero, ha partido de nuestras tierras patagónicas a Santiago, a vivir en la casa de salud que tienen los salesianos para los hermanos mayores.
El Padre Santiago dejó su país, su gente y su cultura, y se hizo uno de nosotros y entendió -como pocos- el alma de nuestro pueblo magallánico, permaneciendo 60 años evangelizando en nuestra diócesis austral. Estuvo algunos años en Puerto Natales y en Punta Arenas, pero fue en la isla Tierra del Fuego donde estuvo 44 años sirviendo a todos con el trabajo incansable que brota de un corazón generoso.
Santiago hizo muchas cosas en la región, y especialmente en Tierra del Fuego, donde anduvo miles de kilómetros animando la vida y la fe de sus pobladores, atendiendo no sólo la Parroquia de Porvenir, sino las comunidades de las capillas de Cameron, Pampa Guanaco, Cerro Sombrero y los antiguos campamentos isleños de Enap. Recordamos la tenacidad y perseverancia con que llevó adelante la construcción de la Parroquia de Porvenir, inaugurada en 1994, así como el Hogar de Cristo (1983), el Santuario de Jesús Nazareno en Porvenir (1998), la capilla de Bahía Chilota, y muchas otras cosas que hizo por los cristianos y por todos los habitantes de Tierra del Fuego, por las cuales fue reconocido por la Municipalidad de Porvenir como Ciudadano Distinguido, en 1994, y fue proclamado por la Intendencia Regional como Ciudadano Ilustre de Magallanes, en 1996. Pero todo eso -que es mucho- no es lo más importante.
Lo más importante que hizo el P. Santiago no se puede medir ni tiene precio: llevó el consuelo del Señor a muchas personas y familias en momentos difíciles de sus vidas, y eso no se puede medir ni tiene precio. Fueron muchos los que conocieron al Señor Jesús, aprendieron a orar y fueron alimentados con la Palabra de Dios y el Cuerpo de Cristo a través de las Eucaristías que celebraba, así como a través de sus comentarios radiales, y eso no se puede medir ni tiene precio. También, a través de su ministerio como confesor, fuimos muchos los que experimentamos la misericordia y recibimos el perdón de Dios, y eso tampoco se puede medir ni tiene precio. A través de su oración, Santiago ponía ante el Señor la vida de esta Iglesia de Magallanes y los habitantes de nuestra región, y eso tampoco se puede medir ni tiene precio; como tampoco se puede medir ni tiene precio su servicio fiel como asesor espiritual de la Legión de María. La fecundidad de una vida misionera es algo que no se puede medir ni tiene precio; es una fecundidad que sólo Dios conoce.
Siempre me llamó la atención algo de Santiago, quien -como todas las personas- tiene su genio: cuando no estaba de acuerdo con algo decía “pshh”’, y cuando se molestaba decía “pshh, pshh, pshh”, y nada más, porque de su boca no salían palabras hirientes o despectivas contra nadie. Eso nos muestra la reciedumbre de su fe y su espíritu bien templado.
Hay un verso de un obispo poeta, Pedro Casaldáliga, que dice: “al final llegaré ante Ti, Señor, con las manos vacías y el corazón lleno de nombres”. Eso es lo que le pedimos a Santiago, que en esta nueva etapa de su vida y en su oración siga presentando ante el Señor todos esos nombres de nuestra Iglesia de Magallanes y de los habitantes de esta región patagónica.
Al despedir al P. Santiago Redondo lo hacemos con el corazón agradecido por la vida generosamente entregada de este “sencillo cura de pueblo”, como él decía de sí mismo. Un hombre y discípulo del Señor Jesús que, siendo de baja estatura, es un gigante espiritual que pasó haciendo el bien en nuestra Iglesia y en el pueblo de Magallanes. Lo despedimos con la certeza que el Señor Jesús sabrá agradecerle mucho mejor que nosotros todo el bien que hizo en su larga vida misionera en la Patagonia.