Necrológicas

– Luis Ramón Carpanetti Fuentealba
– Olga Ester Jerez Hidalgo

– María Angela Muñoz Bahamonde

Los vuelos en solitario y muerte misteriosa de Amelia Earhart, la aviadora feminista dueña de todos los récords

Martes 23 de Mayo del 2023

Compartir esta noticia
154
Visitas
  • Fue la piloto de aviación más famosa de la historia, para lo cual debió enfrentar no sólo desafíos de vuelo sino también los obstáculos que le puso delante un ambiente dominado por los hombres. El 20 de mayo de 1932 se convirtió en la primera mujer en unir en un vuelo solitario a América con Europa. Cinco años después,cuando intentaba ser también la primera en dar la vuelta al mundo en un avión, desapareció para siempre.

El campesino irlandés, cuyo nombre no ha quedado en la historia, vio atónito cómo el avión descendía sobre los cultivos. Corrió hacia él y su asombro se multiplicó cuando vio bajarse de la cabina a una mujer delgada que, cuando se quitó las antiparras y la gorra de piloto que cubría su cabeza, puso al descubierto unos ojos llenos de brillo debajo de un cabello corto y encrespado.

-¿Dónde estoy?- le preguntó la mujer.

– En el pastizal de Gallegher- respondió el hombre y la interrogó: -¿De dónde viene?

– De los Estados Unidos- le contestó la mujer.

Tal vez por la alegría, Amelia Earthart no fue precisa en su respuesta: era norteamericana, pero no venía de los Estados Unidos sino de Canadá. Para el caso era la mismo: acababa de convertirse en la primera mujer en cruzar el océano Atlántico en un vuelo solitario. Lo lograba cinco años después del primer y único hombre que lo había conseguido, Charles Lindberg, lo que no era poco en tiempos donde esas eran cosas casi exclusivamente de varones.

Amelia Earthart había volado 14 horas y 56 minutos desde que había despegado del aeropuerto de Habour Grace, Terranova, a las 19,12 (hora local) del 20 de mayo de 1932, a bordo de un monoplano monomotor Lockheed Vega 5B, con destino a Londonderry, Irlanda.

No había sido un vuelo fácil porque las condiciones meteorológicas, con viento helado del norte, no ayudaron, e incluso sufrió algún inconveniente mecánico menor cuando el Lockheed sobrevolaba el Atlántico. Para mantenerse despierta había aspirado sales y había combatido el frío y el hambre con sopa caliente cargada en un termo.

Al final, un error de cálculo le impidió encontrar el aeropuerto de Londonderry y terminó en medio del pastizal de Gallegher. De todos modos, había logrado su objetivo.

No fue ese el primer récord que batió Amelia Earthart y tampoco sería el último. Su vida entera fue un desafío, donde batir marcas y vencer obstáculos eran una constante. No sólo en el campo de la aviación –en el que fue pionera– sino también en el de los derechos de la mujer en un mundo dominado por los hombres.

Una chica atípica

Amelia Mary Earthart nació en Atchison, Kansas, el 24 de julio de 1897, en el seno de una familia acomodada, fundamentalmente por la fortuna de su abuelo materno, que era juez y banquero.

Cuando ya era famosa, contó más de una vez que, de chica, no le gustaban las muñecas ni jugar con su hermana Muriel a tomar el té y recibir visitas. Todo lo contrario, los regalos que les pedía a sus padres eran pelotas de fútbol, bates de béisbol e, incluso, un rifle de aire comprimido para dispararle a las ratas que veía pasar por el jardín. Vestía vaqueros y se trepaba a los árboles.

Tenía 18 años cuando dejó su casa para convertirse en enfermera y atender heridos de la Primera Guerra Mundial y, más tarde, a las víctimas de la epidemia de Gripe Española en Canadá.

Al terminar la guerra quiso mantener su independencia y, para costearse esa vida, trabajó como telefonista, fotógrafa y dactilógrafa.

A los 23, durante un viaje a Long Beach, California, quedó deslumbrada por un espectáculo de acrobacia aérea y se subió a un biplaza para sobrevolar Los Angeles. Antes de que el avión aterrizara había tomado la decisión que marcaría el resto de su vida: aprender a volar.

Utilizó todos sus ahorros para pagar las clases de aviación con otra pionera del vuelo, Neta Snook, la primera mujer en tener su propio negocio aéreo. Con el paso del tiempo, el hecho quedaría como una anécdota, pero después de darle las primeras clases, Snook intentó convencer a Amelia de que abandonara sus intenciones de volar porque no le veía condiciones.

No sólo no le hizo caso y se transformó en una de las primeras 15 mujeres en conseguir la licencia de la Federación Aeronáutica Internacional, sino que convenció a su madre que la ayudara a comprar un avión: Un biplano biplaza Kinner Airster amarillo de segunda mano al que bautizó “El Canario”.

Con ese avión batió al año siguiente el récord de altitud para mujeres, al alcanzar los 4.226 metros de altura. Tenía 25 años.

“Una bolsa de papas”

Debió esperar hasta 1928 para lograr la fama, aunque en esa ocasión ella misma reconoció no haber hecho méritos y que fue casi por casualidad, debido a la frustración de otra mujer.

La millonaria norteamericana Amy Phipps Guest había comprado un Fokker FVII trimotor con el objetivo de unir como tripulante Estados Unidos y Europa, pero su familia se lo impidió. Guest pensó entonces que, si ella no podía hacerlo, debía lograr que otra mujer norteamericana fuera la que tripulara el avión.

Le encargó una suerte de casting de aviadoras a su amigo publicista George P. Putman, que también tenía la tarea promocionar el vuelo. Las opciones no eran muchas y Putman eligió Amelia Earhart.

La oferta fue que formara parte de la tripulación, no que piloteara el avión. A cargo del vuelo estaría el piloto Wilmeer Stultz, acompañado por Amelia y el mecánico Louis Gordon.

El Fokker fue bautizado como Friendship (amistad) y despegó el 3 de junio de 1928 desde Trepassey Harbour, Terranova y tras 20 horas y 40 minutos de vuelo llegó a Burry Port, Gales. Así Amelia se convirtió en la primera mujer en cruzar el Atlántico, pero no se sentía satisfecha. Lo que ella quería era pilotear el vuelo.

Sobre esa experiencia dijo dos cosas: “La vida es algo más que ser una pasajera” y “me sentí como una bolsa de papas que llevaron de un continente a otro”.

Más allá de sus sentimientos, ese vuelo la hizo famosa y también le permitió, de la mano del publicista Putman en una “marca”. Hizo comerciales de cigarrillos y dio su nombre a una línea de ropa.

También recorrió volando todo el territorio de los Estados Unidos, pero su obsesión era volar cruzar el Atlántico en un vuelo solitario. Demoraría cuatro años en lograrlo.

Esposa y feminista

Tal vez por los obstáculos que encontraba por su condición de mujer en un ámbito dominado por los hombres, paralelamente a su pasión por el vuelo, Amelia empezó a desarrollar otra serie de actividades destinadas a valorizar el género.

Fundó una organización de mujeres aviadoras, The Ninety-Nines, que todavía existe, se convirtió en profesora de Aviación en la Universidad de Purdue en una época en que había muy pocas mujeres en la docencia superior, y fue columnista de la revista Cosmopolitan y promotora de campañas en favor de los derechos femeninos.

Mientras tanto, la relación con Putman había dejado de ser meramente publicitaria para convertirse en amorosa. Cuando el hombre que la había elegido para ser la primera mujer en volar sobre el Atlántico le propuso matrimonio, Amelia aceptó con una carta en la que aceptaba, pero también fijaba una posición revolucionaria para la época:

“Creo que debería dejar escritas algunas cosas antes de que nos casemos, aunque ya hayamos hablado muchas veces sobre ellas. Tengo que reiterarte mis dudas con respecto al matrimonio, mi sensación de renunciar a oportunidades en un trabajo que tanto significa para mí. Tengo la sensación de que casarme es una de las decisiones más estúpidas que jamás he tomado. Sé que habrá compensaciones, pero no puedo ocultarte mis dudas. Para nuestra vida en común quiero que comprendas que no estarás sometido a ningún código de fidelidad y que yo tampoco me considero atada a tí. Si somos honestos, podremos evitar las dificultades que surgirán si tú o yo nos enamoramos de otra persona. Por favor, no interfiramos en el trabajo del otro, ni permitamos que el resto del mundo contemple nuestras alegrías o desacuerdos. En este sentido, voy a tener que mantener algún lugar donde pueda ser profundamente yo misma. No puedo soportar los confinamientos, por muy atractiva que sea la jaula. Debo exigirte una promesa cruel: que me dejarás marchar dentro de un año si no hemos encontrado la felicidad juntos. Voy a tratar de hacerlo lo mejor posible y ofrecerte esa parte de mí que conoces y que tanto quieres”, le escribió.

Putman aceptó todas y cada una de esas condiciones. Y además se convirtió en el principal promotor de la carrera de su esposa, recaudando fondos para sus proyectos de aviación y organizando su agenda de actividades.

Más récords

A su regreso a los Estados Unidos después de su vuelo en solitario sobre el Atlántico en 1932 Amelia fue recibida como una heroína e invitada a la Casa Blanca por el Presidente Herbert Hoover.

Para entonces ya estaba acunando su siguiente proyecto que, como todos los anteriores, tenía como objetivo hacer algo que ninguna otra mujer hubiese logrado antes.

Se propuso unir en un vuelo solitario Hawái y el territorio continental de los Estados Unidos, para lo cual debía recorrer una distancia mayor a la que separa América y Europa, 3.875 kilómetros.

Lo consiguió en 1935, después de volar casi 18 horas entre el Wheeler Army Airfield de Honolulu y el Aeropuerto de Oakland, California. Era la primera piloto de la historia en completar este peligroso trayecto sobre aguas del Pacífico a solas.

Fue una verdadera hazaña. Ese trayecto ya se había cobrado la vida de 10 pilotos, pero para ella acabó siendo un vuelo casi rutinario. Incluso, en las últimas horas del trayecto se relajó oyendo la retransmisión radiofónica de la ópera de Nueva York.

El último vuelo que Amelia Earhart hizo pilotando su Lockheed Vega 5B fue entre Ciudad de México y Nueva York. Un éxito que casi le costó la vida, no por problemas al volar sino porque la multitud que la esperaba en el aeropuerto de Newark casi la despedaza en el festejo y debió ser rescatada por la policía.

A la mujer récord de la aviación sólo le restaba dar la vuelta al mundo.

El vuelo final

El desafío contaba con un gran obstáculo, el océano Pacífico, una vasta extensión de agua en la que prácticamente no hay nada y en la que el más mínimo error puede acabar en tragedia.

La única opción era volar hasta una pequeña isla en medio del océano, la isla de Howland, un minúsculo pedazo de tierra de dos kilómetros de largo por apenas medio de ancho muy cerca del límite de la autonomía de cualquier avión de la época. Repostar en ella y continuar hacia Hawái para luego llegar hasta el continente americano.

Era una hazaña que no podía intentar sola y eligió al capitán Harry Manning y a Fred Logan para que la acompañaran, quienes irían intercambiándose en las diferentes escalas.

El avión elegido fue un Lockheed Electra 10E, un bimotor que fue convenientemente modificado para el vuelo. Se le agregó un enorme depósito de combustible y toda la aviónica necesaria para el vuelo instrumental.

El 1 de junio de 1937, Amelia despegó de Miami y voló hasta San Juan de Puerto Rico, bordeando el continente americano hasta saltar hacia África y llegando hasta el Mar Rojo. Desde allí se voló hasta Karachi, Pakistán, para continuar hacia Calcuta, Rangoon, Bangkok y Bandoeng y Singapur.

El día 29 de junio llegaron a Lae, en Nueva Guinea. La última etapa antes de “saltar” sobre el océano Pacífico. Habían volado 40.744 kilómetros y quedaban sólo 12.964 km por recorrer para terminar el trayecto.

Amelia y Noonan partieron de Lae el 2 de julio, con combustible permitía una autonomía de vuelo de 21 horas. Aproximadamente 7 horas y media después de despegar, Amelia reportó su posición a unos 30 kilómetros al suroeste de las Islas Nukumanu.

A partir de allí se recibieron algunas comunicaciones por radio, pero eran demasiado breves para que se pudiera situar su posición desde el guardacostas Itasca, que estaba fondeado en la isla de Howland para ayudar en la navegación del vuelo.

La última transmisión de Amelia Earhart se recibió 19 horas y media tras el despegue, en ella decía que pensaban que estaban en la zona de la Isla de Howland, pero no podían localizarla. El combustible estaba acabándose.

De ahí en más todo fue silencio.

La búsqueda
y el misterio

La búsqueda comenzó dos horas después de ese último contacto, con la certeza de que el avión se había estrellado al quedarse sin combustible. Se desplegaron 9 barcos y 66 aviones, pero ninguno encontró nada.

Después de dos semanas sin obtener resultados, la operación de búsqueda y rescate se suspendió el 18 de julio.

Nunca se supo que sucedió con el Lockheed Electra y sus tripulantes. Una teoría sostiene que el avión se quedó sin combustible y se estrelló en medio del océano, sin dejar ningún rastro de este accidente. El problema es que la zona a buscar es demasiado amplia y el fondo del océano está demasiado profundo como para localizar un pequeño avión hundido a más de cinco kilómetros de la superficie.

Otra teoría piensa que el avión amerizó cerca las islas Phoenix, a unos 560 kilómetros al suroeste del objetivo. Se basa en que en la década de los ‘40 se encontraron los huesos de una mujer que encajaba con la estructura ósea de Amelia Earhart, restos de una caja de un sextante y pedazos de chapa de aluminio que podrían haber pertenecido al avión. Con los recursos científicos de la época fue imposible determinarlo y más tarde fue imposible hacerlo, porque todos esos restos se perdieron durante la Segunda Guerra Mundial.

Hoy, mientras el nombre de Amelia Earhart sigue brillando en los más alto de la historia de la aviación mundial, su destino final sigue envuelto en el más oscuro de los misterios.


Infobae