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– Celia Ester Mulatti Davet

– Víctor Cuevas Navarrete

¿Fortaleza en retirada?

Por Eduardo Pino Viernes 16 de Junio del 2023

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La semana pasada terminó el torneo de Roland Garros en la ciudad luz. Especialmente para nosotros el recuerdo que nos quedará fue la gran actuación de Nicolás Jarry que volvió, después de mucho tiempo, a situar nuestro emblema nacional en octavos de final de un Grand Slam. Pero hubo un incidente que pasó casi desapercibido y refleja un signo relevante de nuestros tiempos, adquiriendo interpretaciones diversas que llevan al debate.

En octavos de final del dobles femenino se enfrentaron la española Sara Sorribes y la checa Marie Bouzkova a las asiáticas Aldila Sutjiadi y Miyu Kato. Al terminar un punto, esta última jugadora devuelve una pelota al lado contrario con la mala fortuna que golpeó sin intención a una de las recogepelotas que en ese momento se encontraba distraída. A esta joven se le observó afectada al estallar en llanto, acusando recibo de un golpe que al revisar los videos se podría evaluar como carente del propósito de inferir daño ya que la tenista incluso mira para otro lado, además de presentar una baja velocidad, por lo que no hubo violencia en la acción. Prueba de esto es que la afectada no quedó con lesiones y el llanto más bien se atribuiría a la tensión de enfrentarse a un incidente para el que no estaba preparada y atrajo la atención de todos los asistentes, es decir, sería más de tipo ansioso que físico. Miyu Kato fue a verificar cómo se encontraba y pedirle disculpas, mientras la joven se recuperaba sin mayores inconvenientes. Hasta aquí todo dentro de márgenes esperables, pero algunas versiones apuntan que especialmente Sorribes pasó de solicitar al juez atención para la recogepelotas (lo que resulta muy adecuado y pertinente), para posteriormente empezar a presionar la descalificación de sus rivales debido a una conducta antideportiva. Después de tensos minutos de discusión e incertidumbre, y a pesar que la victima del pelotazo ya se encontraba recuperada y sin evidencia de daño aparente, el juez decidió descalificar a la pareja de Sutjiadi y Kato, aplicando además una multa que significó 43.000 euros a la pareja y la pérdida de los puntos.

La reacción de asombro ante esta determinación por parte de los entendidos en la práctica del tenis ha sido transversal, incluida la opinión oficial de la “Asociación de Jugadores de Tenis Profesionales” (PTPA) que la calificó como “desproporcionada e injusta”. La discusión incluso ha ido más allá, pues algunas voces han relacionado la tendencia a la victimización que viene imperando ante cualquier evento, incidente o situación adversa que se les presente a las personas, especialmente si pertenecen a generaciones más jóvenes o grupos específicos. Lo que en otros tiempos hubiese pasado como un accidente en que la afectada se recupera de manera rápida debido a que no experimentó un daño mayor, aceptando las disculpas de una improvisada agresora que no presentaba intención de dañar; hoy en día no presentaría márgenes de tolerancia razonables que se guíen por el sentido común. Más allá de que estemos o no de acuerdo, esta sería una muestra prototípica de la denominada “generación de cristal”, como denostativamente se le denomina a aquellos jóvenes que no presentarían la fortaleza, reciedumbre y persistencia que sus antecesores exhibían como algo natural. Pero lo que más molestaría a estos detractores de esta nueva sensibilidad no serían las quejas de los más noveles, si no más bien que pretendan imponer sus normas y cánones a toda la sociedad, modificando umbrales que a muchos resultan ilógicos e inconsistentes de las dinámicas más adecuadas y necesarias de cómo enfrentar la vida.   

Al leer estas opiniones, en un debate que no pretende acabar ni logran imponer alguna postura por sobre otras, se cruzan aspectos valóricos, generacionales, tendencias sociales y psicológicas que si bien no resultan inéditas; su intensidad, masificación y especialmente su operacionalización parecen sorprender cada vez a muchos.  Me resultó inevitable, al conocer esta noticia, relacionarla con una entrevista al corresponsal de guerra español Arturo Pérez Reverte. Se le preguntó al longevo periodista, que lleva décadas cubriendo escenarios bélicos en todo el mundo, qué le preocupa del futuro, y considerando sus terribles relatos ante experiencias límites su respuesta no deja de sorprender y llevar a la reflexión: lo que más me preocupa es la cada vez menor fortaleza que estamos estimulando a nuestros niños y jóvenes, haciéndoles creer que todo será fácil y rápido, por lo que no los estamos preparando para enfrentar escenarios adversos, complejos y que al aprender inevitablemente deberán pasar por experiencias dolorosas. Ese fue el sentido de lo expresado por este español que valora la buena educación y el buen trato entre las personas como algo fundamental para la convivencia humana.

Más allá de lo necesario e importante de cambiar paradigmas nocivos que en el pasado legitimaban prácticas negativas en el desarrollo de las personas (como naturalizar la violencia en la crianza y la enseñanza o superficializar las repercusiones del acoso), en todo movimiento que pretende resignificar valores positivos y dignificar a la persona en la teoría, en la práctica se producen distorsiones que pueden llevar a magnificaciones, generalizaciones o deficientes interpretaciones que terminan deslegitimando un fondo necesario y relevante, debido a la expresión de formas en que prima la emoción exagerada por sobre la racionalidad reflexiva. En este tipo de reformulaciones los grupos activos tienden a utilizar como combustible las pasiones para ser considerados en medio del establishment imperante, por lo que resulta tentador radicalizarse al inicio para hacerse notar, pero desgraciadamente con el tiempo se pierde la credibilidad al volverse necesario el análisis y la reflexión más serena, considerando además lo nocivo de estigmatizar a generaciones enteras con representaciones mentales simplistas y muchas veces prejuiciadas, debiendo considerar la complejidad y respeto como bases para un producto más constructivo que valore lo verdaderamente importante. 

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