Comité contra la Desinformación: el desafío de comunicar en libertad
Eduardo Pino A.
Psicólogo [email protected]
Comienzo por saludar y agradecer por su trascendente labor a todos(as) los(as) periodistas que esta semana celebraron su día. Un gran abrazo para quienes se la juegan por la verdad, incluso colocando en riesgo su propia integridad y seguridad para que los ciudadanos elaboren una opinión informada.
Relacionado a la labor periodística, la semana pasada fueron designados los 9 integrantes de la “Comisión en contra de la desinformación”, compuesta principalmente por académicos y bajo el alero del Ministerio de Ciencias y Tecnología. Su misión será elaborar informes acerca de la relación entre desinformación y debilitamiento de la democracia (concepto especialmente vilipendiado por estos días); para sugerir políticas respecto a la regulación de plataformas digitales especialmente.
Las críticas a la conformación de este Comité, propuesto por el gobierno, se han centrado en la desconfianza basada en una eventual censura de la información, motivada principalmente por el control de ésta según la conveniencia del sistema regulador de turno. Históricamente encontramos una alta relación entre regímenes totalitarios y la manipulación de la información como eje trascendente de su funcionamiento, influyendo en la dinámica actitudinal de las personas que les llevan a tomar decisiones basadas en informaciones sesgadas, distorsionadas o falsas.
Según expertos, las voces de alerta han sido escasas considerando la importancia de la temática. Quisiera creer que esto es más bien una espera a verificar los resultados del trabajo de esta comisión, ya que si bien resulta muy beneficioso conocer los lineamientos que dictará en favor de fomentar una entrega más clara, efectiva y funcional de la información, este trabajo debería abstenerse de caer en absolutismos partidistas que impidan el debate y ejercicio del pensamiento crítico acerca de la realidad. Lo que se busca debería centrarse en identificar noticias falsas que por intereses particulares, negligencia o falta de rigurosidad en su comprobación lleven al engaño; y no en la censura o descalificación de opiniones que contradigan el “discurso políticamente correcto” que sectores determinados pretenden imponer sin someterse a un análisis lógico que permita comprender e integrar una realidad compleja que posee diferentes y legítimos puntos de vista. El gran desafío debería estar en enseñar a las personas criterios para discriminar las fuentes según su credibilidad en base a la factibilidad de los hechos y su comprobación, en especial en tiempos donde prácticamente cualquier individuo puede acceder a una tribuna virtual para difundir todo tipo de mensajes.
En un país donde, de manera simplista, se dice una frase que resume una paradoja constante, confusa y superficial: “Tenemos medios de comunicación cuyos dueños son de derecha, pero los periodistas que trabajan en ellos son de Izquierda”, lo que lleva a desconfiar a priori de medios oficiales, en uno u otro sentido, prefiriendo los que se supone serían “independientes”. Pero, ¿cómo saber a quien creerle en la web?, considerando que en reiteradas ocasiones la necesidad de la inmediatez no les lleva a verificar su veracidad y otros definitivamente inventan noticias, exageran pequeños incidentes o ignoran variantes fundamentales de los fenómenos. Además, pareciera que pueden vender humo indiscriminadamente sin recibir sanciones, o que poseen licencia para denostar o injuriar a personas sin contrapeso, total, el vertiginoso caudal de acontecimientos hace que todo pase rápido y se le pierda la pista. Por eso, también debe rescatarse el valor de los medios más tradicionales por la responsabilidad editorial a la que deben responder judicial y socialmente.
En tiempos donde la democracia se encuentra en crisis, defender la libertad de expresión resulta fundamental para la convivencia en sociedad, educando a la población para ejercer un pensamiento crítico que evite los sesgos de confirmación, dejando sólo a los más fanáticos la dinámica de informarse e imponer sólo lo que les apetece y conviene escuchar.