Publicidad engañosa
Este fin de semana fui a ver Barbie con Oda, una amiga filósofa y feminista, que se moría de ganas de hacerle el análisis al ritmo de unas copas de vino. Aunque las columnas y críticas sobre la película eran ubicuas, me abstuve de leerlas para no prejuiciarme. Quería llegar lo más tabula rasa posible al evento. Las que siguen son un par de reflexiones inspiradas en la conversación que tuvimos con Oda, que fue lejos la mejor parte de la noche.
Empezando por lo rescatable, la película sí tiene diálogos divertidos, una escenografía y vestuario demenciales, y actuaciones que permiten subsistir la hora y media en el asiento. Tampoco falta la cita a 2001, Odisea en el espacio, aunque aquí lo que vuela por los aires no es un hueso, sino una muñeca bebé de ésas a la antigua. Sin duda, el hecho de que una pareja de cineastas indies esté a cargo de la dirección y del guión ayuda bastante, con sus múltiples referencias a la cultura pop y chistes que sólo entenderán un pequeño grupo de iniciados.
Sin embargo, lo anterior no puede quitarme el sabor que me dejó Barbie de ser, en el fondo, publicidad engañosa.
Lo primero es que la película debería, en realidad, llamarse Ken. Ken es el verdadero protagonista y el personaje más interesante, el que experimenta una revelación cuando acompaña a Barbie a nuestro mundo y se da cuenta de que en el suyo ocupa el rol tradicional de las mujeres en el nuestro: subordinado y puesto ahí para complacer a Barbie en todo momento. Pero Ken no sólo se queda inmerso en la crisis existencial, sino que vuelve al mundo de Barbie para intentar que se parezca más al nuestro. Toma acción, como todo protagonista masculino que se precie, y logra transformar el mundo de Barbie en un patriarcado. Al final, las vanidades de los muchos Ken y la ausencia de armas de fuego impiden que el mundo de Barbie efectivamente cambie. Barbie y las demás barbies retoman el poder. Todo vuelve a ser como había sido. Y, sin embargo, no se puede no sentir simpatía por Ken, y no se puede no conectar la crisis de Ken con la que se ha descrito como la crisis del hombre actual en Occidente, perdido su rol de centro en torno al cual todo y todas girábamos. Me quedo pensando si, en el fondo, la película no es una crítica al feminismo que se supone que defiende; un recordatorio de lo peligroso que es intentar invertir los roles en lugar de buscar un nuevo equilibrio para ambos. Por supuesto, dirán las feministas sensatas, es esto último a lo que deberíamos aspirar como sociedad, y en eso estoy de acuerdo. Pero nada de eso hay en Barbie, donde un género o tiene todo el poder o no tiene ninguno. Dominatrices y sometidos, dominadores y subyugadas. Contrastes tan fuertes y poco reales como los colores de la película.
Lo segundo, y más obvio, es que Barbie es ante todo un lavado de imagen y estiramiento facial para Mattel. Desconozco cómo habrán sido las negociaciones entre Gerwig y Baumbach (directora y guionistas ambos) y la compañía dueña de la marca Barbie y de gran parte de la película. Imagino el contrato, lleno de cláusulas acerca de lo que podía decirse (que hubo muchas barbies descontinuadas y que la creadora de Barbie fue acusada de evadir impuestos), y lo innombrable (que Barbie fue, en realidad, copia de una muñeca alemana, y que hubo juicios millonarios de por medio). Pero sobre todo imagino lo que no se dijo pero se sobreentendía: que la película debía dar a Mattel el aire de empresa de ideas progresistas, dispuesta a ponerle Birkenstocks modelo Arizona a la muñeca que nunca había puesto sus talones sobre la faz de la tierra, haciéndola acompañar de una amplia gama de Barbies que hace no mucho habrían estado vedadas: de todos los colores, de todas las tallas, y hasta en silla de ruedas (si había alguna con capacidades diferentes, admito que se me pasó, pero no me habría extrañado si hubiera estado). ¿Es malo que una compañía se adapte a los tiempos y evolucione? Pues claro que no. Lo que molesta es que deban pagarle a un par de creadores “independientes” para que hagan el trabajo por ellos. Si Mattel se somete a una autocrítica y hasta la financia, es porque alguien (tal como en la película, el segundo ejecutivo hacia el fondo) ha hecho los cálculos y ha concluido que las utilidades lo demandan. Barbie no es principalmente sobre la decisión de Barbie, sino la de Mattel, de venirse a nuestro mundo, para recuperar adeptos y ganar otros nuevos, para seguir siendo un negocio rentable.
Por último, debo rescatar una figura cuyo contraste con Barbie me parece revelador. Hay una sirenita en la playa de Barbie que me hace pensar en el personaje trágico de Hans Christian Andersen: la decisión de la Sirenita de convertirse en humana era de vida o muerte. La decisión de Barbie de dejar su mundo y entrar al nuestro, en cambio, no parece revestir más riesgos que una visita al ginecólogo. Si de protagonistas femeninas en crecimiento personal se trata, me temo que mis referencias pops seguirán siendo Clueless (Fuera de Onda) y Legally Blonde (Legalmente Rubia).