El testimonio
Parto por aclarar que el nombre de este artículo está mal puesto, pero el uso general y las acepciones más recientes permiten que nos entendamos.
Está mal puesto porque la etimología de dicho sustantivo nos lleva primero al latín y éste al griego antiguo, que se refería al tercero que presenciaba lo que hacían otros, y de lo que aquí hablaremos es de un relato en primera persona, aunque para quien lo hizo habría sido mejor ser sólo testigo, y para el país, mejor aún, que no hubiese ocurrido nada de lo que se relató.
La nuestra es una comunidad relativamente pequeña en que -para bien o para mal- casi todos nos conocemos directa o indirectamente, y en que algunas cosas son también más o menos conocidas, aunque hayan circulado “sotto voce”, por ello resulta notable el relato en sí mismo y las diversas reacciones provocadas por la declaración en un medio de comunicación, de la experiencia vivida por la doctora Lidia Amarales Osorio hace 50 años, cuando era una estudiante de su tercer año de medicina.
La humanidad de lo ocurrido
Pensé adjetivar la experiencia relatada, como “inhumana”, pero no, eso es lo terrible, lo que debería ser insoportable, lo que nos debería hacer cavilar un buen rato: sólo nuestra especie en su estado actual es capaz de cometer los actos a que fue sometida ella -y tantas otras personas- hace 50 años y durante los 17 que siguieron, en este “asilo contra la opresión”. No hay en el reino animal bestia alguna que se organice, arme aparatajes, destine tiempo y recursos, a provocar dolor y terror a sus congéneres. ¡No! Es una obra profundamente humana, y hay que asumirlo, porque en ello acecha el peligro.
La carreta delante de los bueyes
El gobierno de la Unidad Popular tuvo, como todos, aciertos y también desaciertos, y generó acciones y reacciones que ya sabemos en qué devinieron, y que no es del caso analizar aquí. Lo que sí ha llamado siempre mi atención es la relativización impúdica y amoral de los valores.
Durante dicho gobierno, los mayores hechos reprochables tuvieron que ver con el tratamiento al derecho de propiedad. Quienes vivimos ese tiempo, a un lado u otro, porque neutrales casi no hubo, vimos que en general los derechos personales, es decir, aquellos de integridad física y vital, no sufrieron mayor menoscabo, si se revisa la famosa declaración de la Cámara de Diputados del 22 de agosto de 1973, reflotada recientemente y a su arbitrio por la actual oposición, no hay ni una sola acusación que tenga que ver con los derechos más esenciales de la vida humana. Los hay a la libertad de expresión, cuestiones legislativas, judiciales y, principalmente, en forma directa o tangencial, a la propiedad privada. No hay mención alguna ni a torturas, ni secuestros, ni desaparición forzada de personas, no hay tampoco respecto a que el gobierno se haya servido de recursos materiales y humanos del Estado, para montar una maquinaria de exterminio de sus adversarios. ¿Alguien puede sostener seriamente que, si hubiese habido casos de aquellos, la “Declaración” los habría omitido?
El asunto entonces es que, para algunos, el derecho de propiedad es mucho más importante y requiere mayor defensa que los de la vida y la dignidad humanas, y no importa que las tropelías que se denuncian y combaten, lo sean a punta de tropelías aún mayores: La suma de dos males, no resulta en un bien.
Somos todos hermanos
Quienes defienden o se desentienden de los graves hechos que nos relata la Dra. Amarales, no es raro que suelan ser muy píos, católicos de misa semanal si es que no diaria, es decir, habrá que suponer que según ellos vamos “juntos como hermanos”, o más aún, somos hermanos hijos de un mismo padre. Resulta curioso, por decir lo menos, el que tan píos personajes y sus amigos no tan píos cierren filas en torno a defender la vida “del que está por nacer”, y les haya importado un bledo la vida sus hermanos ya nacidos. Hubo quien desde la más alta magistratura declaró estar “curcuncho” con lo de los detenidos desaparecidos, y no faltó el coro que lo tarareó. Hubo otros que estando en el centro del poder y conviviendo a diario con los hechores, no se enteraron de nada y, bueno, hay quienes quedaban tranquilos en el confesionario.
Seguramente para ellos, pese a sus creencias, la Biblia es puro cuento y se puede acomodar a gusto, pese que está ya en su libro inicial, el Génesis, pinta el cuadro mejor que Miguel Angel, y lo cito tal cual por si alguno que está leyendo, es sólo asiduo a la parte de la repartija de panes y pescados y no están al tanto:
“Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.”
Es decir, esto de hacerse “el de las berenjenas” ante las preguntas por sus hermanos y el sordo ante los clamores, no es muy nuevo que digamos, y la inconsecuencia valórica, tampoco.
El contexto civil
También hemos visto que el desparpajo campea nuevamente y que cincuenta años son nada. Los incumbentes insisten en que, si no se cita el contexto, no se puede condenar nada. Resulta repulsivo si además se trata de legisladores y/o abogados, porque es la misma argumentación invalida en un caso de violación, en que se pretende alegar que la víctima andaba con falda muy corta, o que estaba muy oscuro, o había mucho alcohol o lo que sea, y ello es suficiente para explicar y justificar las fechorías. Por cosas de la casualidad, quienes sostienen esos argumentos, suelen ser los mismos que dicen que “en algo habrá andado” y “el error fue no haber matado más h…” como si quebrantar aún más el estado derecho de lo que le achacaban a Allende, fuera toda una santa solución.
Lo más grave de esto no es sin embargo el pasado o el presente: es el futuro. Porque si admitimos que hay quienes pueden establecer “el contexto” y con ello justificar golpes militares, y todo lo que viene después, es cosa de que se pongan de acuerdo nomás y estaremos de nuevo ahí mismo. Es curioso que el contexto pueda justificar que se asesine a cientos y se torture a miles de personas hasta con RUT, pero no sirva para que una mujer justifique por qué necesita abortar a un ente sobre el que hasta se discute si es ya un ser humano o no.
El contexto militar
Hay otra parte del contexto que subyace inadvertido, aunque forma parte del consciente colectivo y es que pareciera que todos estamos contestes de que, si en Chile vuelve a haber un golpe militar, nuevamente será auspiciado por y para la derecha. Es decir, todos quienes pagamos impuestos para sostener a nuestras necesarias FF.AA., en nuestro fuero interno sabemos que la cosa es así, y nuestras FF.AA. no hacen absolutamente nada por desvirtuar esta suerte de sensación nacional. Un país que tiene un poder militar casi autónomo (¿Algún ministro de Defensa golpeó la mesa por el “milicogate”?) que además permite o promueve que un sector de la sociedad sea el que le nutre casi en exclusiva de su oficialidad, y que se deja querer con esta idea de que no es para “los rotos”, mientras lo siga permitiendo, está tolerando -o peor aún, deseando- ser percibido como una espada de Damocles eterna sobre toda la ciudadanía, y que si los que mandan consideran que “el contexto” está dado para que se corte el hilo, la espada caiga.
En este acápite cabe rescatar los esfuerzos del ex C. J. E. Ricardo Martínez M. que estando en funciones tuvo el coraje sustentado en una visión adecuada, de emitir el documento oficial “Reflexión sobre actuaciones Ejército y sus integrantes últimos 50 años y efectos en el ethos militar”, con conceptos que ya en retiro reiteró por estos días. Ambas actuaciones, más ahora que no tiene mando, le han valido la calificación de “traidor” por parte de sus camaradas. Es de esperar que tenga mejor suerte que el también ex C. J. E Carlos Prats G., que se ganó el mismo epíteto.
Los valientes de cafetín
Mientras escribo esto, me entero de que en algunas de las tantas mesas de cafetín que se arman al mediodía no han faltado quienes han tenido la bajeza de agregar, a la infamia de lo que le tocó vivir, el acusar de inventiva o mentirosa a la Dra. Amarales. Es parte de lo mismo: la patota de amigotes que así, apatotados, son capaces de decir cualquier cosa respecto de quien sea que no esté presente, pero que ni siquiera apatotados son capaces de decir nada mirando a los ojos al mencionado.
Quienes escribimos o nos expresamos públicamente usando nuestro nombre y apellido, sin el escudo de un partido, un sindicato, una ONG o lo que sea, sabemos lo que los valientes de cafetín no saben: hay que tener una entereza, una certeza del propio valor, una seguridad de que hay cosas que no se pueden ni deben callar, aunque lleve tiempo decirlas, y que cuando se hace, no es buscando la propia catarsis, si no para contribuir a hacer mejor o al menos más verdadera, la vida del prójimo, aunque no sea nuestro hermano.
No estoy ni a la mitad del valor y la entereza de mi querida amiga Lili Amarales, pero consuela saber que estoy al doble de la de aquellos valientes de cafetín. Nos merecíamos algo mejor después de cincuenta años.