En busca de un mundo feliz
No hay “un mundo feliz”. Es la conclusión inevitable que se desprende después de leer el libro con ese título publicado en 1932. Su autor, el británico Aldous Huxley, usó la expresión de manera irónica, mirando a un futuro en el cual la felicidad estaría asegurada por algunas drogas mágicas, pero donde no habría libertad y, menos aún, democracia. Frente a esta dura comprobación, a la humanidad no le ha quedado más remedio que avanzar lentamente a la concreción de los ideales de justicia, libertad y dignidad. Es la larga historia de los Derechos Humanos.
En 1948 las Naciones Unidas aprobó, después de la Segunda Guerra Mundial, una Carta de DD.HH. más detallada que la declaración original de 1789. Su afirmación inicial es vehemente: “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”.
En las décadas siguientes, estos derechos han estado sometidos a duras pruebas. Ocurrió en Chile durante la dictadura militar. Y no sólo aquí. También se ha discutido su vigencia en situaciones críticas, como en el “estallido social” de 2019. Nadie niega en abstracto el valor de los derechos humanos, pero de tiempo en tiempo surgen voces que plantean la necesidad de una “mano dura” para mantener el orden.
Quien no tiene reservas es el presidente Gabriel Boric. En la ONU, en Nueva York, reiteró su compromiso: “defendemos el respeto irrestricto de los derechos humanos como avance civilizatorio, independiente de qué gobierno esté en el poder. Por eso me siento en el deber… de denunciar ante esta asamblea y el mundo, la persecución que hoy día vive todo quien piensa distinto del gobierno del régimen dictatorial” de Nicaragua.
Omitió -y no es la primera oportunidad- referirse a otros sistemas opresivos, como los de Cuba y Venezuela. Sobre este último país se conoció simultáneamente el informe de una Misión de las Naciones Unidas. Se anotaron casos como la detención arbitraria de líderes sindicales, de defensores de Derechos Humanos, de miembros de organizaciones no gubernamentales, periodistas, religiosos, miembros de partidos de oposición y otras personas que expresaron críticas contra el gobierno.
Aunque no hay manera de resumir en un solo párrafo el contenido esencial del documento de las Naciones Unidas, hay aspectos insoslayables:
Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad.
Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.
Nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado.
Toda persona tiene derecho a una nacionalidad. A nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho a cambiar de nacionalidad.
Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión.
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión.
No sólo en Nicaragua se pasan por alto estos requerimientos.
Por eso me siento en el deber, como he señalado en otros foros internacionales, de denunciar ante esta asamblea y el mundo, la persecución que hoy día vive todo quien piensa distinto del gobierno del régimen dictatorial del señor Ortega y Murillo en Nicaragua, en donde no solo se prohíbe su participación en elecciones, sino que se les persigue, se les priva de nacionalidad, se les allanan sus casas y se les privan de derechos políticos”.