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“Paul McCartney está muerto”: la broma que dio vida a una teoría conspirativa llena de “pistas” que sigue vigente

Lunes 25 de Septiembre del 2023

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Una llamada de un oyente trasnochado a una radio y una nota en tono de sátira en un medio universitario fueron suficientes para que se alimentara una de las teorías conspirativas más tenaces del siglo pasado y que hoy perdura. El concurso de dobles ganado por un tal William Campbell y la infructuosa misión del Beatle para demostrar que estaba vivo, que él era él.

Lo que empezó como una broma, como un artículo satírico en una revista universitaria y como una llamada de un trasnochado a un programa radial de madrugada, terminó convertida en una de las teorías conspirativas más famosas de la segunda mitad del siglo XX.

No hay pruebas contundentes que hagan dudar al convencido. Están quienes prefieren pensar que eso sucedió y que desde hace más de cincuenta años se despliega una trama de mentiras, encubrimiento y falsedades para no revelar la verdad impactante: Paul McCartney está muerto. Sin importar lo inverosímil de la cuestión.

La portada de Abbey Road, una canción que se pasa para atrás, una referencia en el sobre interno de un disco, una foto descentrada, alguien descalzo. Cualquier elemento puede servir de pista, de indicio dejado a propósito por los pocos que saben la verdad, para que aquellos que saben mirar, para que los iniciados conozcan los hechos reales. Los demás, los ingenuos y crédulos, viviremos sumergidos en la mentira.

El hecho de que alguien pueda creer que Paul McCartney murió a los 28 años y que luego siguió más de medio siglo de encubrimiento y engaño, que alguien pueda creer que una de las personas más famosas del mundo, prolífica en su profesión y que siempre estuvo en la mira de los medios haya muerto en un accidente automovilístico hace pensar que cualquier teoría conspirativa puede encontrar terreno fértil para propagarse.

En la madrugada del 12 de octubre de 1969, Russ Gibb, el conductor de un programa radial en una FM de Michigan, entre canción y canción, conversaba al aire con oyentes. Entre los que llamaban había, como siempre, de todo. Solitarios, los que pedían algún tema, los que buscaban fama, los que querían dedicarle una canción a la persona que amaban y hasta gente que no estaba bien.

-Hola, ¿Quién habla?- preguntó

El oyente no se identificó. El locutor insistió.

-Tom- dijo el otro de mala gana.

Su voz era rugosa y adormecida. Urgido y solemne, escupió:

– “Paul está muerto”- dijo.

Hubo un silencio. Tom, o cómo se llamara, repitió: “Paul McCartney está muerto”. En el estudio se escuchó una risa. Una risa incómoda.

– “Pon Revolution 9 al revés y en la parte que John repite number nine, vas a ver que dice con claridad Turn me on, dead man (Enciéndeme, hombre muerto)”- conminó al DJ radiofónico.

Dos días después en un diario universitario, The Michigan Daily, un estudiante que esa madrugada, desvelado, escuchaba a Russ Gibb, urdió una larga nota en la que enmarcaba esa afirmación, imaginó las condiciones en las que eso sería verdad y la firmó como Fred LaBour. El titular impactaba “La muerte de McCartney: Nueva evidencia sale a la luz”.

Paul decapitado

El artículo sostenía que Paul había muerto en un accidente de autos en la madrugada del 9 de noviembre del 66 después de salir enojado del estudio de grabación. En el camino había subido a una chica que hacía dedo para acercarla a su casa. Ella recién cuando el auto se puso en marcha se dio cuenta quién era el conductor y se abalanzó emocionada sobre él. Esto habría hecho que Paul perdiera el control y el Aston Martin terminara debajo de un camión. El Beatle terminó decapitado.

El hecho causó una lógica conmoción en el grupo. George Martin convocó a una reunión secreta. Sólo eran cinco. El productor, los tres Beatles sobrevivientes y Brian Epstein, su manager. Decidieron seguir adelante. Pero siendo otra vez cuatro. Paul seguiría con ellos. Lo reemplazarían pero nadie debía darse cuenta de ello. No informarían de la muerte de su compañero. Organizaron un concurso de dobles de Paul que ganó un señor llamado William Campbell (al que algunos también le agregan un segundo apellido, Shears, de dónde surgiría Billy Shears, mencionado en Sargent Pepper).

Este hombre no sólo tenía una cara como la de Paul -parecido que se extremó con algunas cirugías estéticas-, su voz también era similar aunque algunos dicen que a partir de la grabación de Lady Madonna se nota el cambio de cantante.

De pronto, surgió un obstáculo en ese plan. Brian Epstein se arrepiente y amenaza confesar el engaño. Alguien solucionó el tema: el manager aparece muerto. Una supuesta sobredosis. Luego el artículo de LaBour develaba pequeñas pistas que los de Liverpool habían dejado sembradas en sus canciones y discos para que alguien atara cabos, para no mentir tanto; otros atribuyen esto a una variante más elaborada: que todo fue idea del MI5 (el servicio secreto británico) y que los tres Beatles sobrevivientes no pudieron negarse pero sí plantar indicios para ser descubiertos.

Lo que al autor, al editor y a los primeros lectores les pareció evidente, a otros no. La publicación tenía un evidente tono satírico. No tenía más ambición que la de ser un chiste elaborado, eso sí, y nacido de una situación bizarra en una radio local. Sin embargo, la nota (o su contenido) se propagó con facilidad: bastó con un puñado de lectores que la leyeron literalmente. Circuló como lo hacían las noticias en esos tiempos. Lenta pero firmemente, sin que se pusiera en duda la verosimilitud de lo dicho. El argumento de autoridad: si lo decían los diarios debía haber sucedido. La fuente se olvidó. Y la historia se fue repitiendo.

Tal fue el revuelo que los mismos Beatles debieron salir a desmentir la información. Ringo dijo que todo era mentira pero que importaba poco lo que él dijera porque la gente creería lo que quisiera creer. John se enojó, lo consideró ridículo.

El que peor la pasó fue Paul. Encontró merodeando e intrusando su propiedad a un periodista y a un fotógrafo de la revista Life. Peleó con ellos, hubo una agria discusión. La reconciliación se selló con un pacto. McCartney les daba una foto, con toda su familia pero aseado y ellos no utilizaban las fotos robadas y se iban de su propiedad. La tapa de Life mostraba en blanco y negro a la familia McCartney en pleno en un paisaje campestre. Paul con el hastío instalado en su cara, a Linda y a sus dos hijos. El título era: “Paul todavía está con nosotros”. En una solapa externa que agregan varias revistas norteamericanas a modo de sumario reducido, la referencia a la supuesta muerte también se hacía presente: “McCartney: Los hechos detrás de la muerte que no fue”.

Paul, parafraseando a Mark Twain, pudo haber dicho que la noticia era cierta sólo que algo prematura. Se mostró sorprendido y no pudo disimular que toda la situación le parecía ridícula. En cierto punto lo interpretó como una extorsión porque durante años hizo apariciones semanales en la prensa y en el momento que decidió recluirse se vio obligado a volver a aparecer para aclarar esta situación. “Los rumores sobre mi muerte han sido algo exagerados- dijo con humor-. De todas maneras si estuviera muerto, sería el último en saberlo”.

Un rumor, argumentaciones endebles y ridículas para sostenerlo, una desmentida contundente e inmediata, pruebas fotográficas. Asunto zanjado. O eso debería haber sucedido. Muy por el contrario, la versión siguió corriendo y engordando. Se generó la duda en muchas personas. Y, de esa modo, la muerte de Paul, el famoso Paul is dead, mutó de broma a teoría conspirativa.

Y como todas las de su especie, se invirtió la carga de la prueba: Paul debía probar lo que nunca pensó que le sería exigido: que estaba vivo.

Antes del llamado telefónico al programa de radio de Michigan se encuentra un antecedente de la versión. El 17 septiembre de 1969 se publicó en el diario de la Universidad de Drake de Iowa una nota de alguien llamado Tim Harper. Hay quienes sostienen que hay una versión anterior del rumor que recorrió, tenuemente, sin llegar a demasiadas personas, en Inglaterra.

El hecho, el accidente automovilístico, tenía un antecedente real.

A fines de diciembre del 66 Paul chocó con su automóvil. Como resultado le quedó un diente partido, una ligera cicatriz sobre el labio superior y una estadía en el mecánico para arreglar las abolladuras del vehículo. El 7 de enero de 1967, un asistente del Beatle, el marroquí Mohammed Hadjij chocó el Minicooper de Paul y lo destrozó. Hadjij no sufrió lesiones de gravedad. La foto del auto destruido tuvo alguna difusión. Paul no iba en ese auto, sino en el de atrás con dos célebres compañeros, Mick Jagger y Keith Richards.

Una revista que hacía un reporte pormenorizado de las actividades de los de Liverpool, una especie de órgano de club de fans llamada Beatles Book Monthly publicó en su número de febrero de 1967 un recuadro titulado “Falso Rumor”. Consignaba que la mañana del 7 enero se había producido un accidente con el auto de Paul pero que él no iba dentro y que nadie había resultado herido.

Las pistas dejadas por los otros tres y por George Martin en las canciones, según quienes creen en esta teoría conspirativa, son múltiples y evidentes. En realidad, cada verso oscuro o poco claro, cada juego de palabras, cada referencia a la muerte o a una fuerza superior, es interpretada como señal de que Paul se encuentra muerto. Por ejemplo afirman que al final de Strawberry Fields Forever, John canta “I buried Paul” (Enterré a Paul). Sin embargo, parece que la línea correcta es “Cranberry sauce” (salsa de arándano). Pero no sólo hay que buscar huellas en las letras. La parte gráfica de los discos también es terminante. En la tapa de Sargent Pepper creen hallar casi una decena de referencias. El bajo hecho con flores -en realidad homenaje al fallecido Stu Sutcliffe-, en una mano que sobrevuela la cabeza de Paul, un Aston Martin de juguete, una insignia que lleva el bajista en su pecho que no dice lo que los conspiranoicos afirman y varias más.

También hay rastros dejados adrede en el libro que iba en el interior de Magical Mistery Tour. Casi uno por página creen los que prefieren creer. Cada foto en la que un Beatle, en especial Paul, mira para otro lado o está de espaldas se considera semiplena prueba de la muerte prematura del bajista.

Alguien también esgrimió que existe un estudio antropométrico realizado por dos universitarios que determinó sin lugar a dudas que la cara y la cabeza de Paul en 1966 y los de 1967 no corresponden a la misma persona. Es una lástima que sólo conozcamos esa conclusión pero no cómo se arribó a ella ni los antecedentes de los pretendidos expertos.

Pero sin dudas el punto máximo de toda esta elucubración es la tapa de Abbey Road. En ella los cuatro cruzan por la cebra peatonal. Paul es el único descalzo. Eso que tuvo origen en el calor reinante al momento de sacar la foto y en una broma medio boba de Paul se convirtió en el principal argumento para sostener que se encontraba muerto: a los cadáveres se los entierra descalzos. La vestimenta de los demás y el orden de aparición serían otros datos irrefutables. Cada uno cumple un rol específico: Lennon, delante de todos y de prístino blanco, sería el sacerdote, el celebrante, o el mismísimo Dios; Ringo, de negro, el de la funeraria; Paul, descalzo, con los ojos cerrados y un cigarrillo en la mano (en la mano ¡DERECHA!, y todos sabemos que es/era zurdo) el muerto; y George con camisa y pantalón de jean, el enterrador, el que cava la tumba. Por detrás un auto estacionado con una chapa que dice IF28. Es decir, Si 28. Lo que significa: Si Paul viviera, tendría 28 años. Esto se esgrimió como gran dato, como elemento incontrastable durante años, sin que se tuviera en cuenta que al momento de la foto y al momento de la publicación del disco, Paul tenía 27 y no 28.

Pero los datos, las pruebas por sencillas y esclarecedoras que sean no interesan demasiado en estas circunstancias. Siempre es preferible creer en la conspiración.

Fred LaBour, el autor de la nota original, todavía hoy se muestra atónito ante la repercusión que tuvo su texto paródico. Lo siguen contactando, cinco décadas después, quienes creen en este complot para presentarle nuevas pruebas. Recuerda que poco tiempo después lo invitaron de un programa de televisión. Él les aclaró que se trataba de una broma. El productor lo llamó al orden: “Usted no puede decir eso. Piense en nosotros. Tenemos una hora de aire que llenar”.

John Lennon otra vez se hizo eco del rumor en su diatriba contra Paul en esa canción enojada y furiosa post-divorcio beatle que es How do you sleep: “Esos freaks tenían razón cuando decían que estabas muerto; el error que cometiste estaba en tu cabeza”.

En 1993, Paul se rió de este tema desde uno de sus discos. El trabajo era el registro de sus presentaciones en directo. Paul is live (Paul está vivo) fue el título. En la tapa Paul atravesando la senda peatonal de Abbey Road llevando de la correa un perro. Al fondo el escarabajo blanco, subido a la verdad. La chapa ya no es I28. Ahora dice: 51 IS (Tiene 51: la edad de Paul en ese momento).

Paul McCartney con su vitalidad permanente desmiente esta teoría cada día de su vida. Con cada presentación en vivo, con cada disco nuevo. Su vitalidad deslumbra cuando se está acercando a los ochenta años. En el peor de los casos habría que reconocer que los Beatles, al menos los otros tres, eran geniales hasta para decidir castings. William Campbell en este medio siglo demostró, más allá de las coincidencias fisonómicas, dos cualidades que hicieron que la gran mayoría hayamos creído en que nada había sucedido. Campbell demostró ser longevo e increíblemente talentoso.

Por Matías Bauso

Infobae

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