Cómo apoyar a las personas con Alzheimer y su entorno
Ramón Lobos Vásquez
Médico Geriatra y Paliativista
La semana recién pasada se ha conmemorado el Día del Alzheimer, para poner en relevancia lo que se ha denominado la epidemia del siglo XXI, por su alta prevalencia; pero también por lo que significa en lo personal y en las comunidades el impacto de tal enfermedad.
La enfermedad de Alzheimer es una patología mental, incurable, que va degenerando las células nerviosas del cerebro y va disminuyendo la masa cerebral, de tal forma que los pacientes muestran un deterioro cognitivo que se va manifestando en dificultades en el lenguaje, pérdida en el sentido de orientación y claras dificultades para la resolución de problemas sencillos de la vida diaria.
Este año se ha conmemorado en torno al lema “integrando la innovación”, ya que se busca concienciar en que las consecuencias de la enfermedad no sólo son asumidas por quienes la padecen, sino que también por los denominados cuidadores directos y sus familias, pero también indirectamente por la comunidad en que se encuentran insertos.
Además de ser incurable, normalmente el diagnóstico de esta enfermedad es tardío, cuando ya se han estructurado daños y deterioros cognitivos importantes. Por eso, es esencial que haya diagnóstico oportuno y se puedan realizar tareas y rutinas en ciertas actividades para retrasar el deterioro que causa esta enfermedad, pudiendo intervenirse con ayudas clínicas y psicosociales que deben ser provistas comunitariamente.
No existe en la actualidad un tratamiento para prevenir o frenar el avance de la enfermedad, pero sí existen medicamentos que ayudan con algunos de los síntomas de la enfermedad y que sirven para mejorar la calidad de vida de los pacientes; por ello es necesario el control clínico periódico y la constante evaluación de la etapa de evolución de la enfermedad.
Lamentablemente en la medida que avanza el Alzheimer, se van generando deterioros que hacen que quienes la sufren sean más dependientes de los cuidados de terceros para desarrollar las actividades básicas de la vida diaria; lo que termina tarde o temprano siendo una gran carga para ellos, especialmente en las últimas etapas, razón por la cual se debe apoyar al paciente y a quien o quienes le cuidan, favoreciendo respiros o ayudas en el diario convivir con quienes padecen esta enfermedad.
En cada etapa de esta enfermedad hay tareas para desarrollar, ya que conociendo la evolución de esta es posible ir anticipando y desarrollando las competencias en ese entorno, para hacer frente a los requerimientos actuales y futuros. Por eso, es importante tener un adecuado soporte social en torno a las familias que cuidan de pacientes con Alzheimer, ya que cada uno de ellos van requiriendo más y más servicios o apoyos, que son perceptibles y urgentes cuando no son provistos y son detectados por las comunidades que rodean a estos pacientes.
Es por esto que el Alzheimer es una enfermedad que no sólo la padece el paciente, sino que también sus familiares y su entorno, quienes van observando y sufriendo su progresivo deterioro, pero también ven cómo se incrementan las tareas a desarrollar, es una espiral progresiva que sólo termina con la muerte del paciente. Por eso, no basta solamente con conocer su evolución en el deterioro y poder anticipar ayudas y prestaciones a proveer para amortiguar sus impactos familiares; también es necesario y efectivo trabajar con el paciente en toda su evolución, desarrollando y potenciando sus capacidades residuales a través de intervenciones en rehabilitación para permitir amortiguar los impactos.
Todo mayor que padece esta enfermedad debería estar incorporado a un dispositivo rehabilitador, que permita trabajar con ellos tanto fuera como dentro del hogar, según la etapa evolutiva en que se encuentra. Estos dispositivos en nuestras comunidades existen, pero no en número suficiente que permita asegurar una gran cobertura. Una falencia que los dispositivos sociales y clínicos deben subsanar y financiar en un futuro muy próximo, porque no logran llegar a todos quienes están transitando por el camino del deterioro y pérdida funcional. Ya está en el Sistema de Garantías en Salud esta enfermedad, pero falta el soporte social para poder impactar en más familias y pacientes.
Si bien es una enfermedad nefasta en su evolución, debido a una combinación de factores de riesgo, algunos de ellos no modificables como la edad o la carga genética, otros sí son modificables y deben promoverse comunitariamente como estrategia para disminuir sus impactos; siendo éstos los ya conocidos como estilos de vida saludable: dieta alimentaria en que se reduzca el consumo de grasas saturadas y se favorezca el consumo de frutas, verduras y legumbres que se encuentran en la base de la pirámide alimenticia. Consumir aquellos alimentos ricos en vitaminas; mantenerse activos físicamente, pero también mentalmente. Favoreciendo en toda etapa de la vida un adecuado entrenamiento cognitivo y desarrollo de nuestras capacidades y potencialidades.
Pese al destino conocido hay tareas a desarrollar en todo momento, lo que debe ser conocido y promovido en nuestras comunidades. De allí la importancia de al menos una vez al año tomar conciencia de esta enfermedad y sus consecuencias, para motivarnos a ser agentes activos en nuestro envejecimiento, no dejar que los años pasen, sino hacerle frente con nuestro desarrollo y actuar diario, para disminuir sus impactos y vivir una mejor vejez.