Necrológicas

Y usted, ¿es feliz?

Por Eduardo Pino Viernes 19 de Abril del 2024

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Cada cierto tiempo, aparecen investigaciones que presentan un fenómeno que, de cierta manera, se presenta muy de manera heterogénea en las opiniones de las personas: simple o complejo, prioritario o superfluo, operativo o insustancial, propio de cada uno o colectivo, etc. Lo que reúne un mayor consenso es la necesidad e interés por alcanzar la felicidad en nuestras vidas, más allá de la subjetividad que ofrece el concepto.

Se nos presentan rankings en que se pretende clasificar ordinalmente a los países, donde incluso hemos aparecido como los más felices de esta parte del mundo. No son pocos los desafíos cuando se quiere comparar poblaciones que ofrecen diferencias muy marcadas, incluso dentro de una misma nación. Esta temática durante el siglo pasado fue muy poco considerada dentro de las prioridades de la psicología, para ir ganando en las últimas décadas un sitial no sólo en la búsqueda personal, pues ha ido trascendiendo incluso en que algunos gobernantes la consideren “tema país”. Y es que la experiencia de Bután, país asiático que desde la década de los 70s viene fomentando el bienestar espiritual por sobre el material, al punto de reemplazar el indicador del PIB (Producto Interno Bruto) por el de FNB (Felicidad Nacional Bruta), conciben que la felicidad debe entenderse como un tema colectivo y sostenible con el equilibrio ecológico. El 75% de su población es budista y se fomenta el cuidado al medio ambiente por sobre la explotación de recursos, con lo que limitan la visita de turistas para mantener el equilibrio, por ejemplo. Es así que sus cuatro pilares para mantener esta filosofía de vida se basan en el desarrollo sostenible, preservación de la cultura y tradiciones, buena gestión pública y conservación del medio ambiente.

Pero también encontramos otros ejemplos que nos hacen dudar de la efectividad de estas propuestas, como la Venezuela en el 2013, donde Nicolás Maduro decretó la creación del “Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo”, en algo que a todas luces parece una broma de mal gusto. A fines del año pasado, se presentó en Rusia la misma propuesta de crear un Ministerio de la Felicidad, lo que no tuvo en la población una recepción favorable.

Pasando al análisis del concepto, y dejando atrás algunos de estos “curiosos” casos de países en que la libertad se encuentra restringida y las condiciones de vida no necesariamente se relacionarían con la felicidad precisamente, debemos comprender que una de las dificultades para experimentarla genuinamente es la necesidad imperiosa de conseguirla. Cuando “ser feliz” obsesiona a las personas, se pierde gran parte del sentido de la búsqueda que se va dando a lo largo de la vida. Creer que va a conseguirse de manera automática cuando logramos algunas metas propuestas, es desconocer la complejidad y dinamismo del psiquismo humano, así como lo transitorio de estos estados que nos llevan a renovar nuestros propósitos de manera permanente, en un camino donde el aprendizaje significativo ante las experiencias debiese resultar tan gratificante como alcanzar el objetivo. Para esto el equilibrio interno es fundamental, reconociendo como funcionamos y controlamos nuestros pensamientos, emociones, actitudes y conductas ante los diferentes escenarios que se nos presentan, especialmente los más adversos, complejos e incluso hostiles. Pensar que la felicidad está sólo “ahí afuera”, en lo que alcancemos a tener o conseguir, es fomentar la dependencia del estado de bienestar a tiempos buenos y abundantes, cuando las verdaderas pruebas y el genuino valor de crecimiento se demostrará en las crisis, por ejemplo, en el trato y relación que estableceremos con quienes nos rodean. Si a esto le agregamos otro ingrediente, como es la subjetividad de la felicidad, es que estos ejercicios comparativos que insistentemente pretenden igualarnos para convencernos que si todos recibimos lo mismo seremos más felices, sólo representan una propuesta solapada de control social que pretende otros fines. Establecer proyectos de vida estereotipados y en serie, limitando la libertad de elección y omitiendo los cambios motivacionales que se presentan a lo largo de nuestra vida, así como en los diferentes grupos que componen una sociedad diversa, debe alertarnos del peligro que, como tantas veces, viene en un atractivo papel de regalo.

Creo que la felicidad es un derecho, pues a final de cuentas es lo que todos buscamos y merecemos como personas, por lo que socialmente deben darse las condiciones y oportunidades básicas para conseguirla, pero teniendo claro que cada uno irá construyendo su propia realidad, asumiendo la responsabilidad del sentido que le demos a una trayectoria en que los demás no necesariamente estarán a nuestro servicio, en un desafío de largo aliento tan impredecible como gratificante.