121 años de vida de la Escuela 7
Este próximo domingo 28 de abril, la actual Escuela Bernardo O’Higgins para las nuevas generaciones, para los aún jóvenes de espíritu la querida, recordada y a estas alturas, legendaria Escuela 7 de Punta Arenas.
Fundada un 28 de abril de 1903, tuvo distintos hogares hasta llegar a la actual ubicación por allá por el año 1967, durante la dirección del inigualable profesor don Rodrigo Gómez Andrade. Figura señera, del esplendor de la escuela entre los años 1954 y 1981.
Pero más que enumerar fechas y nombres que de sí son importantes, pues las instituciones u organizaciones las forman mujeres y hombres, quisiera profundizar en el concepto que en ella (y en todas las escuelas fiscales que fueron abortadas el año 1981) tuvimos y aquilatamos quienes por aquella época, nos tocaron vestir, de pequeños escolares. La definición más general de escuela es, “establecimiento público donde se da a los niños la instrucción primaria o ciertos tipos de instrucción”. Claramente la definición en el caso de “mi escuela” (y “nuestra” para muchísimos) fue más allá que esa fría pero clara definición.
La Escuela 7, fue una verdadera muestra de nuestra sociedad. A ella asistían sin complejos ni dificultades, los hijos de las diversas familias de Punta Arenas. El hijo del obrero y del empleado de Enap, del almacenero de barrio, del contador, del comerciante del centro, del médico, del pescador, del ingeniero, del profesor, de la dueña de casa y la abuela, del dependiente de ferretería, en fin de todas las clases socio económicas y culturales de la ciudad. Esa variedad, esa representación de la sociedad en pequeños niños, generaba la mayor riqueza y el mayor aporte, que una cierta materia, ramo o disciplina.
Por cierto la Escuela 7 que me tocó vivir, fue esplendorosa en cuanto a resultados académicos. Los niños de la escuela ingresaban a cualquier liceo científico humanista o técnico profesional, sin ningún problema (pues casi en todos, se debía rendir pruebas de conocimiento en 8vo básico). Fue potencia escolar en deportes y no tenía gimnasio. Gran parte de los mejores basquetbolistas de aquella época provenían de la Escuela 7, forjándose en sus dos canchas de cemento al aire libre.
En la Escuela 7 tuvimos la oportunidad de apreciar cine a corta edad, pues en la sala de actos (e improvisado mini gimnasio), se proyectaba cine, casi todos los viernes en la tarde.
Al dentista fuimos por primera vez (la gran mayoría) en la misma escuela, pues tenía montada una sala-clínica con su respectiva silla dental. A los desfiles no se capeaba y se concurría orgulloso, pues nuestra escuela debía estar representada por todos.
Los profesores normalistas, que eran la gran mayoría, no sólo nos enseñaron la teoría de conjuntos o las primeras nociones de geometría o a escribir “castellanamente” sino que nos involucraron en el canto, la disertación, el folclore (aunque no todos tuviéramos las habilidades o destrezas) es decir, “se” y “nos” involucró, más allá de las horas pedagógicas, que dicta algún manual. Los libros en su gran mayoría, eran repartidos en el colegio o escuela todos los años, por el Ministerio de Educación. (¿Qué hace hoy el Ministerio?). Todos los días sin excepción, tomamos esa espesa leche y avena, con los sagrados tres “galletones” que llenaban la guata hasta llegar al almuerzo. Nadie tenía colaciones saludables ni andaba tanta chatarra dando vuelta. El jarro de leche con derecho a repetición (lo que casi nadie repetía) era también parte del compartir y el crecer juntos.
Alguno dirá que me ha entrado la nostalgia, pero he querido reseñar pequeños pasajes de una educación integrada socialmente, que lograba hacer crecer a todos, que creaba redes de apoyo en la vida, que estimulaba la sana competencia en las diversas disciplinas, que iba más allá de dictar y aprender ciertas materias, sino que era una real escuela de vida. La educación, luego de ello, con la municipalización y segmentación se empobreció, pues la educación empezó a compartirse con “los iguales”, con “los parecidos”. La diversidad, el colorido, la amplitud desapareció. Agradecido de haber podido vivir aquello. La sociedad cambió y nadie quiere salir de sus márgenes.
Gracias legendaria y maravillosa Escuela 7, gracias tía Bernardita Vásquez, profe y amigo Hugo Villegas, don Enrique Miranda, doña Olga Olivares, doña Laura Bahamonde, profe Olga Sommer, profe Rodolfo Suárez, profe Segura (Chopper), profe Silva, profe Georgina Cárdenas, profe Dina Díaz , profe Yolanda Gómez, profe Teresita Valenzuela, profe Germán Hidalgo y de los más cachorros para ese tiempo profe Rolando Lizondo. Larga vida Escuela Bernardo O’Higgins, y recuerdo para siempre de la vieja Escuela 7.