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Aprender a confiar

Por Marcos Buvinic Domingo 5 de Mayo del 2024

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En la columna del domingo pasado me referí a la devastadora epidemia de desconfianza en que estamos inmersos, causada por el deterioro del sentido ético y de la asfixia de la esencial dimensión espiritual del ser humano; decía que frente a la epidemia de desconfianza la única opción humanizadora es aprender a confiar.

Ante la invitación a aprender a confiar, inmediatamente pueden surgir muchas objeciones: que los que confían en los demás son ingenuos o tontos, que es tal la cantidad de decepciones que ya no se puede confiar en nadie, que es un peligro y hace mucho daño. Como la desconfianza es contagiosa, todas esas afirmaciones son el virus que propaga la epidemia de desconfianza.

Se escucha decir que “en la confianza está el peligro”, lo cual -en sentido positivo- nos advierte que la confianza siempre implica un riesgo, pero habitualmente esa expresión se usa para decir que no hay que confiar porque es peligroso y dañino. Quedarse con que “en la confianza está el peligro” es elegir permanecer en el miedo y a la defensiva, en lugar de elegir la oportunidad para el crecimiento en la relación. 

Por eso, se trata de aprender a confiar, porque confiar es una decisión, es un acto voluntario que procede de la libre decisión de hacerlo. Es decir, confiar en otro no es una sensación o un sentimiento, sino una decisión razonada y razonable, fundada en los motivos de credibilidad de la otra persona y en los beneficios que trae relacionarse desde la confianza, entre las personas y en la sociedad.    

De esta manera, aprender a confiar requiere una “pedagogía de la confianza” y, al respecto, quiero compartir una experiencia personal. ¿Se imaginan ustedes un colegio donde en las pruebas los profesores dejan las preguntas y se van de la sala, y nadie copia? Parece una locura, parece que esos profesores son ingenuos y están incitando a los alumnos a copiar. Nada de eso, sino que son educadores que decidieron confiar en los alumnos, en su capacidad de bien y honestidad; confiando en ellos les han mostrado que son valiosos y quieren enseñarles que su palabra vale y se puede vivir sin trampas. Quizás, muchos dirán que eso no es posible, pero ¡sí que lo es! Esa fue mi experiencia en el establecimiento en que estudié, el Colegio Seminario Menor, en Santiago, que apostó por una “pedagogía de la confianza” que va al fondo de las relaciones humanas, y de lo cual esto de las pruebas en que nadie copiaba es sólo un botón de muestra. Así nos formaron para hacer el bien porque lo deseamos, y no porque no podamos hacer el mal.

Una pedagogía de la confianza pone en primer lugar la dignidad del ser humano, su capacidad de bien y de diálogo, en el respeto a la singularidad de cada persona. En el camino del aprendizaje de la confianza se requieren convicciones sólidas acerca de la persona humana y su capacidad de bien, acerca de lo que nos hace más humanos y nos permite vivir mejor. Convicciones sólidas que permitan asumir los riesgos que implica confiar, y enfrentar los hechos cuando la confianza es defraudada y es necesario volver a empezar.

Sólo quien se decide a confiar, sin ingenuidades y con sólidas convicciones, es alguien que puede dar de sí mismo y compartir -de verdad- con los demás; porque quien vive desde la desconfianza sistemática vive a la defensiva, y quien vive a la defensiva ante la amenaza que representan los demás no puede dar ni darse.

Entre las motivaciones para el aprendizaje de la confianza la más poderosa es la fe en Dios que es Padre que confía en sus hijos, a quienes conoce con amor. Así, en los evangelios vemos al Señor Jesús que, siendo “manso como paloma y astuto como las serpientes”, no se cansa de ofrecer confianza a quienes no la acogen y la defraudan: eso es el perdón a los pecadores para que empiecen de nuevo y construyan relaciones verdaderas desde la capacidad de bien que los habita. Esa es la sabiduría del Señor Jesús que responde a los que dicen que sólo los tontos confían. El Señor no es tonto, sino que ofrece su sabiduría que no deja de confiar. 

En el aprendizaje de la confianza, que permite enfrentar los traumas que desde la infancia pueden hacernos vivir en la desconfianza y a la defensiva, se encuentra una de las experiencias más importantes en la vida de cada persona, así como en la conversión de cada creyente en el Señor Jesús, pues sólo la decisión de aprender a confiar -y sin ingenuidades- es la que reconstruye un tejido de relaciones humanizadoras y una convivencia social saludable y fecunda.