Necrológicas

Insostenible

Por Alejandra Mancilla Domingo 21 de Julio del 2024

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A comienzos de este siglo, era una optimista de las energías “renovables”. Trabajando como periodista, recuerdo que una vez tuve que escribir un artículo acerca de las energías limpias en construcción. Estuve en el techo de un edificio en Ñuñoa, viendo cómo una relativamente simple instalación de tubos negros de goma permitía calentar el agua para todos los departamentos, dando calefacción y duchas calientes a precios irrisoriamente bajos para Santiago. Visité una bodega de fármacos construida de manera geotérmica. Sólo gracias a la circulación del aire bajo tierra reducían el consumo de electricidad notablemente, ayudando a mantener una temperatura constante en invierno y verano. Algunos entusiastas me explicaron cómo los paneles solares podían salvar el norte, y cómo los molinos de viento y las centrales de pasada podían salvar el sur. La idea de los autos eléctricos estaba en ciernes, y para muchos era el futuro. Hoy estamos en ese futuro, y el optimismo de hace veinte años se me quitó.

Ya he escrito y volveré a escribir sobre este tema, que no se resuelve ni en una columna ni en muchas, pero que me parece tan importante que no me importa parecer majadera a fuerza de repetirlo. La “transición verde”, como se está planteando, de “verde” tiene poco. El quid del asunto es que el objetivo que se propone actualmente no es tanto disminuir el uso de energía como seguir produciendo tanta o más energía, pero de manera más “limpia” y eficiente. El problema es que la definición de lo que es “limpio” es cuestionable, y no se toma en cuenta la paradoja de Jevon, es decir, que las mejoras en eficiencia energética no llevan a reducir el consumo ni a mantenerlo constante, sino más bien a aumentarlo.

En cuanto a la “limpieza”, claro está que un auto eléctrico se ve más limpio que uno petrolero. Vivo en Noruega y ya me he acostumbrado a la estética Tesla. No hay olores a aceite quemado, ni chance alguna para el tuning. Se acelera en silencio y se frena en silencio. También se ven mejor los molinos de viento y los paneles solares que las centrales termoeléctricas. Y el agua se siente intuitivamente más limpia que el carbón. Sin embargo, en la medición de lo que es limpio debemos considerar también la infraestructura necesaria para capturar esa fuente limpia, y aquí es donde los cálculos se ponen interesantes. ¿Cuántos metales raros requieren las baterías eléctricas, de dónde salen y a costa de qué? ¿Cuánto pesa una batería eléctrica y qué implica esto en términos de eficiencia energética? ¿Cuánta vida útil tienen estas baterías? ¿Y dónde van a parar de viejas? El mismo ejercicio hay que hacerlo con los molinos de viento (hasta hace poco, las aspas se hacían con madera de balsa importada, muchas veces ilegamente, de la selva ecuatoriana) y los paneles solares. En cuanto a la hidroelectricidad, hay que preguntarles a las truchas qué opinan cuando les cortan el camino río arriba. Otro factor es la escala: un molino para dar energía a un par de casas no es lo mismo que dos mil molinos cuya energía será usada para extraer hidrógeno y exportarlo a países que necesitan reducir su huella de carbono.

En cuanto a la paradoja de Jevon, ésta exige preguntarse para qué estamos instalando energías limpias: ¿es para que los hospitales tengan electricidad o para que les influencers puedan seguir subiendo videos a tiktok y para que sus seguidores los puedan seguir bajando? ¿es para mantener funcionando industrias de productos esenciales o para que bitcoin pueda seguir funcionando? ¿No deberíamos enverdecer la demanda tanto como la oferta?

La falta de espíritu crítico es en gran parte responsable del lío global en el que nos encontramos. Para que una transición sea genuinamente verde, y no una mera repetición de lo mismo, habrá que hacerse muchas más preguntas que las que nos estamos haciendo hoy.