Necrológicas

Decadencia de las élites y el poder de la gente buena

Por Marcos Buvinic Domingo 1 de Septiembre del 2024

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¡Que lamentable y penoso espectáculo el de las élites de nuestro país! Me refiero al patético espectáculo de las élites de gobierno, élites políticas, económicas y sociales, han ofrecido al país con ocasión de las primeras escaramuzas del llamado “caso audios”. Era sólo la audiencia de formalización, que duró cinco días, y empezaron a volar plumas de todos los colores y en todas direcciones.

Tratándose de un proceso jurídico, donde hay gente presa y donde parece que seguirán volando plumas y saliendo trapitos sucios al sol, he recordado al gran filósofo y político italiano Norberto Bobbio († 2004), quien decía que el valor de una sociedad no se mide por su buen ordenamiento jurídico sino por las virtudes que viven los ciudadanos. En este caso, todas las partes y los que opinan se remiten al funcionamiento del sistema judicial, pero, la cuestión de fondo son las virtudes que viven los ciudadanos, las que se echan de menos en las élites, y las que brillan en la “gente buena” que nos rodea.

Hace unos meses escribía sobre la gente buena que nos rodea en la vida diaria, y me parece que es ocasión de volver a retomar el tema, porque son muchos los que piensan que este mundo no tiene arreglo y que pertenece a los violentos y a los corruptos, y también a los arribistas que hacen de la vida un espectáculo. Entonces, esos que piensan que esto no tiene arreglo se encierran, amargados, en su pequeño mundo. Pero lo que siempre puede sanarnos de la amargura es mirar a nuestro alrededor en la vida de la gente común y corriente. Volver a mirar con atención a nuestros vecinos, compañeros de trabajo y a tanta gente que encontramos cada día; gente que entiende poco o nada de los grandes problemas del mundo o de la sociedad, pero que los sufren mientras con duro trabajo se ganan el pan de cada día. Volver a mirar ese tesoro maravilloso que llamamos “gente buena”; son ellos quienes pueden sanar los penosos espectáculos de las élites y devolver la confianza necesaria para vivir, y vivir con ilusión.

No es fácil definir a la gente buena, pero cuando la vemos la reconocemos. Mirando a nuestro alrededor podemos reconocer que estamos rodeados de gente buena, de personas honestas y trabajadoras, que con esfuerzo procuran hacer una buena vida con su familia, que son solidarios de verdad y disponibles para ayudar a otros. No cuesta mucho reconocer a la gente buena: son personas sencillas y acogedoras, saben escuchar, tienen una mirada serena y una sonrisa fácil que deshiela las frialdades, y sabemos que en esa gente podemos confiar.

En la población donde vivo, miro a mi alrededor y doy gracias a Dios porque estoy rodeado de mucha gente buena, y a muchos de ellos los miro con admiración por el modo en que viven, por el modo en que se relacionan, como saben ponerse en el lugar de otros y se ocupan discretamente de quienes lo están pasando mal. Gente buena que saca tiempo y cariño para los asuntos de la población, participar en la vida de su comunidad cristiana, y acompañar a quienes están más solos. Claro que, también en mi población pasa lo mismo que en los barrios lujosos o exclusivos condominios: hay gente difícil y hay algunos que no tienen los trigos limpios, pero la gente buena es la inmensa mayoría.

Esta admirable gente buena que nos rodea en la vida de cada día atraviesa toda la sociedad. La gente buena no es una clase social, sino que es transversal a toda la sociedad, porque se trata de una actitud interior hecha de virtudes como el respeto, la compasión, la solidaridad. Conozco a mucha gente buena que no son creyentes, pero otros muchos sí lo son y viven confiando en el amor del Señor que los acompaña cada día. Toda la gente buena, sean cristianos o no, es gente sencilla y cercana que brillan por sus virtudes y los valores que viven.

Alguna vez leí que el valor de un pueblo se mide por la cantidad de gente buena que es capaz de producir, y estoy muy de acuerdo con eso. Nuestra vida como sociedad y como país funciona gracias a toda esa gente buena que nos rodea, a pesar de los delincuentes y de los corruptos, así como de los penosos espectáculos de las élites. 

La gente buena y laboriosa que nos rodea vive de virtudes, por eso pueden sanar a los desencantados o a los que destilan amargura, si éstos saben mirarlos y reconocerlos. La gente buena cada día nos da razones para vivir en la esperanza de ser mejores y de algo mejor para todos. Gracias a Dios, es mucha la gente buena.

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