De dulce y de agraz
Parece que hace décadas que no celebrábamos unas Fiestas Patrias tan convulsionadas y perturbadas como las de este año. El largo feriado que se venía permitía vislumbrar una celebración con muchos encuentros y diversión, fiestas y descansos. Pero las cosas no han sido así, sino que nos ha tocado enfrentar estas Fiestas Patrias siendo testigos de la penosa y grotesca exhibición de la corrupción y del déficit ético que afecta todos los niveles de nuestra sociedad.
Por cierto, igual va a haber fiesta, y ciertamente son muchos los que ni se enterarán del lamentable momento que está atravesando nuestro país con el extendido mal de la corrupción, la cual está carcomiendo las instituciones fundamentales del país, en niveles que, probablemente, nunca imaginamos.
¡Qué complicado resulta cuando son los organismos del Estado que tienen que actuar ante una crisis de estas proporciones los que están afectados y socavados en su credibilidad por el cáncer de la corrupción!
La crisis ética que estamos viviendo como país, nos permite identificar un criterio decisivo para reconocer a los que -en el quehacer cotidiano- son constructores de la Patria. Así mismo, nos permite reconocer a los que destruyen -¡aún desde altos cargos de autoridad!- los vínculos de solidaridad, la convivencia democrática y el sentido de pertenencia comunitaria que constituyen el legado de la Patria común.
En medio de la amargura y el sinsabor que los hechos de corrupción difunden en la comunidad, es cuando es más necesario mirar el legado que hemos recibido de las generaciones que nos precedieron en la construcción de nuestro país. No somos herederos de una historia de gente deshonesta y tramposa, aunque siempre ha habido algunos sinvergüenzas. No somos sucesores de gente egoísta y arribista que -simplemente- ha buscado su beneficio personal valiéndose de los bienes comunes, aunque siempre ha habido algunos aprovechadores y trepantes. Tampoco somos descendientes de un puñado de gente mentirosa, estafadora y abusadora de la autoridad que se les confiere, aunque siempre ha habido algunos corruptos.
No, nuestra Patria no la han construido los sinvergüenzas ni las autoridades corruptas; no es obra de los jueces inicuos ni de las personas que se enriquecen a costa del engaño, la pillería, la explotación de los trabajadores, o el abandono de los pobres a su propia suerte. La Patria no es una telaraña del poder que controla y se aprovecha de los demás, sino una red de solidaridad y comunión de destino.
Nuestra Patria, nuestra hermosa y dulce Patria, es una obra colectiva de gente decente, de gente honesta y trabajadora, de hombres y mujeres que brillan por sus virtudes solidarias, de padres y madres de familia que se sacrifican para dar buena educación y valores a sus hijos. Son gente íntegra y trabajadora, obreros y profesionales, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, que viviendo y trabajando de modo sencillo y virtuoso son servidores del bien común. Y cuando del bien común se trata, nunca olvidamos que ¡quien no es servidor es un aprovechador! Por eso es que ahora muchos ciudadanos queremos ver hasta dónde llegará el repetido “caiga quien caiga”.
Hace unos meses comenté en una columna algo que viví al pagar el estacionamiento de una calle de nuestra ciudad, el cobrador me dijo: “no le puse la boleta, así que págueme una luca y estamos listos”. Le dije: “hagamos las cosas bien: yo llegué hace dos horas, así que cóbreme lo que corresponde, y los dos haremos lo correcto”. El cobrador, sorprendido ante alguien tan tonto que no aprovechaba la oportunidad de pagar unos pesos menos, me dijo: “a mí no me importa eso de lo correcto, me importan las monedas”.
Es verdad que a todos nos importan las monedas, en cuanto son un medio para vivir; pero esa frase, “a mí no me importa lo correcto, me importan las monedas” es el leit motiv, el principio guía de la conducta de todos los autores de las sinvergüenzuras que nos aquejan, desde las pequeñas trampas y coimas hasta los mega fraudes. A veces, según sea el caso, habrá que cambiar “monedas” por la ideología o el partido de la persona, otras veces habrá que cambiarlo por obtener tal o cual cargo, o por “pasarlo bien” o por “lo que me importa es ganar”, o “comprar lo que quiero” o conseguir tal o cual beneficio personal.
¿Habrá autoridades con -valga la redundancia- autoridad para reconstruir éticamente al país? Celebremos las Fiestas Patrias esperando que aún estemos a tiempo para ser un país de gente íntegra, de gente honrada y trabajadora, un país de gente llena de sano orgullo de ser chilenos, un país que brilla por la solidaridad de sus ciudadanos y por las virtudes de la gente buena que es capaz de producir.