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La Navidad tiene un nombre

Por Marcos Buvinic Domingo 15 de Diciembre del 2024

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Las calles y centros comerciales de nuestra ciudad se ven más llenos de gente haciendo compras que, se supone, son para celebrar la Navidad. Viendo este ajetreo me preguntaba qué es lo que irán a festejar en Navidad, porque parece que para muchos, la Navidad poco o nada tiene que ver con celebrar el nacimiento del Señor Jesús. Muchos ni se imaginan que la palabra “navidad” quiere decir “nacimiento” y que en esta fecha los cristianos estamos celebrando el nacimiento del Señor Jesús. La Navidad tiene un nombre, Jesús, y sin Jesús no hay Navidad.

Por obra y gracia del mercantilismo de la sociedad y de la secularización de la cultura, la Navidad, que es la alegre y esperanzada celebración de los cristianos recordando el nacimiento del Señor Jesús y actualizando su presencia entre nosotros, ha terminado siendo -para muchos- un carnaval consumista de regalos sin mucho más sentido que las pegajosas melodías de las tiendas que venden esos objetos, sin más brillo que las luces que se encienden y apagan sin parar, y sin más alegría duradera que las burbujas del espumante o la sidra con que se brinda. 

Como la Navidad tiene el nombre de Jesús, uno de los signos que mejor expresa el sentido de esta fiesta es el pesebre. Es el signo de Navidad que todos podemos poner en nuestras casas y nos ayuda a centrarnos en el Festejado en Navidad.

Quisiera contarles la historia de este sencillo y expresivo signo del sentido de la Navidad. El relato del nacimiento de Jesús en los evangelios es impresionantemente sobrio: “María dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada”. Así no más, ¡acostado en una pesebrera junto a los animales; ese fue el lugar del “Dios-con-nosotros”!

El signo del pesebre lo inventó san Francisco de Asís, el humilde discípulo de Jesús y patrono de la ecología, en la Navidad de 1223, hace 801 años, en el pueblecito de Greccio, en Italia. Francisco estaba enfermo y pensaba que, tal vez, esa sería su última Navidad en la tierra, y quiso celebrarla de una manera distinta y especial.

Francisco tenía un amigo llamado Juan, el cual poseía un pequeño bosque en la montaña del Greccio, y allí había una gruta que Francisco se la imaginaba como el lugar donde nació Jesús, en los campos de Belén, y que él había conocido poco antes en el viaje que había hecho a Tierra Santa. Francisco le contó a Juan su deseo de hacer allí un “pesebre vivo”, y juntos prepararon todo en secreto, como una sorpresa para los habitantes del pueblo.

Entre la gente del pueblo, Francisco y Juan escogieron algunas personas para que representaran a María, a José, y a los pastores y pastoras; les hicieron prometer que guardarían el secreto hasta la noche de Navidad, y prepararon la escena del nacimiento. ¡Hasta consiguieron un niño nacido hacía poco para que representara a Jesús! También tenía listas las ovejas, un burro y un buey.

En la noche de Navidad, cuando las familias estaban en sus casas, las campanas de la iglesia empezaron a tocar sin parar. La gente salió de sus casas a ver qué pasaba; entonces, vieron a Francisco que desde la montaña los llamaba para que subieran donde él estaba.

Alumbrándose con antorchas, porque era una noche muy oscura y fría, subieron hacia la gruta. Cuando llegaron quedaron sorprendidos y admirados, porque veían algo que nunca habían pensado ver. Era como si el tiempo hubiera retrocedido varios siglos, y se encontraran en Belén, celebrando la primera Navidad de la historia: María tenía a Jesús en sus brazos, y José, muy contento, conversaba con un grupo de pastores y pastoras que estaban con sus ovejas, el burro y el buey.

Allí, con el párroco del pueblo, celebraron la Eucaristía y dice el texto de la biografía de Francisco que “terminada la Eucaristía, Francisco, lleno de amor y de alegría, les contó a todos los presentes, con lujo de detalles, la hermosa historia de la Navidad, y Jesús, luz del mundo, llenó sus corazones de paz y de amor, y todos volvieron a sus casas colmados de alegría”. Tres años más tarde, san Francisco de Asís murió, y nos dejó este hermoso signo de hacer cada año el pesebre para celebrar el nacimiento del Señor Jesús.

La maravillosa la pedagogía que contiene el pesebre deja muy claro cuál es el orden de las prioridades para el “Dios-con-nosotros” y, por tanto, cuáles son las opciones más importantes y permanentes en su modo de actuar, y lo que nos invita a vivir.

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