El hombre de aquel viernes
El Hombre de aquel viernes es un inocente, arrastrado como un prisionero torturado que carga una pesada cruz. Lo acusan de llamarse hijo de Dios y al imperio le preocupa porque dice que es rey. Había pasado por el mundo sólo haciendo el bien, pero los poderes del mal no soportaron tanto amor a la humanidad, especialmente a los que en este mundo son mal amados, a los que no cuentan y están en las orillas de todos los caminos de la historia.
Todo esto ocurre porque el Hombre de aquel viernes ha amado de un modo nuevo y hasta el final, sin mentiras ni palabras vacías. Él quiere devolvernos la libertad y la alegría que nos son robadas por el pecado; es decir, por el mal y el daño que nos hacemos unos a otros.
Esto es lo que los cristianos comenzamos a celebrar hoy, en el día que llamamos “Domingo de Ramos”, haciendo memoria de la entrada del Señor Jesús en Jerusalén, en medio de la algarabía de sus discípulos y de la indiferencia de muchos habitantes de la ciudad que llenan los mercados haciendo compras para la celebración pascual de los judíos. Una entrada en Jerusalén que culminará, aquel viernes, con la ejecución de aquel Hombre a manos del poder religioso que lo condena y del poder político que lo ejecuta; así de sencillo y así de criminal. Es en medio del horror de esa muerte que se manifestará lo que Dios hace en la resurrección del Crucificado.
En Jerusalén, al Señor Jesús lo detienen, lo despojan de su dignidad y lo humillan, lo juzgan, lo torturan y lo ejecutan, y el Hombre de aquel viernes se adentra en la oscuridad y en la vida desgarrada de los abatidos y sufrientes a quienes ha acompañado, ha abrazado, consolado y aliviado. Dios, a quien el Hombre de aquel viernes llamaba su Padre, no está indiferente contemplando el drama, sino que lo fortalece para que siga amando hasta el final. Sólo así se manifiesta que Dios es amor que permanece amando y perdonando en medio del sufrimiento, y hasta el final.
El Hombre de aquel viernes fue crucificado como un maldito. Le quitan la vida, pero él la está dando libremente, porque para el Hombre de aquel viernes es imposible generar violencia, porque para él no sirve eso de que “un clavo se saca con otro clavo”, porque la violencia no se elimina con violencia, y el amor del Padre no se manifiesta imponiéndose por la fuerza, no responde con crueldad ni legitima ningún poder opresor. Al contrario, la respuesta del Hombre de aquel viernes se escucha desde lo alto de la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Así, en el Hombre de aquel viernes se manifiesta el verdadero rostro del Dios Amor, el rostro del Padre que no abandona a su Hijo en el sufrimiento y comparte el dolor de todas las víctimas y crucificados de la historia. El Hombre de aquel viernes, de ese modo, desbanca todas las caricaturas e ideas pueriles que las personas pueden hacerse sobre un Dios que actúa como una especie de genio de la lámpara de Aladino, que reparte favores y “gauchadas” a algunos, mientras caprichosamente las niega a otros; una caricatura de alguien insensiblemente temperamental que regala premios a unos y castigos a otros. ¡Qué ridiculez y qué agravio para la vida entregada del Señor Jesús!
En el Hombre de aquel viernes se manifiesta lo que el apóstol Pablo llama “la locura de Dios”; es decir, que Dios ha venido a compartir el dolor, a participar del sufrimiento y a tomar como propio el dolor de todas las personas. En el Señor Jesús crucificado, Dios asume todo lo que desgarra al ser humano. Nada se pierde, nada es inútil en la entrega del que “vino a buscar y salvar lo que estaba perdido”.
Entonces, con este llamado “Domingo de Ramos”, en que celebramos la entrada del Señor Jesús en Jerusalén para realizar la ofrenda de su vida, comenzamos la llamada “Semana Santa”. Para todos los cristianos estos días son los más importantes del año, porque a la luz de lo que en ellos celebramos es que tienen sentido todos los otros días, semanas, meses y años de nuestra vida. A la luz de la muerte y resurrección del Señor Jesús, que permanece siempre amando de un modo nuevo, tienen sentido los afanes y luchas de cada día; incluso se llenan de sentido el dolor, el sufrimiento y aun la misma muerte.