La historia de joven cuidadora que lucha por sacar a flote a su familia
Brinda los cuidados a su mamá que sufrió un accidente cerebrovascular.
Desde una parcela del sector de Laguna Lynch, Karen Razetti Avila (25), cuida a su madre con la misma ternura con la que acompaña a su hija de 5 años. Su vida transcurre entre rutinas, visitas domiciliarias de profesionales de salud y gestiones pendientes para acceder a beneficios sociales. Es una joven cuidadora en una región que aún no visibiliza del todo a quienes sostienen el bienestar de otros desde la intimidad de sus hogares.
Aunque todavía no está formalmente reconocida como cuidadora -el proceso de inscripción y validación en el Registro Nacional está en trámite- Karen ya recibió un reconocimiento por parte del Instituto de la Juventud, instancia que buscó destacar experiencias significativas de cuidado en Magallanes. A pesar de no saberse nominada, asistió al evento y fue una de las pocas personas que representó el cuidado informal, ese que se ejerce desde el compromiso cotidiano y no desde un contrato ni un sueldo.
“Creo que fui la única cuidadora ese día”, recuerda con una sonrisa tímida. “Me gustó porque fue un momento para salir, para compartir. Acá paso todo el día con mi mamá, fue como respirar un poco”. El cuidado no ha sido una tarea impuesta, sino una decisión tomada desde el vínculo. Tras salir de un contexto complejo, en el que madre e hija estuvieron privadas de libertad, Karen eligió rearmar su vida desde otra perspectiva. Su madre enfermó tras ese quiebre familiar, y desde entonces comenzó una nueva etapa marcada por la dependencia física y la rehabilitación.
El accidente cerebrovascular afectó la movilidad del lado izquierdo del cuerpo de su madre. Estuvo cinco meses hospitalizada y lleva ya tres meses instalada en la parcela donde vive Karen, único espacio que pudo conseguir sin pagar arriendo ni consumos. Sin vehículo ni redes amplias de apoyo, ha solicitado todas las atenciones médicas a domicilio, lo que le permite evitar traslados complejos. Las terapias también llegan hasta su casa: kinesiólogos, enfermeras y médicos que colaboran en el proceso de recuperación.
En paralelo, Karen se encarga de su hija pequeña, organiza las comidas, gestiona trámites, y busca generar ingresos a través de trabajos esporádicos o ventas informales. “A veces me salen changas, pero no siempre puedo, porque si nadie puede quedarse con mi mamá, tengo que cancelar. Me han ofrecido cosas, pero no puedo moverme. Eso igual agota”, confiesa.
Sus antecedentes, le han cerrado varias puertas, a pesar de haber terminado cuarto medio y de haber intentado reinsertarse por diferentes vías. Aún le quedan años para que su expediente quede limpio. Mientras tanto, su día a día se organiza desde la precariedad, pero también desde una enorme voluntad de resistir con dignidad.
El vínculo con su suegra ha sido fundamental. Ha sido ella quien la orientó en la búsqueda de subsidios, beneficios sociales y posibilidades de arriendo en la ciudad. Karen desea mudarse pronto a un lugar más cercano al centro para que su madre pueda salir, distraerse, ver gente. “Aquí está muy encerrada. Yo también. Nos falta contacto, rutina, respiro”.
La esperanza está puesta en las gestiones que lleva adelante: la jubilación anticipada de su madre por invalidez, la acreditación como cuidadora y el acceso a algún tipo de pensión que permita proyectar una vida más estable.