Necrológicas

– Egon Paredes Mancilla

– Dina Galindo Saldivia

– Arturo Francisco Kroeger Vidal

– Edith Vecchiola Ferrera

Recursos verbales

Por Jorge Abasolo Jueves 3 de Julio del 2025
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Desde luego que un hábil manejo de la retórica es fundamental para que empresarios, políticos, entre otros escale posiciones de un modo raudo y hasta meteórico. Así, por medio de este expediente, los hombres dedicados a la llamada “cosa pública”, se transforman en peritos en pergeñar discursos floripondiosos rimbombantes, de esos que entusiasman a los más giles.

La costumbre es vieja, casi inveterada.

Hacia 1925, en Ginebra, cuando hacían uso de la palabra hombres de la categoría de Edvard Benes, Joseph Boncour, Apony o Scialogia, todo el mundo escuchaba embobado y con los ojos tan abiertos como el dos de oros del naipe español.

Conozco a gentes que han pasado años trabajando, perfeccionando y corrigiendo sus peroratas hasta conseguir enfervorizar las bullangueras asambleas y ganarse así un puesto a concejal, core o diputado. Aunque sea por Perquenco o Pelequén. Y claro, como dicen los gringos, “speaking well does not convince everyone, but many are influenced” (hablar bien no convence a todo el mundo, pero muchos se sugestionan).

Lo que un orador necesita es desarrollar la elocuencia. Para ello, partamos por definir el término. ¿Qué es la elocuencia? Me parece que hay que ser práctico en esto -y coincidir en que la elocuencia bien lograda- es la de aquel tipo que es capaz de describir a la Claudia Schiffer sin necesidad de mover las manos.

En nuestra fauna política de antaño hemos tenido personalidades muy competentes en circunloquios, galimatías o eufemismos, pilares cardinales para escalar posiciones en la “chuchoca” política.

Famoso fue el senador Isidoro Errázuriz, apodado “El Boca de Oro”, por su proverbial facilidad de palabra. Según el propio Arturo Alessandri Palma se trataba del mejor orador del Senado…después de él, por supuesto, porque el León de Tarapacá tenía su ego a alturas siderales.

En una sesión del Congreso, Errázuriz comenzó un discurso en latín para terminar diciendo: “Ante la dádiva magnánima, conjetura el beato su sospecha…” (cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía…).

Eran los tiempos en que en nuestro Congreso Nacional había senadores de sapiencia superior y hasta se desataban encuentros por quién hablaba mejor.

Hoy la situación es distinta. Tenemos un Parlamento discreto, mediocre…por no decir “penca”.

Hoy por hoy,  el argumento ha sido sustituido por la descalificación, cuando no, por el insulto a secas. Y los que logran decir alguna verdad frecuentemente lo hacen a medias, ocultando lo que conviene, adquiriendo una forma oblicua. Entonces, ya está operativo y listo para esperar que le vaya bien en la “cosa pública”.

Y así, cuando se refiere a un funcionario inepto, pero con derecho a voto, el hombre dirá que “fulano, de tal empuje y voluntad denodados no requieren la presencia de luces despiertas”. Si quien le financia la campaña es un carajo de siete suelas que ha hecho fortuna con el narcotráfico, deberá referirse a él diciendo “que su acendrado sentido social no supo de las finezas de ciertas actividades”.

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