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Magallanes, la Antártica y el espejo argentino: una lección geopolítica pendiente

Por La Prensa Austral Domingo 7 de Septiembre del 2025
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Interesantes resultan las reflexiones del geógrafo y divulgador Alejandro Barros, quien, más allá de su popularidad como podcaster y escritor, nos interpela directamente sobre el lugar que ocupa Magallanes en la estrategia de Chile. Su diagnóstico es claro: el extremo sur del país sigue siendo un territorio con un valor geopolítico inmenso, pero gestionado con una lógica que combina la desidia interna y un legalismo internacional que, aunque ha evitado conflictos, también ha limitado nuestra proyección.

El estrecho de Magallanes, el Cabo de Hornos y el Paso Drake constituyen una reserva estratégica para el comercio mundial. Si bien el canal de Panamá concentra hoy la mayor parte del tráfico marítimo, cualquier interrupción -como la vivida recientemente en el estrecho de Hormuz- revelaría la importancia de contar con rutas alternativas. En ese escenario, Chile no sólo debería recordar que custodia una vía de paso crucial, sino entender que su control territorial y marítimo implica una responsabilidad permanente.

La segunda dimensión señalada por Barros es aún más decisiva: la proyección hacia la Antártica. Magallanes y, en particular, Punta Arenas, son la puerta natural para las operaciones científicas y logísticas en el continente blanco. No se trata de un privilegio simbólico, sino de una posición que puede definir las relaciones futuras en un escenario donde la soberanía, los recursos y el acceso científico serán objeto de crecientes disputas. La pasividad o la falta de visión estratégica en este punto puede hipotecar la ventaja comparativa que hoy ostenta nuestra región.

En contraste, Argentina ha desplegado lo que Barros describe como una política de “avanzar de a poco” y de correr la cerca: pequeñas acciones sucesivas que, acumuladas, consolidan una presencia. Desde la densidad poblacional en Tierra del Fuego hasta la proyección sobre la plataforma oceánica, Buenos Aires actúa con una lógica pragmática y persistente. Chile, en cambio, ha preferido el apego irrestricto al derecho internacional, una conducta que ha dado estabilidad, pero que -en la mirada del geógrafo- lo ha vuelto “ridículamente legalista”. 

El ejemplo de Tierra del Fuego revela otra paradoja: Chile controla más territorio, pero Argentina concentra más del 90% de la población. La advertencia de Barros es contundente: los territorios deben ser habitados. Sin población, sin infraestructura y sin servicios, la soberanía se vuelve frágil. Esa ausencia de desarrollo poblacional en el lado chileno de la isla contrasta con la consolidación de ciudades argentinas como Ushuaia y Río Grande.

Las palabras de Barros no son un llamado a la confrontación, sino a la lucidez. La Patagonia y la Antártica no pueden seguir siendo vistas como periferia. Son el centro de debates estratégicos globales: acceso a rutas marítimas, reservas de agua dulce, instalación de industrias intensivas en recursos, plataformas tecnológicas como los datacenters y, en el largo plazo, la disputa por el continente blanco.

La lección es clara en cuanto a que Chile parece confiar demasiado en que los tratados y los fallos internacionales bastarán para asegurar su posición. Magallanes, sin embargo, debe exigir mucho más que eso: una visión de Estado, presencia real y políticas que transformen su potencial en poder efectivo.

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