Dos libros y un verano…
Este verano pensaba irme a Europa o a Punta de Cana a leer los libros que me faltan. Saqué mis cuentas y sólo me alcanza para irme a Cartagena a hacer lo mismo. Aún así les recomiendo algunos “imperdibles”.
Partamos por “La belle époque chilena” (Editorial Catalonia) escrito por Manuel Vicuña, un joven y mateo historiador, con doctorados hasta para tapizar la muralla china. En este ensayo de 313 páginas, Vicuña nos delata las prácticas endogámicas de la sociedad chilena, acostumbrada a “apitutarse” desde que este aporreado y flaco Chile era Capitanía General. En este aspecto, los que mantenían y usufructuaban del poder no hicieron nada que no se haya hecho en otras partes del mundo. No sé si esto servirá como eximente o como una lacra deleznable que agrava la falta. El hecho es que allá por el año 1870 llegó a Chile un diplomático inglés llamado Horace Rumbold. Erudito y cazurro, era también desgarbado y muy flaco. Cuentan que con corbata roja parecía termómetro. Como el hombre poseía manifiestas inclinaciones hacia los afanes hedonísticos se quedó a vivir con la regente de la Residencial que lo cobijó en la capital de Chile. A poco andar quedó pasmado ante tanto arreglín y esa malsana costumbre nacional de “arreglarse los bigotes”. Este británico se impresionó por la forma en que las redes familiares del presidente Errázuriz Zañartu, de la mano con sus lazos de amistad y patronazgo, abrazaban como pulpos posiciones claves tanto en el gobierno como en el parlamento. Mr. Rumbold escribió en su diario de vida: “La Cámara de Diputados está llena de amigos personales y dependientes del presidente, y sus parientes y conexiones detentan algunos de los más importantes cargos del Estado”.
Y conste que en esos tiempos no había Alianza por Chile ni Concertación.
Tal vez allí podamos encontrar el génesis de los operadores políticos.
Sus razones habrá tenido Vicuña Mackenna -don Benja- para escribir en su “Historia crítica y social de la ciudad de Santiago” (1869) que la capital de Chile por entonces “no era una ciudad de hombres, sino de parientes”.
Un libro que captura desde la primera página a los amantes (y maridos) de la Historia.
“Secretos de la Concertación” (La Tercera y Editorial Planeta) de Carlos Ominami, es un texto ideal para mantenerse a distancia de la política. El ex senador habla desde las entrañas del poder y desnuda la cizaña, la felonía, la sordidez, los actos de mariconería y todo ese stock de zancadillas tan propio del credo político nacional.
Me quedó una duda cuando terminé de leerlo. ¿Hubiese escrito este libro don Carlos de haber sido electo senador? Hummm… todo un acertijo.
El capítulo en que desnuda a su ex amigo Marcelo Schilling no es apto para gente proba y decente. Más bien calzaría con la biografía de Al Capone o Lucky Luciano. Marcelo Schilling salió más peligroso que cirujano con tos y contó con la anuencia de otro político sospechoso para cometer estas tropelías. Me refiero a Camilo Escalona, algo así como el Robespierre del PS chileno.
Cuando Ominami habla de la repulsa colectiva hacia la política, señala que “muchas veces la opinión pública tiene razón para alejarse de esta actividad” ¿Qué tal? Conste que lo dice alguien que fue ministro y 16 años senador.
Y entrega referencias irrebatibles, como cuando recuerda que presentó un proyecto de ley para limitar los años de ejercicio a diputados y senadores. Era una manera de renovar la política y dar cauce a la generación de recambio. El propio Ominami reconoce que no lo pescó ni la corriente y el proyecto quedó en las bodegas del Congreso, archivado, empolvado y carcomido por los ratones.
Como para encontrarle la razón al franchute D’Alembert cuando sentenció: “l’art de la guerreestl’art de détruire les hommes, comme la politiqueestcelui de les tromper” (el arte de la guerra es el arte de destruir a los hombres, como la política es el de engañarlos).