El nuevo Rasputín del Kremlin, la única persona a la que Putin consultó antes de invadir Ucrania
- Yuri Kovalchuk, el dueño del Rossiya Bank, es amigo del líder ruso desde los inicios políticos en San Petersburgo.
Convivieron durante la pandemia en una dacha de Valdai. Comparten el “sueño” de recrear el Imperio Ruso.
Ya lo saben. Pueden hacer negocios libremente mientras no se choquen con algún interés de los servicios secretos de la FSB, la agencia de inteligencia rusa sucesora de la KGB. Sólo pueden hacer política si Vladimir Putin se los pide. Y jamás contradecir ni cuestionar al todopoderoso jefe del Kremlin. Así se puede mantener un lugar en la lista de oligarcas, magnates y poderosos que manejan la economía rusa. De lo contrario, van a perder sus fortunas y hasta la vida. Como le ocurrió a Boris Berezovski, exiliado y muerto en extrañas circunstancias, o Mijaíl Jodorkovski, exiliado después de una condena en Moscú, que osó cuestionar a Putin y quiso ser candidato presidencial.
Son los hombres de Putin. Algo así como “el gobierno en la sombra” que domina Rusia, una mezcla entre magnates y silovikis, los ex oficiales de seguridad que hicieron sus carreras en las mismas oficinas de los servicios de inteligencia que el líder ruso. Manejan enormes fortunas, pero saben que no les pertenecen en su totalidad. Una parte es siempre de la corona. Si Vladimir les pide algún sacrificio, como por ejemplo ahora con la invasión de Ucrania, lo tienen que hacer. Van a tener que apuntalar la economía golpeada por las sanciones occidentales.
Se trata de personas como Yuri Kovalchuk, “el banquero del Kremlin”, dueño del Rossiya Bank, amigo de la época de los inicios políticos en San Petersburgo; Igor Sechin, el presidente de la petrolera Rosneft; los hermanos Boris y Arkadi Rotenberg y Gennady Timchenko, amigos de juventud de Putin y compañeros de judo; o Yevgeny Prigozhin, empresario gastronómico conocido como “el chef de Putin” y acusado de estar tras las granjas de trolls que interfirieron en las elecciones estadounidenses, dueño de la empresa de mercenarios Wagner, que intervienen en Siria, Ucrania, Venezuela o República Centroafricana para defender los intereses oficiosos del Kremlin.
Y ya no son los oligarcas que surgieron con la caída de la Unión Soviética en la época de Yeltsin. De esos quedan pocos. No están solamente para hacerse ricos y hacer rico al jefe sino para defender los intereses políticos, económicos y sociales de Putin. “Gran parte del gobierno ruso y su mecanismo de gestión económica podrían fácilmente denominarse Ministerio de Industria Oligárquica”, ironizó en una entrevista con la BBC, Andréi Kolésnikov, un periodista y escritor ruso que investiga desde hace años cómo funcionan los pasillos del poder en el Kremlin.
Y Catherine Belton, la autora de “Putin’s People” escribió que “de 1994 a 2000, cuando Putin llegó al poder, Rusia era una oligarquía. Hoy es otra cosa, un “capitalismo híbrido del KGB. Rusia ya no tiene oligarcas sino sirvientes ricos de Putin y sus servicios secretos”.
Reducido círculo
de confianza
Desde el comienzo de la pandemia, el círculo de confianza de Putin se redujo aún más. Por miedo a contagiarse de Covid durante dos años sólo vio a gente que haya hecho una semana de cuarentena. Incluso, ahora, cualquiera que se encuentre con él debe pasar un riguroso hisopado y para discutir cualquier tema tiene que permanecer a más de dos metros de distancia, en una larga mesa blanca que hace de decorado en cada cumbre de los últimos meses. Pasa la mayor parte del tiempo recluido en su dacha de Valdai, a mitad de camino entre Moscú y San Petersburgo. “Lo que he oído sobre el comportamiento del Presidente en los últimos dos años es alarmante. Su reclusión e inaccesibilidad, su profunda convicción de que hay que restaurar el dominio ruso sobre Ucrania y su decisión de rodearse de ideólogos y aduladores han contribuido a llevar a Europa a su momento más peligroso desde la Segunda Guerra Mundial”, escribió Mikhail Zygar, el periodista ruso y autor de “Todos los hombres del Kremlin: dentro de la corte de Vladimir Putin”.
Y los tres autores mencionados coinciden en que, de todos los amigos, el único que estuvo permanentemente a su lado y con quien más discutió la estrategia para ocupar Ucrania es Yuri Kovalchuk. Se ganó con creces el mote de “el nuevo Rasputín”. Son amigos desde la época del ascenso político de Putin en San Petersburgo cuando logró llegar a ser el vicealcalde de la ciudad. Luego, ya en el Kremlin, le entregó uno de los bancos más poderosos del Este, el Rossiya, desde donde se financiaron las campañas de reelección. Durante los primeros seis meses de la pandemia de 2020, incluso compartieron la estadía en la dacha de Valdai. Desde entonces, Kovalchuk se convirtió en el segundo hombre más poderoso de Rusia, el único que tiene a Putin siempre dispuesto a escucharlo.
De físico a banquero
Kovalchuk es un doctor en física que llegó a dirigir el prestigioso Instituto Kurchatov. En 1990, junto a su hermano Mikhail, también un físico destacado, se convirtieron en empresarios. Formaron el holding Leningrad Association of Joint Ventures. Fue cuando conoció a Putin y juntos armaron una cooperativa para levantar casas subsidiadas por el Estado en Ozero y vivieron allí con sus familias. Desde entonces son socios en todos los negocios. El magnate controla el mayor grupo de medios de Rusia, National Media Group, también tiene una compañía de seguros y la operadora de telefonía móvil Tele2. De acuerdo a Forbes, acumuló una fortuna de unos 3.300 millones de dólares. El Departamento del Tesoro de Estados Unidos lo tiene entre los empresarios sancionados por ser cómplices de la invasión a Ucrania.
“Según personas con conocimiento de las conversaciones de Putin con sus allegados en los últimos dos años, el Presidente Putin ha perdido completamente el interés por el presente: La economía, las cuestiones sociales, la pandemia de coronavirus, todo ello le molesta. En cambio, él y Kovalchuk tienen largas charlas y están obsesionados con el pasado”, asegura Mikhail Zygar en una nota que escribió en la página editorial del New York Times. “Un diplomático francés me dijo que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se sorprendió cuando Putin le dio una larga lección de historia durante una de sus conversaciones el mes pasado. No debería haberse sorprendido”.
Zygar, que es uno de los periodistas independientes que mejor conocen al Presidente ruso, dice que: “En su mente, Putin está convencido de que se encuentra en una situación histórica única en la que finalmente puede recuperarse de los años de humillación. En la década de 1990, cuando Putin y Kovalchuk se conocieron, ambos luchaban por encontrar su equilibrio tras la caída de la Unión Soviética. En su opinión, Occidente se aprovechó de la debilidad de Rusia para acercar la Otan lo más posible a las fronteras del país. En opinión de Putin, la situación actual es la contraria: Es Occidente el que es débil. El único líder occidental al que Putin tomó en serio fue la anterior canciller alemana, Angela Merkel. Ahora ella se ha ido y está convencido de que es hora de que Rusia vengue las humillaciones de los años 90”.
Y en este divague ideológico de Putin tiene un único interlocutor válido que es Kovalchuk. Comparten una visión del mundo que combina el misticismo cristiano ortodoxo, las teorías conspirativas antiamericanas y el hedonismo. Las largas conversaciones entre ellos se desarrollan en la dacha oculta en un bosque de 100 hectáreas ubicada en una isla entre los lagos de Uzhin y Valdai. El terreno y todo el complejo están a nombre de Kovalchuk y, oficialmente, cuando el Presidente se ausenta para albergarse en la dacha, en el Kremlin dicen que Putin fue a visitar a un amigo. Es allí, donde Putin y Kovalchuk pergeñaron la invasión a Ucrania.
Infobae