Sí, el feminismo sigue vigente como proyecto político
Después del plebiscito constitucional del año recién pasado, se escuchan muchas voces que critican al feminismo señalando que se trata de una “causa identitaria”, que sólo es sensible y receptiva a demandas sectoriales, y que sólo responde a sectores minoritarios de la población. Se le acusa, por tanto, de que no apela al “sentido común ciudadano” o que “no se ocupa de los problemas reales de las grandes mayorías”.
Claramente ello busca golpear la legitimidad del feminismo para debilitar su apoyo popular. Se trata de una estrategia bastante asertiva, ya que gran parte de lo poderoso del feminismo se debe a que se trata de una fuerza profundamente democrática y que, sobre todo en las últimas décadas, ha contado con masivo respaldo. Basta recordar esas imágenes de las marchas masivas y pacíficas en gran parte del mundo. Lo sabemos, sin apoyo popular y sin democracia, el feminismo cojea.
A este fenómeno se le ha denominado “minoritización”. Dejando de lado el debate sobre la falta de legitimidad de causas identitarias, la minoritización del feminismo no tiene ningún sustento ni fundamentación. El feminismo, como movimiento social, ideológico y político, no defiende un par de derechos de un grupo. Tampoco se trata de una venganza o lucha de mujeres contra hombres. Muy por el contrario, el feminismo, como dice Rita Segato, lucha contra la desigualdad e injusticia que produce el sistema político actual. Se trata de una causa profundamente igualitaria, que defiende la idea intrínseca de que debemos generar las condiciones para que cada individuo, independiente de su sexo o género, tenga las oportunidades y el espacio para desarrollar su proyecto de vida. El feminismo lucha por eliminar la violencia, generar seguridad social, educación inclusiva, salud universal, entre tantos otros. Lo alucinante del feminismo es que ha demostrado que para alcanzar esa igualdad de oportunidades, no basta con mirar sólo las diferencias en el espacio público, sino que es necesario adentrarse en lo que ocurre dentro del hogar, la violencia que se ejerce en esos espacios. También, en la historia de relaciones entre lo femenino y lo masculino, en cómo hemos distribuido los cuidados de los enfermos, niños, niñas y personas mayores, etc.
Y bien, para reforzar este punto, quisiera terminar sugiriendo algunos ejemplos de políticas públicas feministas que se aprobaron el año recién pasado y otras que estamos actualmente discutiendo como país. En primer lugar, la implementación del Registro Nacional de Deudores de Pensiones Alimentos y la ley de responsabilidad parental y pago efectivo de pensiones alimenticias. Hasta la fecha, se sabe que a más de 40.000 niños y niñas en Chile se les debe su pensión alimenticia. ¿Alguien podría decir que ésta es una realidad de un pequeño grupo de chilenos y chilenas? Por supuesto que no. Un niño o niña que no cuenta con las condiciones materiales para vivir dignamente, evidentemente no goza de oportunidades equitativas. Con ello también se daña a su cuidador o cuidadora, que debe hacerse cargo, generalmente por sí sola, del trabajo que implica el cuidado.
En segundo lugar, quisiera relevar el seguro social del 6% adicional de cotización que contempla la Reforma de Pensiones actualmente en discusión. Con ella, se compensará la enorme diferencia de pensiones entre mujeres y hombres. Ya que, aunque no se crea, el promedio (más bien la mediana) de las pensiones autofinanciadas de las mujeres en Chile es de $30.685, muy por debajo de la de los hombres de $137.310. Terminar con esta diferencia mejorará las pensiones de todas las actuales y futuras mujeres jubiladas de Chile. Me cuesta mucho creer que se trate de una medida “sectorial” o “sin sentido común”.
Así que, por cierto, y sobre todo en vísperas de un nuevo 8M, el feminismo sigue vigente.