El estrés en el adulto mayor
Cuando se habla de estrés se piensa siempre en alguien joven agobiado por la carga laboral o emocional en su vida, alguien que no encuentra un momento de paz y tranquilidad para seguir con las labores cotidianas y que sufre cuadros psicosomáticos o trastornos psicológicos de diferente intensidad. La asociación entre adulto joven y estrés pareciera ser como la única etapa de la vida en que esta se manifiesta y es vivenciada.
Así planteado pareciera que la tercera edad es una etapa mucho más tranquila, libre de sobresaltos emocionales, ya que se han vivido los eventos más marcadores en la biografía de cualquiera. Se relaciona con que las pérdidas y deterioros asociados a esta etapa de la vida no hacen mella en una persona que ha desarrollado sus potencialidades y tiene herramientas para hacerle frente.
Pero la práctica clínica y la vida nos enseña que también los mayores con los devenires del envejecimiento padecen o viven situaciones o periodos de estrés que no pueden manejar adecuadamente con las herramientas aprendidas de la vida. Es decir, cuando ocurre un evento estresante en sus biografías, pueden hacerle frente por periodos cada vez más cortos de tiempo. Sus herramientas psicológicas y sociales también van disminuyendo con el envejecimiento, los tiempos de respuesta a estos estímulos estresantes se van alargando y cuesta poner en marcha los recursos psicosociales que van quedando. Por ello, a más edad es posible encontrar a adultos mayores que pueden cursar por cuadros de estrés y sus consecuencias, y hay que estar atentos a los síntomas que puedan presentar o evidenciar.
¿Cuáles síntomas nos deben preocupar en los mayores? Falta de energía para acometer sus tareas cotidianas, falta de satisfacción con las tareas normales que realiza, dificultad en la toma de decisiones que antes hacía de forma más fácil, falta de seguridad en las tareas que desarrolla, miedo al futuro y a las responsabilidades que debe tener, falta de tiempo para poder desarrollar sus actividades cotidianas.
Todas estas manifestaciones que se apartan al comportamiento habitual de un mayor nos deben hacer sospechar que algo está pasando. Ese es el momento en que como entorno social debemos ocuparnos de averiguar más de lo que ocurre con nuestro mayor.
El porqué debe intervenirse precozmente en estos cambios guarda relación con que los impactos negativos del estrés afectan muchos sistemas corporales, no sólo afecta el área sicológica. Sus efectos deletéreos son psicosomáticos. Pueden afectarlo en su buen dormir, disminuyendo las horas efectivas de descanso que todo mayor necesita. También el efecto negativo afecta a los sistemas cardiovascular, digestivo e incluso inmunológico. Lo que lleva a un desajuste en muchas de las enfermedades crónicas que acompañan al envejecimiento.
Por eso los impactos son de diversa intensidad en cualquier grupo de mayores. Obviamente aquellos que tienen más comorbilidades serán más afectados o tendrán más síntomas asociados o repercusiones sistémicas de este estrés. Los efectos psicológicos pueden llegar a manifestarse como un cuadro depresivo o como trastornos de ansiedad, que son complejos de abordar y tratar en mayores. También puede manifestarse como abuso de alcohol o de otras substancias. Cambios de humor frecuente o trastornos del comportamiento habitual de nuestro mayor.
Es entonces fundamental poder evitar o atenuar sus efectos deletéreos, también acompañarlo y protegerlo en este momento especial que viven. De ahí la importancia de que los mayores tengan rutinas habituales que ayuden a mantenerlo activo y protegido. Es esencial que realicen ejercicio o actividad física frecuente, salir de casa y pasar tiempo al aire libre. Participar y mantenerlos activos socialmente, ya sea con la familia o con amistades.
Rutinas protectoras son también una adecuada nutrición e hidratación, periodos de descanso y sueño adecuado a sus necesidades. Usar técnicas de relajación durante el día, especialmente si es partícipe de alguna instancia social fuera de casa. Que desarrollen día a día actividades que son de su agrado o preferencia. En definitiva que vivan una vida con actividades y rutinas personales y comunitarias.
Nadie está libre de manifestar estrés en el curso de su historia social. Todos debemos aprender a desarrollar conductas protectoras, pero indudablemente en los mayores el factor protector social o familiar es central y de gran ayuda. Hay que motivarlos para que tengan rutinas y acciones en su día a día que sirvan para tamponar los efectos de estos eventos estresantes. Aprender a reconocerlos y actuar precozmente es de gran ayuda para nuestros mayores.
Siempre será central estar con ellos y ofrecerles el apoyo necesario para que no se sientan solos o abandonados en la vida, deben sentir que tienen una red efectiva y funcional para cuando la necesiten. Si no es la familia es el entorno social el que debe proteger y ayudar.
Para con los mayores todos tenemos alguna responsabilidad o tarea que ejercer, así construimos comunidades protectoras, por todos y para todas.