Necrológicas

– José Luis Ampuero Pena
– Guillermo Antonio Soto Santana
– María Angela Muñoz Bustamante
– María Matilde Ibarrola González

Aquella amena comerciante que hizo florecer una disquería

Miércoles 7 de Octubre del 2020

Compartir esta noticia
304
Visitas

Crónicas del vinilo chileno VIII

La Discoteca Domic marcó época en Punta Arenas, especialmente en sus mejores tiempos de los años ’60 y ’70, ubicada en calle Roca entre Lautaro Navarro y 21 de Mayo

Por Roberto Hofer Oyaneder

El eclecticismo de una legendaria tienda musical no sería mal tema para hacer un paréntesis. Y trazar una línea paralela para hacer un acto de justicia en un mes sensible y de mucha historia. Porque el 8 de septiembre de 2011 dejó de existir una apreciada magallánica: Dita Mera Latorre, quien fue el alma de la histórica Discoteca Domic, negocio familiar que supo capitalizar el auge del vinilo en estas tierras australes.

Desde 1958, y por más de cinco décadas, atendió su local a costa de mucho tesón y su inquebrantable amor a la música. Sólo los problemas de salud pudieron truncar toda una tradición y ese sagrado vínculo que mantenía con generaciones de magallánicos, a quienes supo transmitir una alta fidelidad al verbo cantado.

Un par de meses antes de su partida, a muchos extrañó que esta dama de 79 años no abriera su pequeño local comercial de galería Roca (Domeco Ltda.), último reducto desde donde se resistía a dejar de vender aquel formato sonoro que catapultó a esa gigantesca tienda de discos que la antecediera en pleno paseo Roca.

A Dita -amante del jazz y del folclore regional- le debemos mucho sobre la cultura musical, partiendo por aquel recorte de prensa (del 5 de junio de 1982) que lucía destacado en su local y que marcaba el momento en que Chile había dejado de prensar discos de vinilo.

Surcos en el tiempo

A los 19 años, en 1951 ella partió atendiendo público en el negocio musical de Lorenzo Barassi Jeria (calle Errázuriz). De ahí pasaría al local de Alejandro Domic Depolo, del rubro electrónico. Este agarraría vuelo al proponerle ella al dueño -quien sería su compañero de toda la vida, fallecido en 2002-, ampliar el rubro incorporando discos. El giro comercial decantaría hasta formar la Discoteca Domic, en un amplio local de calle Roca, a un costado de la relojería Dübrock (que después ocupó por años la notaria Silva), y que los consolidó –según ella- como el primer autoservicio que hubo en Punta Arenas.

Dita Mera Latorre estuvo más de cinco décadas vendiendo discos, con dedicada atención y un envidiable acervo musical.

La propia Dita mencionaba en vida que los dueños de la famosa Feria del Disco (emprendimiento de otra magallánica, Marta González Marnic) vinieron en su momento a ver cómo funcionaba su naciente disquería para exportar la idea al norte.

No por nada llegaron a ser la mayor tienda de música de la región y de la Patagonia, con un stock de 20 mil vinilos. Su máxima expresión la alcanzaron en la década del ‘60, de la mano del Puerto Libre (ley que rigió desde 1956) en que empezaron a importar discos de Estados Unidos. Ella contaba que los vendedores de ese país llegaban a mostrarles sus novedosos catálogos que incorporaban las carátulas.

En los años 60, esta inolvidable comerciante recordaba que la música de Elvis Presley vivía su pleno apogeo. Tanto el público adulto como la juventud, hombres y mujeres se disputaban sus discos long plays y 45 RPM, que sólo pasaban a estar en sus generosas bateas como “furor del momento”.

Durante el auge del rock también importaron vinilos directo desde Inglaterra, según Marino Muñoz Agüero, uno de sus fieles clientes. Dita sí lamentaría una internación de discos desde Argentina que hicieron en los años ’70, cuyos caprichosos costos les hicieron salir para atrás con la partida.

En los años ’80, al morir el vinilo nacional y declinar la distribución del vinilo extranjero, su emporio musical se contrajo en locales pequeños (funcionaron también en galería Ipanema) y se fue reduciendo al mínimo, hasta llegar a un modesto local en galería Roca.

Recuerdos

Como ya es sabido, antes del Golpe Militar recibieron algunas visitas de los Quilapayún, que eran muy asiduos de sus vinilos de música negra y jazz. Y llegaban con sus álbumes para hacer trueque: “Nos dejaban tres discos de ellos a cambio de un long play que traíamos de Estados Unidos”.

En dictadura debieron retirar a su bodega todos el stock de vinilos de la Nueva Canción Chilena, adonde envejecieron un par de décadas junto a otras “joyas”. Como el disco “Combo Xingú” (IRT, 1972), clásico del rock chileno del cual un amigo coleccionista alcanzó a comprarle más de una docena de copias aún selladas.

A fines de los ‘90, cuando el dúo Quelentaro iniciaba una gira regional llegaron al local a preguntar si acaso tenían algún disco original de ellos, pues habían perdido sus matrices. ¿Quedarían en la bodega? Al pasar de regreso de tocar por Natales y Porvenir, la señora Dita y su marido no les tenían una sino decenas de copias de sus long plays nuevos. Los hermanos Guzmán se emocionaron hasta las lágrimas al poder abrazar a sus “hijos perdidos” y compraron todo el material.

El verano 2003 incluso se dejaría caer un bien dateado grupo Los Prisioneros, atraídos por la curiosidad de esta disquería tradicional, para llevarse sus buenos vinilos.

Humanidad

Como decía la canción, conocerla era quererla, y numerosos melómanos añoran la magia que transmitía Dita, como el ex concejal y ex consejero regional Roberto Sahr.

“Mis recuerdos se remontan hacia mediados de los 60’s cuando, siendo estudiante, trabajaba en verano sólo para comprar los discos de moda. Elvis, Paul Anka, Teen Tops pasaban de sus manos a las mías. Posteriormente, por los 80’s, teniendo mi oficina frente al edificio Roca, yo era cliente habitual del Vegalafonte, café de moda en la época, lo que me llevaba también a visitarla a su local en la galería”.

Para él -como para muchos- era maravilloso revisar y adquirir los casetes de actualidad, al igual que esas reliquias rescatadas del pasado. Todo un ritual era revisar las carátulas promocionales de discos que guardaba, comprar algunos para “algún día enmarcar”, cosa que nunca sucedió. Y, por supuesto, era un agrado verla, como la evoca hoy “con paso tranquilo y elegante, acercarse al mostrador a pedir el café para llevar a su negocio, siempre amable, siempre sonriente”.

Muchos magallánicos atesoran vinilos nacionales e importados adquiridos en Discoteca Domic.

Aunque sobren palabras para recordarla, y rescatar su esencia parezca tardío, qué mejor que citar una entrevista suya el año previo a su deceso: “Yo ya no debería estar en esto por la edad mía, pero me gusta tanto, porque más de 50 años estar trabajando con música es precioso, he vivido tantas etapas, he estado con tantos artistas no sólo aquí. Tengo tantas fotos con gente de afuera, porque antes los sellos eran ricos, invitaban a todos los distribuidores a congresos y se iba a Santiago con pasaje pagado, hotel pagado y allá nos encontrábamos con toda la gente. El hecho de visitar cómo se prensaban los discos en los sellos. Hoy día no se ve nada de eso, todo se perdió y es lamentable que Chile no tenga discos de vinilo como todos los países”.

En un último rebobinado de su modesta pero siempre bien presentada tienda una década atrás, sus estanterías aún albergaban algunos discos de pop y balada romántica, casetes y compactos.

Si la repentina partida de esta menuda y tierna comerciante no hubiera sido tan silenciosa seguramente no la recordaríamos hoy con tanta luz. Y no la veríamos como si aún estuviera entre nosotros, abriéndonos sus puertas a una amena conversación y alimentando de música nuestros corazones.