Ley de Matrimonio Igualitario, tolerancia y aceptación, un proceso de todos(as)
Eduardo Pino A.
Psicólogo
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Este martes al quedar aprobado por la Cámara de Diputados(as) el proyecto de Matrimonio Igualitario y haber sido promulgado como ley ayer jueves en La Moneda, se ha logrado un anhelo largamente esperado por personas del mismo sexo que deseaban formalizar su relación, sin distingos que conformen familias de primer o segundo nivel.
Es un gran paso hacia la igualdad de derechos ante la ley, en un ámbito tan importante como la pareja y especialmente la familia, principal agente socializador, nutridor y protector de las generaciones más nóveles. Es que como han dicho varios protagonistas en las agendas noticiosas, “el amor es lo más importante”, lo que nos mueve como sociedad dando un sentido a nuestra convivencia. Los tiempos y sus prácticas ya no son las mismas del pasado y el adaptarse a cambios que promuevan la dignidad, empatía y respeto entre las personas siempre serán bienvenidos.
Es aquí donde quisiera focalizar la relevancia de analizar desde una perspectiva humana estas temáticas valóricas que deben tener como legítimo fondo la dignidad de las personas, por sobre manipulaciones de diversas corrientes que pretenden obtener réditos personalistas. Las leyes son normas o reglas establecidas por una autoridad superior que tiene como fin regular el funcionamiento y convivencia de una sociedad. Se espera que su promulgación resulte de un análisis que se base en la justicia, para que la ley refleje lo que esa sociedad evalúa como adecuado, deseable y necesario para quienes conforman esa unidad. Ya hablar de dinámicas sociales resulta complejo por la diversidad de ideas u opiniones que encontramos entre quienes las conforman, pero además debemos agregar los cambios que de manera natural e inevitable se observan en estas interacciones, considerando los intereses y necesidades en un contexto que muchas veces clama por reformas que permitan un mejor funcionamiento. Estas leyes son para todos y todas, sin excepción, y en regímenes democráticos serán propuestas por representantes elegidos por la misma ciudadanía, a diferencia de estructuras autocráticas en que el autoritarismo, mayormente ejercido por coerción y el uso de la fuerza, “convence” y lleva al sometimiento de los y las ciudadanas.
Por eso es importante que todos y todas obedezcamos las leyes y respetemos su espíritu. En caso que no estemos de acuerdo debemos recurrir a instancias formales para presentar nuestras aprensiones, a fin de verificar que más allá de una molestia personal, los cambios pueden ser necesarios debido a un clamor popular amparado en valores superiores. Pero a la vez, en un régimen democrático no se puede pretender que todas las personas “conviertan” sus íntimas convicciones sólo porque un anhelo altamente valorado y esperado por una parte de la sociedad se haya convertido en ley. Por mucho que yo piense que algo es legítimo y necesario, incluso ahora siendo respaldado por una norma formal de tipo constitucional, no se puede forzar a todos a pensar igual, pues mi objetivo es el cumplimiento de la ley a nivel comportamental y no necesariamente a nivel de conciencia o principios valóricos del que piensa distinto. Por ejemplo, cuando se promulgó la prohibición de fumar en recintos cerrados y públicos, debe pretenderse que los fumadores respeten la ley y eviten perjudicar a quienes no comulgan con el humo, pero es imposible imponer que todos ellos hayan tomado conciencia de manera automática acerca del peligro y los inconvenientes del tabaquismo. La ley debe regular la conducta, pues el genuino convencimiento de los principios a la base de las formulaciones personales de los individuos se encuentran en la educación, comunicación y convivencia de conocer e integrar a los que son distintos, para comenzar con una necesaria tolerancia que lleve al proceso de aceptación de ideas ajenas o, idealmente, de consenso. Si se pretende forzar e imponer violentamente lo que se cree correcto a quienes disienten, coartando su libertad de pensar diferente, no debe extrañar el agrietamiento social que termina resquebrajando los necesarios puentes de comunicación que le dan sentido a una comunidad.
En tiempos de replanteamientos y definiciones, en que las campañas presidenciales les exigieron “extremarse” a los candidatos para avanzar, pero ahora se encuentran en la paradoja de conquistar a un electorado que supuestamente se encantaría con una mayor gradualidad y mesura, es que los atribulados candidatos deben equilibrar posturas más radicales del pasado con posiciones más moderadas que proyecten los mejores resultados la próxima semana, en un ejercicio digno de avezados malabaristas. En estos tiempos me alegra que se promulgue la Ley de Matrimonio Igualitario, pues representa lo que necesitaremos para unirnos como nación o seguir polarizándonos: la necesaria tolerancia para respetar la ley más allá de estar o no de acuerdo, además del equilibrio y asertividad para seguir educando en el respeto y no imponer de manera agresiva y descalificadora lo que se cree correcto.