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La cañonera Magallanes, buque de estación en el Estrecho

Jueves 26 de Mayo del 2022
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Mucho antes que comenzara la llamada Campaña naval de la Guerra del Pacífico, que se extendió casi dos años, -desde el inicio del bloqueo de Iquique a cargo de la escuadra chilena el 5 de abril de 1879, hasta la destrucción total de la Armada peruana en el puerto de El Callao a mediados de enero de 1881-, la cañonera Magallanes y su tripulación, habían realizado varias operaciones científicas y militares, de indudable valor histórico en la Patagonia.

El motín de los artilleros

En la madrugada del 12 de noviembre de 1877 estalló en Punta Arenas, una gran revuelta, en donde la mayoría de la guarnición militar que custodiaba a la colonia penal, en colusión con los confinados, cansados de los malos tratos que diariamente recibían de los superiores, se sublevaron, perpetrando el incendio y la destrucción parcial del poblado. Este hecho de sangre, que causó más de cincuenta víctimas fatales y que apuró al gobierno del Presidente Aníbal Pinto a terminar para siempre con la condición de colonia penal que lastraba Punta Arenas, fue denominado por la mayoría de los historiadores nacionales como el “Motín de los artilleros”.

Después de tres días de saqueos, con la mayoría de los habitantes refugiándose en los bosques colindantes, el gobernador Diego Dublé Almeida consiguió eludir la furia de los insurrectos y luego, de una desesperada búsqueda de más de treinta horas, encontró a la cañonera Magallanes en el seno Skyring, nave que apoyaba a una importante expedición científica en la Patagonia nororiental. El comandante de la referida corbeta, Juan José Latorre, ordenó a sus hombres retornar al instante a Punta Arenas.

A su arribo, la aldea se hallaba en ruinas. Ante la emergencia planteada, una de las primeras medidas adoptadas fue trasladar a la población indefensa al lado sur del río de la Mano. Enseguida, se capturó a cuarenta y dos de los amotinados, que decidieron no plegarse a los otros ochenta y un fugados, quienes, temerosos de las sanciones que podrían aplicárseles, emprendieron la huida hacia el territorio de Santa Cruz.

En Punta Arenas, el comandante Latorre instruyó un sumario abreviado en contra de los inculpados, para esclarecer su participación en los acontecimientos luctuosos del 12 de noviembre. Cabe señalar, que durante el proceso y las deliberaciones que se llevaron a cabo para determinar las sentencias, transcurrieron cerca de cuatro meses, tiempo en que la Magallanes, sirvió como cárcel flotante, ante la inexistencia de edificios, destruidos por los incendios ocurridos luego de la sublevación.

El gobierno se enteró de la catástrofe en Valparaíso, el 21 de noviembre. El Presidente Pinto decretó la suspensión administrativa y militar del gobernador Diego Dublé Almeida, remplazado de forma transitoria por el sargento mayor de artillería de marina, Guillermo Zilleruelo. En tanto, La Moneda dispuso el envío de trescientos hombres al Estrecho, al mando del coronel Ramón Ekers, los que fueron embarcados en la corbeta O’Higgins y en el vapor Iberia. La división llegó a Punta Arenas, el 2 de diciembre de 1877.

Ese mismo día, se inició un consejo de guerra de oficiales generales, que se extendió hasta el 26 de enero de 1878, presidido por el fiscal ad hoc designado, Guillermo Zilleruelo. Los capitanes de la Armada Nacional, Aureliano Sánchez, Juan José Latorre, Jorge Montt y Carlos Condell, fueron notificados como encargados del consejo de oficiales generales, siendo auditor de guerra, Daniel Lastarria. La defensa de los inculpados recayó en el teniente de la marina, Lindor Pérez Gacitúa.

El fiscal Zilleruelo redactó un documento que fue entregado al comandante de armas Ramón Ekers, quien, el 28 de febrero instituyó un consejo de guerra definitivo, encabezado por el comandante de la cañonera Magallanes, Juan José Latorre, teniendo como vocales a los oficiales de la Armada, Basilio Rojas, Cenobio Molina, Francisco Sánchez y Juan M. Simpson.

Finalmente, el 15 de marzo el comandante Latorre procedió a redactar la sentencia definitiva que condenaba a muerte a nueve de los cuarenta y dos inculpados en el motín. Otras veintidós personas fueron sentenciadas a diversas penas, mientras que el resto fue absuelto de toda culpa. En el caso de los condenados a muerte, el decreto para aplicar la pena capital decía:

“Comandancia de Armas de Magallanes. Punta Arenas, marzo 15 de 1878. Apruébese la sentencia que antecede, notifíquese por el fiscal y ejecútese la de muerte dentro del tercer día después de la notificación. Anótese. Ekers”.

Los sentenciados a morir frente al pelotón de fusilamiento eran el sargento de artillería del Ejército, Isaac Pozo Montt; los cabos, José Antonio Salazar Delgado y Martín Huichaquelén Paredes; los soldados, Jerónimo Gutiérrez Hidalgo, José Genaro Cárdenas Carrasco, Paulino Sepúlveda, José Obreque Hernández; y los relegados, Francisco Santander Bravo y Baldomero Carroza Contreras. 

Para el cumplimiento de la misión se designó a cuarenta y cinco fusileros de la guarnición de la cañonera Magallanes. El sitio elegido para hacer cumplir la pena capital fue la intersección de las actuales calles Colón y Magallanes. Los reos, ubicados mirando hacia el sur, fueron ultimados pasadas las 14 horas del lunes 18 de marzo de 1878. En el libro “Resumen histórico del estrecho y la colonia de Magallanes”, (1939) de Lucas Bonacic Doric, y en la bitácora de la cañonera Magallanes, resguardada en el Museo Marítimo Nacional en Valparaíso, se asegura que hubo de aplicarse el tiro de gracia a José Cárdenas.

Los marinos de a caballo

Dijimos que la Magallanes se hallaba en seno Skyring apoyando labores científicas cuando el comandante Latorre fue notificado del Motín de los Artilleros, en Punta Arenas. El buque de estación, había sido asignado para respaldar la primera e histórica expedición, de lo que Armando Braun Menéndez denominó “Los marinos de a caballo”.

El gobierno del Presidente Pinto intentaba la exploración de los valles orientales de los Andes hasta los márgenes del río Santa Cruz. El objetivo era fijar lagos, herborizar y establecer los puntos más significativos de flora y fauna de aquellas regiones. El grupo expedicionario lo lideraba el teniente 2°Juan Tomás Rogers y lo integraban, además, el naturalista del Museo Histórico Nacional, Enrique Ibar, el guardiamarina Luis Contreras; Santiago Zamora y Francisco Jara, ambos reconocidos campañistas o “baqueanos” y dos soldados de la cañonera Magallanes. El grupo dispuso de veintiún caballos para transporte, y pertrechos con víveres para setenta y cinco días.

La expedición efectuada entre el 10 de noviembre de 1877 hasta el 23 de febrero de 1878, permitió recorrer los actuales parajes de Laguna Blanca, Río Gallegos, Ultima Esperanza, río Santa Cruz, y lago argentino, éste último, denominado así en febrero de 1877 por el científico Francisco Moreno y el militar Carlos Moyano, ambos argentinos. El trayecto, registrado en un plano diseñado en la Oficina Hidrográfica de la Armada, identificó un cordón montañoso, con los nombres de cordillera Latorre y tres Morros, estos últimos individualizados como Gay, Philippi y Domeyko.

El naturalista Ibar, dejó un importante documento inconcluso, -murió al regresar a Santiago-, que finalizó Federico Puga Borne, con el título, “Relación de los estudios hechos en el Estrecho de Magallanes y la Patagonia Austral”, considerado como el primer antecedente científico del territorio recorrido, con información geográfica, etnográfica y referida a la flora y fauna de la zona.

La insurrección del 12 de noviembre de 1877 obligó a la cañonera Magallanes a permanecer en el muelle de Punta Arenas por más de cuatro meses, lo que motivó al Ejecutivo a planificar una segunda expedición, la que se materializó en el verano siguiente, desde el 4 de enero, hasta el 30 de marzo de 1879.

En esta oportunidad, el teniente Rogers estuvo acompañado por el guardiamarina Víctor Donoso, los campañistas Santiago Zamora, Jerónimo Jara y Agustín Urbina, además, del marinero 1º José Albornoz y catorce caballos para el transporte. En el recorrido, Rogers reconoció un imponente glaciar que bautizó como Francisco Vidal Gormaz y que hoy se conoce como Perito Moreno. También, exploró la zona de Torres del Paine y gran parte de lo que se denomina Ultima Esperanza.

Los informes descritos sobre estas exploraciones, fueron retomados más tarde, por el gobernador Manuel Señoret Astaburuaga, que decidió entregar tierras a inmigrantes europeos para iniciar la colonización en el sector, medida que ha sido interpretada también, con un carácter geopolítico. Al poblar la zona, se hacía efectivo el principio de soberanía, impidiendo que la República Argentina tuviera acceso al océano Pacífico.

Al mismo tiempo en que se desarrollaba la segunda expedición del teniente Rogers a Ultima Esperanza, otro séquito de marinos, embarcados en la Magallanes, se dirigió a Tierra del Fuego, donde los efectivos  se adentraron, comenzando el reconocimiento de la isla, en una misión que se extendió desde el 3 de enero hasta el 28 de febrero de 1879.  

El grupo expedicionario fue comandado por el teniente 2º Ramón Serrano Montaner, acompañado por el naturalista, cabo 1º José Agustín Chávez, los soldados de la cañonera Magallanes, Zenón Sepúlveda, Alejo Cortez, José Gabriel Rogel y Pedro Hernández; y por los elementos de la guarnición de Punta Arenas, José Antonio Castro, Felipe Díaz, Gabriel Contreras, Eleuterio Quiñones, Domingo Correa, y el campañista José Olguín. El gobernador Carlos Wood les proveyó de quince caballos extraídos de la hacienda fiscal de Agua Fresca.

La Magallanes los trasladó hasta bahía Gente Grande, donde los exploradores completaron las operaciones que se extendieron por el cabo Boquerón, bahía Inútil y bahía de San Sebastián, en el Atlántico. Serrano Montaner emitió luego, un documento concluyente presentado al gobierno, en que señalaba que la isla de Tierra del Fuego, debido a su topografía y conformación geológica puede dividirse en dos regiones diferentes: un sector de corte montañoso con tupidos bosques, y otro, compuesto por exclusivos valles, ideales para la crianza de ganado lanar. En estas prospecciones, Serrano y sus hombres descubrieron abundantes mantos auríferos.

Los informes halagüeños de Serrano Montaner aceleraron la llegada de aventureros a Tierra del Fuego en búsqueda de oro y de paso, sentaron el precedente para consolidar a futuro, la industria ganadera en el austro.

En tanto, la cañonera Magallanes tuvo que retornar por esos mismos días al norte del país, ante el comienzo inminente de la Guerra del Pacífico.

Segundo combate
naval de Iquique

Podríamos escribir un capítulo completo sobre las actividades de la Magallanes en la contienda que Chile sostuvo con Perú y Bolivia, destacando la acción de Punta Chipana, el 12 de abril de 1879, en donde el buque chileno fue atacado sorpresivamente por la división peruana compuesta por las corbetas Unión y Pilcomayo.

El comandante Latorre aprovechó la única oportunidad que se le presentaba. En el momento en que la nave peruana viraba para hacer fuego con su artillería de babor, ordenó el disparo del cañón de 115 libras contra la Unión. El proyectil de la Magallanes provocó un violento escape de vapor en la sala de máquinas de la Unión, circunstancia que propició la fuga de la cañonera chilena.

La Magallanes participó en el frustrado asalto perpetrado por la Escuadra chilena al puerto de El Callao, ignorando que los blindados peruanos Huáscar e Independencia habían navegado hacia Arica, donde se les informó que en Iquique se hallaban desprevenidos los dos barcos más débiles de la flota nacional: la Esmeralda y la Covadonga.

El comandante en jefe de la Armada del Perú, Miguel Grau Seminario, comprendió que se presentaba una oportunidad única para apresar o hundir a los modestos buques chilenos y romper el cerco de Iquique. Grau imaginaba que, contando con el tiempo que demoraría la escuadra chilena en retornar desde el Callao, podría navegar hacia el sur bombardeando puertos chilenos, mientras desde el altiplano descenderían a la carrera, las divisiones bolivianas.

Como sabemos, nada de eso aconteció. El hundimiento de la corbeta Esmeralda en Iquique con el sacrificio de Arturo Prat y sus hombres, unido a la célebre victoria naval de Punta Gruesa, en que la goleta Covadonga, -el buque más pequeño de la flota chilena-, al mando del capitán Carlos Condell logró hacer encallar e inutilizar a la Independencia, el buque más poderoso de la marina peruana, -un navío de más de dos mil toneladas-, significó en lo material, la pérdida de casi la mitad del poderío naval del Perú, dejando al Huáscar solo en sus correrías por el Pacífico.

Lo que siguió a continuación fue el intento infructuoso de la escuadra chilena por capturar al blindado peruano. En este incierto escenario, el 10 de julio de 1879, el comandante Grau concibió la idea de hundir a la corbeta chilena Abtao, que se encontraba inmovilizada en Iquique. Informado del estado del buque, Grau solicitó a las autoridades, silenciar y apagar las luces del puerto, para introducir al Huáscar en medio de las naves de guerra y los mercantes chilenos, cañonear a la Abtao hasta hundirlo, y huir por la misma ruta por la que había accedido a la bahía.

Al iniciarse sorpresivamente el oscurecimiento del puerto, el comandante de la Abtao, Aureliano Sánchez, intuyó que su barco podía ser blanco de los torpedos que técnicos ingleses al servicio del Perú, preparaban desde la playa. Resolvió entonces, buscar refugio a una isla cercana, en los instantes en que el Huáscar penetraba sigilosamente al interior de la bahía iquiqueña. El comandante Grau, al comprobar que el buque chileno no se hallaba en el fondeadero que señalaban los croquis originales, decidió atacar al Matías Cousiño, transporte que surtía de carbón a la escuadra chilena. El barco mercante había recibido varios impactos de consideración, cuando la cañonera Magallanes acudió en su defensa.

El Huáscar intentó espolonear en cinco ocasiones, a la corbeta chilena y en cada oportunidad, la Magallanes consiguió esquivar el ataque. En la refriega, varias cargas de los fusileros de la cañonera, amenazaron el puente de mando donde se encontraba el comandante Grau y sus oficiales subalternos.

El ruido de los cañonazos hizo que el blindado Cochrane, que se encontraba mar afuera se adentrara en la bahía. El comandante Grau ordenó silenciar todo para escurrirse de las naves chilenas, apegando al Huáscar a la costa, dejando que las olas pusieran a salvo a su nave, enfilando en línea recta hacia el norte.

La posibilidad de echar al fondo del mar a la Abtao, se transformó para el jefe del Huáscar en una obsesión. El 28 de agosto, en la rada de Antofagasta, el monitor peruano estuvo a punto de cumplir su objetivo, bombardeando a la mencionada corbeta que se hallaba todavía inactiva, en la limpieza de sus calderas. Nuevamente, el comandante Juan José Latorre y la tripulación de la Magallanes, apoyados por baterías desde tierra, consiguieron neutralizar al Huáscar, obligándolo a retirarse de la zona de combate.

Esta acción trajo cambios radicales en la conducción de la campaña naval. El comandante Latorre asumió el mando del Cochrane. En tanto, la Magallanes cumpliría varias misiones en la guerra antes de volver al austro como buque de estación (Finaliza el próximo domingo).