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Un padre siempre presente

Por Marcos Buvinic Domingo 19 de Marzo del 2023

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Uno de los problemas que atraviesa nuestra sociedad es lo que se ha llamado la crisis de la cultura parental, la cual es un estilo de vida marcado por diversas formas de ausencia o distancia de la figura de los padres, y esta ausencia de los papás repercute con fuerza en los niños y jóvenes con efectos lamentables que son, a veces, irreparables.

Según las estadísticas, casi el 40% de los hogares del país tienen a una mujer sola como jefa del hogar; pero, además de este dato complejo, habría que agregar todas las familias donde el papá, si bien está físicamente presente, está emocionalmente distante y educativamente anulado. ¡Es una cifra impresionante de hogares en que la figura del papá está ausente, distante o diluida, según sea el caso y las circunstancias que generaron esa situación familiar!  

Uno de los signos más elocuentes de esta sociedad del padre ausente es el elevado número de pensiones alimenticias impagas, a pesar de los esfuerzos legales que se han hecho para que esos progenitores cumplan, al menos, ese deber hacia sus hijos. Sabemos que se trata de pagos que en muchos casos están atravesados por complejas relaciones entre los progenitores, pero nada justifica ese abandono. No es lo mismo estar en deuda con una casa comercial o un banco que estar en deuda con los hijos, y no se trata sólo del aspecto económico de la situación, sino de la destrucción de algo muy hondo como es el sentido de la paternidad. ¿Podrán esos niños y jóvenes confiar en sus papás y en el mundo adulto?

Sabemos que en la paternidad estamos ante uno de los ríos profundos que recorren la vida de las personas, y en la crisis de la cultura parental con la figura del papá ausente o diluida, los que sufren las consecuencias son, obviamente, los hijos, en primer lugar; pero, también los mismos varones que se pierden la alegría de ser papás que viven su vocación a la paternidad con gozo y responsabilidad

Muchos e importantes aportes de la sicología señalan que uno de los problemas de nuestra cultura es la ausencia de figuras paternas nítidas que, con cariño y claridad, van mostrando a los hijos que hay otras personas en el mundo, que en la vida tenemos que aprender a convivir con los demás, que eso significa aceptar reglas, y por eso todos tenemos nuestros derechos y nuestros deberes en la sociedad. Hoy en día, a los niños se les enseña a ganar, pero nadie les enseña a sufrir; y en diversas circunstancias de la vida todos ganamos y perdemos, gozamos y sufrimos. La figura de los padres es clave en ayudar a los niños a aprender a tolerar las frustraciones, más aún en una sociedad que es cruelmente competitiva.  

Uno de los grandes desafíos de nuestra cultura es cultivar y desarrollar la figura del padre, para que ésta no sea el vacío de una ausencia, o una autoridad que se impone con fuerza, o la figura de una camaradería complaciente de aquellos que no se atreven a poner reglas a sus hijos. Dice la Biblia que Dios es “el autor de toda paternidad” (Ef 3,15), y El nos ha mostrado que ser padre significa estar siempre presente y no es ejercer una autoridad despótica; al mismo tiempo, nos ha mostrado que ser padre es educar a otros para que sepan ejercer responsablemente su libertad en la convivencia con otras personas. 

Para enfrentar la crisis de la cultura parental, un camino siempre válido es fijarse en los buenos modelos a seguir, y este domingo el calendario católico recuerda a san José, esposo de María, quien fue en esta tierra el papá del Señor Jesús. José, carpintero de Nazaret, es un hombre justo y sin doblez que acogió a María en circunstancias complejas, pues ella estaba esperando un Hijo. Es un hombre de acogida que pone seguridad en la vida de María y del Hijo que ella esperaba. 

El Señor Jesús aprendió de José no sólo el oficio de carpintero, sino que aprendió lo mejor que un papá puede enseñar: lo que significa acoger, estar presente y acompañar a quien lo necesita. Allí también, debe haber aprendido lo que significa enfrentar los problemas y resolverlos con creatividad y audacia, como el problema que se le presentó a José cuando, en Belén, María estaba por dar a luz y no les dieron lugar en la posada, José acomodó todo para que María diera a luz en una pesebrera; o cuando Herodes, el rey tirano, buscaba al Niño para matarlo, y José condujo a María y al Niño a vivir en el exilio en Egipto, y enfrentar los desafíos del viaje y establecerse en un país desconocido, y luego -a la muerte de Herodes- volver e instalarse en Nazaret. Todo esto san José lo vivió escuchando a Dios en su corazón y haciendo lo que El le decía. Entonces, con un hombre como José, la Madre y el Niño estaban en buenas manos.

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