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Buenos Aires; Borges, algo de Piazzolla y un poco de Cerati Parte IV

Por Marino Muñoz Aguero Domingo 26 de Noviembre del 2023
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En los tiempos de “Balada para un loco”, Piazzolla ya se había enemistado con Borges (o viceversa). Genios -cada uno de ellos en lo suyo- y cultores ambos, y a su propia manera, del “Misterioso hábito de Buenos Aires” -aun cuando Piazzolla era de Mar del Plata- emprendieron la edición de un disco en 1965: “El Tango”. Borges puso las letras y Piazzolla la música a una colección de tangos y milongas. El conflicto no tardó en estallar con alcances de choque de trenes y a las calificaciones de “sordo” e “ignorante” con las cuales el músico investía al escritor, éste último respondía bautizándolo como “Astor Pianola”.

Por ahí leímos que Buenos Aires mutó de “Reina del Plata” a “La ciudad de la furia”. La primera composición refiere al (o la) Buenos Aires de los años locos (y post locos) cuando se dice que “había plata” (valga la redundancia) y su impronta quedó entre otras cosas, en la maravillosa arquitectura de esos años (“Buenos Aires, cual luna querida/ Si estás lejos, mejor hay que amarte/ Y decir toda la vida/ Antes morir que olvidarte”.). La segunda que ha dado origen a -por lo menos- tres novelas de escritores argentinos y un libro reportaje de un periodista chileno, lleva la marca registrada del gran Gustavo Cerati que la compuso en 1988 para el álbum “Doble vida” de Soda Stereo. Cerati la escribe en las postrimerías de la “Primavera Alfonsinista”, los días finales de Raúl Alfonsín en la primera presidencia democrática post-dictadura (“Buenos Aires se ve/ Tan susceptible/ Es el destino de furia, es/ Lo que en sus caras persiste”.). Tiempos de levantamientos militares sellados con un “la casa está en orden” de Alfonsín, pero con un Buenos Aires que se volvía díscolo, con la noche y algunos de sus peligros como protagonistas y con más movimiento e incluso ruido que en tiempos democráticos anteriores. 

Pero nada nos impide un “yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión” mientras exista un sector como “El Once”, barrio de judíos, de tiendas de telas, de comercio variopinto con su estación de trenes y con su mítica confitería “La Perla de Once” donde Borges se extasiaba escuchando a su maestro Macedonio Fernández. Décadas después “En el baño de la Perla de Once compusiste la balsa” le cantan a coro a “Tanguito” (José Alberto Iglesias) uno de los pioneros del rock argentino. Hoy en el acceso a los baños de “La Perla” una placa recuerda que allí “Tanguito” con Litto Nebbia (un grande) crearon en 1967 “La balsa” el tema fundacional del rock argentino, himno permanente de desesperanza y libertad: “Estoy muy solo y triste acá en este mundo abandonado/ Tengo una idea, es la de irme al lugar que yo más quiera/ Me falta algo para ir, pues, caminando yo no puedo/ Construiré una balsa y me iré a naufragar”.

Nada nos impide ir al rescate de ese Buenos Aires de la década de 1950 en “bodegones” donde se come bien y barato y donde la clientela es parte de la familia, como en “El Símbolo” en Avenida Corrientes al 3700; ahí el amigo Pablo, una suerte de garzón-anfitrión de la vieja escuela, ya en la segunda visita le conoce el punto exacto del café a cada uno de los contertulios. Pablo nos contó que ahí almorzaba el Maestro del Tango Osvaldo Pugliese que habitaba un departamento en un edificio frente al local, desde cuyo citófono el año recién pasado pudimos saludar a Lidia, su viuda, quien tuvo el delicado gesto de atender nuestro llamado una tarde de lluvia. Corrientes y sus aledañas fueron las canchas de Pugliese, no en vano nació en Villa Crespo la altura del 5000 de la legendaria avenida y donde se erige el monumento en su honor.  

En “El Símbolo” quedamos a tiro de honda para visitar el sector del Abasto, el viejo mercado que ilustra esta crónica es un hito arquitectónico, transformado ahora en un Mall; por ahí circularon a su tiempo Gardel (de ahí lo del “Morocho del Abasto”) y el gran Aníbal Troilo, otro mito del tango.

Continuará.