Necrológicas

El ingenioso asalto del ladrón alemán amado por las mujeres y único estafador del mundo que tiene una estatua

Jueves 6 de Junio del 2024

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Al salir de la cárcel, a principios de 1906, después de cumplir una condena de 15 años por un robo frustrado a la caja de seguridad de un tribunal de justicia, Wilhelm Friedrich Voigt tenía 55 años, estaba prematuramente envejecido y no tenía dinero ni trabajo. Tampoco posibilidades de conseguirlo, ni siquiera con su antiguo oficio, el de zapatero remendón. La ley prusiana –que para nada estaba pensada en términos de rehabilitación– le impedía la actividad por ser un ex convicto.

Si tenía un techo provisorio y un plato de comida se debía a que su hermana Bertha y su cuñado Manza, un encuadernador pobre, lo recibieron en su casa por lástima, aunque le dijeron que no sería por mucho tiempo. Es que ellos eran pobres pero honrados y estaba mal visto que albergaran a un malhechor reincidente, que sumaba un total de condenas de 27 años –casi la mitad de su vida- por diferentes delitos, desde falsificar un cheque de un marco agregándole un dos adelante para cobrar 21 hasta ese intento de robo en los tribunales donde todo había fallado.

Deprimido, Voigt pasaba los días vagando por las calles de Rixdorf, muy cerca de Berlín, donde vivían sus parientes, con una sola cosa en su cabeza: encontrar una manera de escaparle a la miseria. Fue durante uno de esos paseos cuando notó un hecho al que nunca le había prestado atención: que los uniformes militares – sobre todo los de oficial – inspiraban respeto y que los soldados obedecían sin cuestionar cualquier orden que les diera un superior.

Tuvo entonces una idea luminosa: aprovechar la obediencia ciega del soldado prusiano para cometer un robo – en realidad una verdadera estafa – que lo sacaría de pobre para siempre. Para eso, claro, debía “convertirse” en oficial. Mientras ideaba el plan viajó en tren hasta Potsdam, ciudad plagada de cuarteles del Ejército prusiano y buscó una tienda que vendiera uniformes de segunda mano. En el negocio de un Trödler (así se llamaba a los ropavejeros judíos) encontró uno de capitán del Primer Regimiento de Infantería de la Guardia Prusiana y se lo probó. No sólo le quedaba como si se lo hubieran hecho a medida sino que, mirándose al espejo, comprobó que sus grandes bigotes – al estilo del Kaiser Guillermo – y su rostro curtido le daban un aspecto tan autoritario como temible.

De regreso en Berlín, dedicó varios días a pasearse enfundado en el uniforme y comprobó que, a su paso, cuanto soldado andaba por las calles detenía su marcha y se cuadraba para saludarlo. Después, vestido de civil, caminó por las calles del oeste de la capital prusiana para comprobar los horarios de los cambios de guardia en los edificios custodiados por soldados. El tercer paso fue vigilar los movimientos del Ayuntamiento de Köpenick, el pueblo más alejado del este del Gran Berlín de la época, el objetivo de su plan.

Para octubre de 1906, tenía planificado hasta el último detalle el robo que lo haría pasar a la historia.

Operación “Köpenickiade

El martes 16 de octubre, Wilhelm Voigt se levantó temprano, se afeitó cuidadosamente, engominó su bigote imitación káiser Guillermo y se calzó el uniforme de capitán de la Guardia Prusiana. Tomó el tren suburbano, se bajó en el oeste de Berlín y caminó con calma hacia el edificio con guardia de soldados que había elegido en sus paseos por la zona. Sabía que exactamente a mediodía se produciría el cambio de guardia.

Esperó en una esquina a que el grupo de la guardia saliente, integrado por un sargento y nueve soldados, se encaminara hacia donde estaba apostado y lo interceptó. Al toparse con un capitán, previsiblemente, los soldados detuvieron su marcha y se cuadraron. Voigt contestó y el saludo y dio la orden que tenía pensada:

-Quedan bajo mis órdenes para cumplir una misión en nombre del Káiser- pronunció con inapelable tono marcial.

“Comuniqué a la tropa que no debían marchar a los cuarteles, sino que por órdenes superiores debían cumplir otro servicio bajo mi mando”, contaría después el propio Voigt al reconstruir el inició de su audaz operación.

Los soldados no dudaron y lo siguieron. Diciéndoles que no le era posible “requisar un vehículo a motor” los hizo abordar un tren que los llevó hasta Köpenik, en el otro extremo del Gran Berlín. En una de las paradas del viaje consiguió cerveza para “sus” hombres y, al llegar a su destino, le dio a cada soldado un marco para que comieran en la estación.

Terminado el almuerzo, les ordenó que se formaran y lo siguieran. Primero se dirigió a la oficina de correos y telégrafos, donde dejó dos soldados y la prohibición terminante a los empleados de comunicarse con la central de Berlín, y luego caminó, encabezando al resto de la tropa, hasta el Ayuntamiento.

A las órdenes de su “capitán”, los soldados ocuparon el edificio, impidieron la entrada de las personas y prohibieron a los empleados circular por los pasillos. Con el Ayuntamiento bajo su control, Voigt arrestó “en nombre del káiser” al alcalde mayor Georg Langerhans y al secretario Erwin Rosenkranz y los dejó bajo custodia en sus despachos.

Después hizo traer a su presencia al cajero, un empleado de apellido von Witburg, para que “rindiera cuentas” de los fondos con que contaba el Ayuntamiento porque tenía la orden de confiscar la caja. El contador municipal le dio todo el dinero que había en la tesorería y le dijo al “capitán” que el resto estaba en la oficina de Correos del Reich, la misma en la que Voigt había dejado a dos de “sus” soldados para impedir las comunicaciones.

Con un par de soldados, mientras el resto de la tropa se quedó en el Ayuntamiento tomado para custodiar a los funcionarios arrestados, el falso oficial llevó al tesorero hasta el correo para que le entregara el resto de los fondos municipales. Von Witburg fue contando el dinero a medida que los soldados los metían en bolsas del propio correo y al terminar le pidió a Voigt que firmara un recibo oficial. Eran 3.557,45 marcos del Reich, el equivalente a unos 200.000 dólares de hoy.

Sin inmutarse, el falso capitán estampó su firma, que lo identificaba como el “Von Malzahn, capitán del Primer Regimiento de la Guardia”. Fue un gesto de burla no carente de humor: Von Malzahn era el apellido del director de la cárcel donde había cumplido su última condena.

Los “arrestados” y la fuga

Con el dinero en su poder, al falso capitán Von Malzahn sólo le restaba ganar tiempo para cubrir su fuga y para eso también había preparado un plan. Volvió al Ayuntamiento con el tesorero y desde allí hizo llamar a una carroza para transportar al alcalde Langerhans y al secretario Rozenkrans hasta la central de la Guardia Prusiana en Berlín. Los hizo subir sin custodia, a cambio de la palabra de honor de los dos funcionarios de que no intentarían escapar. Apenas la carroza partió, ordenó a los soldados que mantuvieran vigilado el Ayuntamiento durante una media hora mientras él se dirigía al cuartel para entregar el dinero incautado.

Recién entonces Voigt pidió otra carroza y le ordenó al cochero que lo llevara a la estación, donde tomó el primer tren hacia el centro de Berlín. Una vez allí, buscó una sastrería y se compró un traje elegante que se puso allí mismo. El uniforme de capitán fue encontrado después, prolijamente doblado, en el baño de un restaurante. Allí se perdió su rastro.

La ingeniosa maniobra de Voigt quedó al descubierto cuando el atribulado alcalde y su secretario llegaron a la Central de la Guardia Prusiana de Berlín para presentarse ante las autoridades. Allí les dijeron que nadie – y mucho menos el káiser Guillermo – había ordenado su detención ni la incautación de los fondos municipales y que no tenían idea de quién era ese capitán que los había arrestado.

En minutos, la estafa ideada por el falso oficial quedó al descubierto y se emitió una orden de detención con su descripción física, la única manera posible de identificar al audaz ladrón. Decía: (El hombre buscado) tiene aproximadamente entre 45 y 50 años y mide aproximadamente 1,75 metros. Es de complexión delgada, tiene un espeso bigote gris y caído y la barbilla afeitada. La cara es ancha y un pómulo sobresale, lo que le da una apariencia torcida. La nariz está rota y las piernas ligeramente dobladas hacia afuera (las llamadas piernas arqueadas). La postura está inclinada hacia adelante, un hombro sobresale ligeramente hacia atrás, de modo que esta figura parece torcida. Iba vestido con uniforme de infantería, gorro, uniforme con la insignia de capitán del Primer Regimiento de la Guardia Alemana, pantalones largos, botas altas con espuelas, guantes blancos y fajín. Tenía un estoque de oficial con una insignia de estrella”.

Las autoridades ofrecieron una fuerte recompensa para quien ayudara a capturarlo, pero no pudieron evitar el ridículo: la prensa, lejos de condenar al asaltante, alabó al “Capitán von Köpenick” – como se lo llamó de inmediato – y contó con todos los detalles la ingeniosa maniobra con que había perpetrado su estafa.

La captura, la  condena
y el indulto

Durante días, la búsqueda del falso capitán – de quién ni siquiera se conocía el nombre – resultó infructuosa hasta que, seducido por la recompensa que se ofrecía, uno de sus compañeros de presidio lo denunció. El delator, Fritz Kallenberg, recordó que en una oportunidad su antiguo compañero de celda le había hablado, sin dar mayores detalles, de hacerse pasar por oficial del Ejército para hacerse de dinero.

Wilhelm Friedrich Voigt fue arrestado el 26 de octubre – diez días después de su audaz robo  – mientras desayunaba impecablemente vestido en un lujoso restaurante berlinés. No ofreció resistencia y acompañó erguido y con la frente alta a los oficiales que lo detuvieron.

En un juicio rápido, el 1 de diciembre de 1906 el II Tribunal Real de Berlín lo condenó a cuatro años de cárcel por “atentar contra el orden público, secuestro, estafa y suplantación de personalidad”, mientras la opinión pública y parte de la prensa reclamaban su libertad. Para muchos, Voigt se había convertido – gracias a lo ingenioso de su maniobra – en un héroe popular, símbolo de las protestas antimonárquicas de la época. Había estafado al Estado y, por lo tanto, al emperador. El clamor fue tan grande que el káiser Guillermo se vio obligado a indultarlo antes de que cumpliera la mitad de su pena.

El estafador de la estatua

Por entonces, una viuda rica, que lo admiraba, le otorgó una buena pensión para que ya no tuviera que robar para sobrevivir. También recibió propuestas de matrimonio de más de 100 mujeres.

Esa popularidad le ofreció otro medio de vida al estafador devenido héroe. Comenzó a recorrer ciudades – no sólo en Prusia, también en Francia y Holanda – contando su historia en los teatros ante un público que pagaba gustosamente el precio de las entradas. Pudo hacerlo durante unos meses, hasta que las autoridades prohibieron sus presentaciones con la excusa de que ponía en ridículo a las instituciones y al Ejército.

Tan molesto terminó siendo Wilhelm Friedrich Voigt para las autoridades prusianas que en 1910 lo ayudaron a gestionar un pasaporte luxemburgués para que se fuera a vivir allí, donde escribió su autobiografía “Wie ich Hauptmann von Köpenick wurde. Mein Lebensbild” (Cómo me convertí en el Capitán Köpenick. Mi imagen de la vida).

El “Capitán von Köpernick” murió en Luxemburgo el 3 de enero de 1922, a los 72 años. Su tumba se encuentra en el cementerio de ese principado y su mantenimiento está a cargo de la administración de la ciudad. Por iniciativa de un grupo de diputados del Parlamento Europeo, lleva una lápida con la inscripción con el nombre que pasó a la historia.

Su fama no terminó allí. En 1956, el cineastra alemán Helmut Käutner estrenó “Hauptmann von Köpenick”, una película basada en la obra teatral del mismo nombre escrita por Carl Zuckmayer.

Pero el mayor homenaje que recibió Voigt es la estatua que hoy se puede visitar frente al Ayuntamiento de Köpernik, que lo muestra con su uniforme de capitán y es la única en el mundo que exalta la figura de un estafador.

Por Daniel Cecchini

Infobae