Necrológicas

Mi Papá me llevaba a la matinée

Por Marino Muñoz Aguero Domingo 16 de Junio del 2024

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Las más tempranas evocaciones asociadas al cine se las debo a mi Padre, ello a partir de una rutina que se inició cuando yo tenía alrededor de cinco años (1965) y duró hasta poco antes que me fuera a estudiar “al norte” (1976). Recuerdo que los sábados lo acompañaba al viejo edificio de La Prensa Austral a entregar su columna dominical que publicaba en el espacio que usted lee en este momento (la publicó durante casi setenta años y la entregaba con una semana de anticipación, como mínimo). Algunos de esos sábados pasábamos a la matinée del Cine Gran Palace, ubicado en Bories casi esquina José Menéndez (antes Valdivia) donde ahora hay una galería comercial. En esos tiempos (al menos en el “Palace”) había funciones en horario de Matinée, Vermouth y Noche; la matinée ofrecía programas dobles con un intermedio de 20 minutos. 

El ”Palace” era un cine de respetables dimensiones, agradable, pulcro, siempre limpio y bien cuidado. El foyer era amplio, pintado de amarillo pálido, en el cual destacaban unas grandes columnas y las puertas de acceso a la platea baja (de madera con acolchado de tono verde). Al costado izquierdo de las puertas, estaba el baño de mujeres y al derecho la oficina del Administrador del cine. El baño de hombres se ubicaba en un descanso de la escalera del lado izquierdo que llevaba a la platea alta -“balcón” le decíamos- a la cual se podía también ingresar por otra escalera “gemela” del costado derecho. Tanto el acceso a “balcón”, como las paredes de las escaleras eran de una  sobria tonalidad verde nilo.

En el interior, destacaban las paredes con una sección de madera terciada de aproximadamente tres metros de altura y luego unas inmensas cortinas que llegaban hasta el cielo raso. En la parte superior de la boca del escenario lucían los signos de zodíaco en bronce, figuras que le dieron un sello inconfundible e inolvidable a esta sala.

Fueron muchas películas las que vimos en el “Palace”: de Tom y Jerry, de cow-boys, de James Bond, Tarzán y variados etcéteras. Pero la que más me quedó en la memoria fue “En una playa junto al mar” del cantante argentino Donald (el del “Verano naranja”) que por alguna razón que no recuerdo, la vimos dos veces. Fue rodada en Buenos Aires y Mar del Plata y contaba la típica historia del muchacho incomprendido por su familia, que -en este caso- estudió Derecho en la Universidad de Buenos Aires (la UBA) para dejarlos conformes y seguir con su carrera artística. 

Cada vez que íbamos al “Palace” debíamos hacer fila para comprar las entradas, porque muchos venían a buscar boletos para la vermouth o noche, incluso para el domingo. En ocasiones no alcanzábamos a llegar a la boletería, pues desde la puerta de ingreso al foyer, escuchábamos a Simón Karelovic, el Administrador del cine: “¡Qué estás haciendo Marino, vengan para acá!” y entrábamos gratis; Karelovic y mi Papá fueron amigos de toda la vida.

Una vez en el foyer, nos dirigíamos a la confitería que había al interior y mi Papá me compraba “confites de alquitrán”, esos toffees ingleses de anís, de color negro y con envoltorio del mismo color, salvo la tonalidad naranja de los extremos. Luego subíamos, pues a mi Papá le gustaba ir a “balcón”. Antes de entrar pasábamos al kisoco que estaba en el segundo piso a buscar las pastillas “Cri-Cri” de Ambrosoli que le gustaban a él y también aprovechaba de comprar una bolsita de “Pastillas de Pololeo” que llevaba de regalo a mi Mamá; eran redondas del diámetro de una moneda de $100 con leyendas de amor del tipo “Más dulce que esta pastilla eres tú” y cosas así. Nuestro ritual incluía una escapada en el intermedio en procura de un refrigerio al Bar “Manantiales”, en Chiloé con José Menéndez, donde actualmente funciona el “Carioca”. 

Terminada la función, y antes de volver a casa pasábamos a la legendaria Fuente de Soda “Ces’t Si Bon” (actual “Lomit’s”) y cerrábamos la tarde de sábado con un helado o un Barros Luco de esos de los de antes.   

En 1987 fuimos con mis Padres a Buenos Aires y una tarde cualquiera que pasábamos por la Facultad de Derecho de la UBA, tuve la sensación de haber estado antes allí y se lo comenté a mi Papá. Luego de pensar por un instante, uno de los dos recordó la película “En una playa junto al mar”, pues en ese lugar donde nos encontrábamos en ese momento, se filmó la secuencia de la canción “Siempre fuimos compañeros” (“Compañeros/ siempre fuimos compañeros/ de alegrías y tristezas/ en la escuela y en el bar…”). Era la magia del cine: tal como en “Mary Poppins” con Julie Andrews o “La Rosa Púrpura del Cairo” de Woody Allen, el telón cobraba vida, pero esta vez el telón del viejo “Palace” cobraba vida en Buenos Aires, ahí en la Avenida Figueroa Alcorta. Esa tarde mi Papá -y esta vez con mi Mamá- me había llevado otra vez a la matinée y a falta del “Cest’ si Bon”, cerramos la jornada en el Café “La Biela”, la guarida de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, pleno Barrio de La Recoleta.  

Nota: Dedicamos esta crónica a todos los Padres en este día, a los que están y a los que se fueron (pero que siempre están).