El amor, aunque duela siempre se vuelve a leer
Por Cristián Morales C.,
Librería Leo el Sur
Si pudiéramos dibujar las penas y alegrías del amor, una parte esencial de ese trazo estaría teñida por las palabras de Pablo Neruda. Su figura despierta debate, sobre todo por episodios oscuros que muchos prefieren ignorar. Pero su obra resiste el juicio del tiempo: vibra, interpela, desarma. No necesita defensores: cada verso golpea o acaricia, según quién lo lea.
“Me gustas cuando callas porque estás como ausente…”
Versos como este han sido recitados en mil lenguas y acentos. No solo por su belleza formal, sino por la intensidad con que capturan ese amor que arde o se apaga dejando apenas cenizas.
Por eso Veinte poemas de amor y una canción desesperada es más que un libro: es un rito, un umbral emocional. Publicado en 1924, cuando Neruda aún firmaba como Ricardo Neftalí Reyes Basoalto, marcó un quiebre en la poesía en español. Con lenguaje íntimo y sensorial, rompió con la solemnidad del amor idealizado y lo volvió carnal, cercano, humano.
En sus páginas, el erotismo se funde con el paisaje, la pasión con la pérdida. El poeta no recuerda el amor: lo padece. El impacto fue inmediato. Traducido a más de 35 idiomas, ha sido consuelo y espejo para generaciones. No envejece, porque el amor tampoco lo hace.
En Chile, la poesía no es lujo, es pan. Aquí nacieron también Mistral, Teillier, Rojas, Violeta, Elvira Hernández, Stella Díaz Varín, Teresa Wilms Montt… Voces que han hecho de la poesía una forma de resistir, de decir lo indecible. Porque amar también es una manera de escribir. Y leer poesía, una forma secreta de seguir amando.
Y entre esas páginas aparece Albertina Azócar, marcada en su memoria sin convertirse en destino. No es la única: el libro está lleno de mujeres evocadas, simbólicas, difusas.
Porque cuando el amor se hace poema, el tiempo deja de importar. Y Neruda, pese a todo, sigue susurrándonos al oído.