Estibadores y trabajadores portuarios vivieron la emoción de reencontrarse después de cuarenta años
Manuel Canales Reyes revisó el calendario y notó que el viernes 22 de octubre, el Sindicato de Jornaleros de Mar y Playa de Magallanes, que un año más tarde pasó a llamarse Sindicato Profesional de Estibadores y Desestibadores Marítimos de Punta Arenas, cumplía 90 años. Es por eso que un acontecimiento como este no podía pasar inadvertido, menos para quienes se unieron en los rigores y durezas de la actividad portuaria. Comenzó a llamar a los más cercanos, y de a poco, fueron reuniéndose. Catorce llegaron a la cita en la sede ubicada en calle Lautaro Navarro, a pasos del puerto donde se desempeñaron durante gran parte de su vida.
Cuarenta años estuvieron sin verse las caras. Por eso, las anécdotas y recuerdos surgieron rápido. Ponerse al día, a fin de cuentas, después de todo este tiempo, donde la mayoría ya bordea los 80 años. De hecho, el “jovencito” del grupo fue José Sánchez Uribe, de “apenas” 70 años. Pero el entusiasmo por volver a verse los tenía a todos con la vitalidad de esos años de trabajo y sudor junto al mar.
La ley que los separó
Manuel Canales explicó, sin embargo, que pese al carácter festivo del encuentro, hay un dolor permanente en todos ellos. “Hace cuarenta años, nosotros no celebramos ni conmemoramos, porque para nosotros fue una ley maldita, la 18.032 del 25 de septiembre de 1981, en la que nos caducaron nuestras matrículas que indicaban que nosotros éramos trabajadores matriculados, estibadores profesionales. Como consecuencia lógica, mucha gente tuvo que jubilar y otros buscar otros rumbos, porque los salarios que cancelaban las empresas eran insuficientes y abusivos”.
Todos se conocieron siendo muy jóvenes, ya que como ejemplificó Canales, “yo tenía 20 años cuando empecé, ellos eran estibadores más jóvenes, pero todos éramos profesionales, y venían llenando las vacantes cuando alguien se retiraba o fallecía. Nosotros pertenecíamos al Sindicato Profesional de Estibadores de Mar y Playa de Punta Arenas y éramos especializados en estibar y desestibar mercadería a bordo de las naves de distintas partes del mundo. Embarcábamos fardos, carnes frigorizadas, animales en pie, y después la mercadería que venía: cementos, papas, porque en ese tiempo eran pocos los camiones que venían a Punta Arenas”, recordó.
La cuadrilla a la que pertenecía estaba compuesta de 15 personas, “en las que existía un portalonero, que mandaba los huincheros, que cualquiera en el sindicato estaba en condiciones de desempeñar esa labor, porque éramos profesionales. Para ingresar como estibadores debíamos concurrir a la Gobernación Marítima, a la Inspección del Trabajo, presentar nuestros certificados de antecedentes y demostrar que efectivamente trabajábamos en esas labores. Esto por la razón de que nosotros ingresábamos como auxiliares de estibadores, estábamos a prueba un tiempo y los estibadores antiguos nos enseñaban cómo debíamos realizar nuestras labores. Muchas veces por tradición familiar, o conocidos y amigos, casi todos entramos en la misma época”.
En el sindicato también estaban el capataz, los delegados de buques que velaban por el cumplimiento de las obligaciones económicas y la directiva se encargaba de discutir los convenios y contratos con las empresas navieras. “Cuando se creó el Instituto de Seguridad del Trabajo nos comenzaron a traer ropa de abrigo, a exigir cascos de protección, cascos de seguridad. Antes, la gente más antigua que nosotros trabajaba con una bufanda, guantes, pero nunca con elementos de seguridad. La gran mayoría de nosotros tuvimos accidentes, y eran muy frecuentes los lumbagos, porque no sabíamos y después nos enseñaron cómo hacer las cosas. Ahora, debemos reconocer que el Instituto de Seguridad del Trabajo nos enseñó muchas cosas que creíamos que estaban de más y que con el transcurrir del tiempo era efectivo. A nosotros nos costó un mundo usar casco, nos poníamos jockey, gorro y al principio fue terrible tener que usar elementos de seguridad”, profundizó Manuel Canales, quien de inmediato dio la palabra a algunos de sus compañeros.
José Sánchez Uribe, aunque es el más joven del grupo, fue hijo de estibador, por lo que siempre estuvo ligado a esta actividad. “El sindicato estaba en Balmaceda y para Año Nuevo y Navidades recibíamos los regalos ahí. Después nos trasladamos a este edificio y, como éramos jóvenes, para entrar a estibador teníamos que pintar, porque esto era entre bodega y oficinas. Partimos de abajo para ser auxiliar de estibador y así ir quemando etapas. Como estibador de planta estuve cinco años, porque en 1981 nos quitaron la matrícula”.
En el caso de Vladimiro Draguicevic Miranda tuvo un componente trágico, porque “mi papá era estibador y tuvo un accidente, y al tiempo falleció. Le cayó una carga y le lesionó la columna, que lo dejó mal”.
Entre los más antiguos, José Armando Oyarzún Vivar, con sus 85 años, recuerda que “entré como auxiliar desde 1961 hasta 1968, después entré a planta hasta que nos aplicaron la ley en el año 1981. De ahí, un año trabajé, pero ya era por turnos y se pagaba casi nada. Calculo que en ese tiempo, estábamos ganando 6 mil pesos diarios y la compañía comenzó a pagar 720 pesos cuando empezaba el turno, después que nos aplicaron la ley. Por eso, cada uno buscó la manera de irse y trabajar en otros lados”.
Otra historia que los une fue que muchos de ellos fueron reservistas de infantes de marina para el conflicto con Argentina de 1978. “Nos llamaron y el 24 de diciembre de 1978 creímos que lo íbamos a pasar afuera”.
El arte de tirar la cuerda
Este grupo no solamente mostraba fortaleza en el trabajo. La actividad social y sobre todo la deportiva, fue una buena instancia para forjar lazos, amistades y tener alegrías.
Manuel Canales apunta que el Club Deportivo Estibadores comenzó con baby fútbol y fútbol, para de ahí pasar a tener rama de atletismo, “pero nuestro deporte rey fue tirar la cuerda, porque era de fuerza, y nosotros entrenábamos y estudiábamos hasta llegar a hacerlo un arte. No es por cachiporrearnos, pero era un arte. Para el Mes del Mar, la Armada nos invitó, primero para completar el listado de 12 tiradores de cuerda y nos llamaron a nosotros. Me eligieron capitán y salimos campeones. Esa disciplina trajo a las esposas, los hijos e incluso los nietos, al final llegaba el sindicato completo, que llegamos a ser 115”.
Pero los años pasan y de esa cifra, solamente quedan estos quince sobrevivientes. Por eso para Canales, reencontrarse con sus ex compañeros, más aún después de la pandemia, ha sido un acontecimiento muy especial, tanto que hasta las lágrimas comentó que “no es lo mismo hablar por WhatsApp que vernos y abrazarnos. Nos juntamos para reunirnos y reconocernos como compañeros”. Esa fue la intención de la cena que tuvieron el viernes, en la añosa sede del sindicato en Lautaro Navarro, donde volvieron a celebrar por esa unión que las leyes y la burocracia truncaron hace cuarenta años, pero que no pudieron destruir la amistad entre estos trabajadores.