Gabriela Mistral en Ultima Esperanza
La amabilidad de Claudia Bahamonde puso en mis manos el libro de su edición “Paisajes culturales. Laura Rodig en Magallanes 1918-1951” cuya autoría es de Yocelyn Valdebenito Carrasco. Por su interesante contenido nos hemos impuesto sobre cantidad de noticias referidas a la presencia de la escultora en Magallanes, primero acompañando a su amiga Lucila Godoy (Gabriela Mistral) en su permanencia de 1918-19 como colaboradora de la labor pedagógica en el Liceo de Niñas de Punta Arenas y otras entidades locales, y además como rendida admiradora, confidente y acompañante de la poetisa en sus recorridos de conocimiento del territorio y su gente. Es una obra cuya lectura recomendamos como necesaria y útil que, es claro, nos ha permitido valorar mejor lo que fue esa presencia en la región de una artista que durante su permanencia fue conmovida por el vigor de lo telúrico y por la fuerza anímica de sus habitantes, que la inspiraron para crear y difundir obras de arte y cultura.
Ahora vamos al punto que motiva el epígrafe de esta nota: el viaje que en 1919 realizó Gabriela Mistral a Ultima Esperanza y sobre el cual, hasta ahora, había mucho de misterio. Sabíamos así que por invitación de Rogelio Figueroa, sin duda alguna admirador de la maestra poetisa, ella había pasado un tiempo en su hotel de Tres Pasos a principios de 1919. De este hecho conservado en la memoria local se hizo eco a mediados del siglo pasado el Rotary Club de Puerto Natales, que en plausible iniciativa hizo erigir un monumento conmemorativo de la presencia de la Premio Nobel en el lugar, decisión adoptada todavía cuando no se conocía la magnitud y significación de su obra creativa en verso y en prosa, motivada principalmente por la experiencia excepcional que para Gabriela representó aquel viaje de conocimiento territorial ciertamente memorable.
Años después nuestro ilustre académico Roque Esteban Scarpa, que tuvo largo y muy amistoso trato con la poetisa, en otra feliz iniciativa decidió recoger parte de su vasta pero dispersa obra y lo hizo pensando en y para sus coterráneos magallánicos para que se entendiera… porqué y cómo una experiencia en una vida dura, podría semejar destierro y luego convertirse en conciencia íntima de autenticidad que se revierte sobre la tierra que la originó. Escribo para que no ignoren la obra que Gabriela realizó en el entonces Territorio… (“La desterrada en su patria. Gabriela Mistral en Magallanes: 1918-1920”, Editorial Nascimiento, Santiago 1977, advertencia preliminar del autor en págs..7/9). Fue entonces que pudo comenzar a conocerse cuánto de la obra de la Mistral había sido motivado por esa estadía magallánica, algo en verdad que no deja de sorprender por su fuerza motivadora y su profundidad. El libro de Scarpa abrió así un cauce por el que otros autores contemporáneos han comenzado a escribir, informar y comentar sobre tan interesante tópico como fuera la intensidad con que esa experiencia de vida austral marcó a la poetisa.
Pero ahora gracias al trabajo de investigación de Yocelyn Valdebenito sobre la vida y obra sobre la escultora y pintora Laura Rodig en Magallanes, y en especial a sus recuerdos sobre una convivencia compartida, es que sabemos más sobre la memorable estadía, que precisamente tuvo ocurrencia entre el 14 de enero y el 2 de febrero de 1919; también que Gabriela viajó acompañada de Celmira Zúñiga, Laura Rodig y Carlos Isamitt, todos profesores, y que estando en Tres Pasos se encontraron con el compositor Enrique Soro (más tarde Premio Nacional de Música) y su hija Cristina quienes hacían por entonces un recorrido en automóvil por el territorio, quienes invitaron a Gabriela y acompañantes a conocer la zona interior que ya se afamaba por sus paisajes naturales, y que así efectivamente lo hicieron. De ello da testimonio gráfico suficiente la fotografía tomada por Soro, al parecer en un paraje del sector oriental del Paine y que muestra a Gabriela con atuendo protector ad hoc para enfrentar el rigor del paseo, junto a Laura Rodig, Cristina Soro y Carlos Isamitt, documento valioso que se conserva en el Archivo Central Andrés Bello de la Universidad de Chile. Pero aun más decidor que la fotografía es el recuerdo del mismo viaje que Laura Rodig hiciera a Gabriela Mistral en carta del 15 de septiembre de 1954 y que da a entender cómo y con qué profundidad aquellas almas sensibles vivieron y compartieron esa experiencia y sus sentimientos derivados. Por ello nada mejor que reproducir esas líneas colmadas de sugerencias:
“Con nostalgia recorrí la región de Ultima Esperanza. Ahí estaban las estupendas perspectivas, con las albas y los atardeceres que usted no habrá olvidado. Las estepas, las selvas, los horizontes de árboles quemados, muertos, y por sobre todo… el viento. Y cada cien o doscientos kilómetros la “humana” nota de una manada de guanacos con sus lindas crías o de avestruces con su carrera bamboleante y despavorida. Ahí estaban las Torres del Paine, las que ví reflejadas en toda su verticalidad sobre un lago del más puro azul, la Cueva del Milodón, la laguna Figueroa, el hotelito de Tres Pasos, en el cual viví junto a usted serenos y luminosos días y frente al cual hay ahora un busto suyo…” (Paisajes culturales cit. Pág.198).
Aquí en estas líneas se puede abarcar tanto la extensión geográfica del recorrido comarcal que en lo concerniente a la zona del Paine debió extenderse hasta laguna Azul, sector accesible entonces para vehículos motorizados, pues únicamente desde allí pueden avizorarse las emblemáticas torres y su entorno montañoso en todo su esplendor, deducción que hacemos no sólo por el hecho consignado sino porque en su precisa y breve descripción de las mismas Rodig sin saberlo repitió los conceptos con que Florence Dixie dio cuenta de su admirada visión descubridora de esa maravilla natural y con los que le dio renombre universal por medio de su afamado libro “Across Patagonia”. Leyéndolas y releyéndolas podemos entender, o comenzar a entender mejor, la intensidad de los sentimientos que la naturaleza admirable de en su diversidad paisajística tanto pudo inspirar a Gabriela Mistral y que después quedaría plasmada en sus imperecederas creaciones en verso y prosa.
Ciertamente fue la comentada una visita particularmente significativa durante la permanencia de Gabriela Mistral en Magallanes. Suficiente para que paulatinamente pudiera entender y valorar esta tierra extraña que, quizá, pudo ver de primera como una suerte de destierro que, al fin, no fue tal. No, fue todo un descubrimiento que la iluminó y la hizo comprender en profundidad lo que la misma significaba. La intuyó cabalmente en su magnitud y laberíntica complejidad geográfica a través de sus dos viajes por los canales de la Patagonia occidental y por el estrecho de Magallanes, y por su memorable recorrido por el interior territorial que la condujo desde Punta Arenas hasta el corazón preandino de Ultima Esperanza; tierra magallánica que vivió (y padeció) en su rigor climático y que apreció en la fuerza anímica de su gente. Al territorio magallánico lo vio y lo entendió después más claramente como un Chile diferente de aquel de “Reloncaví arriba”, auténticamente primigenio, convicción que no se cansó de exponer y
reiterar repetidamente.
Magallanes debe por ello y su obra poética y en prosa gratitud inmensa a la gran mujer, honra de Chile, que fue Gabriela Mistral y la deuda insoluta habrá de satisfacer debidamente en tiempo y forma. Gracias otra vez a Jocelyn Valdebenito y a Claudia Bahamonde por aportarnos, aquella con su investigación y ésta con su edición, tan interesante como valiosa obra sobre Laura Rodig en Magallanes.