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Los cambios en los paradigmas sociales y políticos

Por Ramón Lobos Vásquez Miércoles 18 de Noviembre del 2020

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Esta pandemia vino a trastocar los paradigmas y modelos de atención y cuidados de la población. Afectó las bases de los modelos predictivos de nuestra sociedad. Por ejemplo, la provisión de servicios en salud, la ubicación de ellos, el modelo que centraliza las atenciones en los hospitales y consultas adosadas, con la necesidad de que sean los usuarios quienes se desplazan hasta allá. Lo que se conoce como modelos hospitalcéntricos. El número de camas de cuidados intensivos, la rigidez de los modelos piramidales con niveles de atención, no siempre entendidos por los usuarios.

También quedó en evidencia la ausencia de una planificación territorial. La desigual distribución de los servicios para los sectores más vulnerables, que sigue una lógica de mercado y facilita el acceso para quienes tienen más recursos y oportunidades. Incluso en la planificación territorial la
desigual distribución de áreas verdes o de esparcimiento. Las características de las calles y veredas. Y un sin fin de situaciones que han creado un Magallanes más desigual y no el homogéneo que vivimos antaño, donde convivían realidades familiares y económicas muy diversas.

Por eso esta pandemia nos pilló mal parados como sociedad. Por eso los estragos de ella son más evidentes y notorios por dónde vives y con cuánto cuentas en tus bolsillos. Reflejo de esta segregación que se instaló desde la maximización de los recursos fiscales. Barrios y servicios para gente pobre subsidiada por el Estado y barrios y servicios para los con más recursos, capaces de financiarlos o endeudarse para ello. Con la cohorte de mejor barrio, mejor colegio y mejor educación, mejores servicios y un sin fin de externalidades que conlleva estar en el lado de los beneficios, pero financiados por el poder económico que poseas.

Al medio la llamada clase media observando cómo no se pertenece a ninguno de los dos grupos y todo debe ser financiado a través de trabajo y esfuerzo personal o familiar. Más allá de lo habitual que significa a veces que padre y madre trabajen a tiempo completo o bien tengan otros emprendimientos para allegar más recursos.

Cambiaron los tiempos en que el esfuerzo y trabajo por estudiar y alcanzar una profesión permitía dar el salto o movilidad social que asegure su lugar en la sociedad. Nuestros abuelos nos inculcaron eso. Estudien para vivir mejor, algo que ellos en su mayoría no alcanzaron a ver pero que vislumbraron como el eje de mejores tiempos para su descendencia. Por eso a sus hijos les aseguraron más y mejor educación que ellos y estos a sus nietos y nietas. Un círculo virtuoso que parecía funcionar y estaba en el ADN de nuestra sociedad. Para ser más había que esforzarse más para lograrlo y alcanzar ese sueño dorado de un mejor pasar futuro.

Lo que nadie se dio cuenta que este sueño se hizo cada vez más utópico y ya no bastaba un esfuerzo para alcanzarlo, cada vez era más y más intenso el esfuerzo. Casi hasta vender el alma para lograrlo.

Desaparecieron así el tiempo para los clubes deportivos, centros de madres, centros de padres, cooperativas y tanto esfuerzo colectivo de promoción y desarrollo comunitario. Incluso no hubo tiempo para asistir o participar en iglesias o actividades de la fe. Había que dedicar todo esfuerzo a lograr metas personales.

Y esta pandemia que requiere más que esfuerzos personales, que por sí solo no bastan sino que de esfuerzos comunitarios para combatirla y enfrentar sus consecuencias nos borró de plano el modelo construido estos últimos 40 años; algo que se había hecho evidente en el llamado estallido social.

Lamentablemente cuando esta segunda ola nos golpea inmisericordemente y no hay tiempo para reflexionar sino actuar, el modelo nos lleva a seguir haciendo mal y peor las cosas. El modelo de trabajo social y de acción del gobierno regional, de servicios y ministerios no es capaz de dar respuesta. Cambiar autoridades no cambia el curso de lo que sucede porque se repite el mismo guión. Ese que se rechazó en el plebiscito. Hay que dar paso a nuevos liderazgos, a nuevas formas de entender el trabajo político y por sobre todo la acción de quienes detentan o detentamos cuotas de poder.

El trabajo colectivo, el liderazgo participativo, la gestión y resolución de las problemáticas locales es central. No se necesitan iluminados ni retóricos. Necesitamos líderes que se arremanguen y se pongan al lado del trabajo. Que convoquen a la búsqueda de soluciones más que imponer modelos.

Hoy los que esperan instrucciones desde Santiago para actuar son carne de cañón para nuestra población y serán los primeros barridos en futuras convocatorias a elecciones. Se necesitan nuevos y distintos líderes para un mejor Magallanes. Abramos puertas y ventanas para que se ventile el espectro político y entren otros actores más cercanos y renovados para convocarnos y guiarnos desde el ejemplo a la gran tarea que se avecina.

Los que no lo entienden así, vayan dando ya un paso al costado. Pasarán por sobre ustedes si mantienen esta forma obsoleta de hacer política y trabajo para este siglo XXI que está empezando post pandemia. Es tiempo de cambios profundos.