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Alejandro Vásquez Servieri: Cuando nos volvamos a abrazar, el simple milagro que estamos esperando

Por Agencias Domingo 7 de Febrero del 2021

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Por Alejandro Vásquez Servieri
Gobernador provincial de Magallanes

Hace un año nuestra vida era distinta, construíamos nuestra historia, imperfecta quizás, pero con tradiciones y rutinas que  nos reunían con la familia, las amistades, los conocidos… “Me impresiona la cantidad de gente que hay en nuestra ciudad, siempre veo un rostro nuevo”, me dije muchas veces… Eso era parte de un cotidiano, nuestro cotidiano… como los abrazos que ya no damos, como la gente querida que hemos dejado de ver…

Hace poco más de un año, en diciembre de 2019 para ser más exactos, se daba cuenta de un virus surgido en Wuhan, China. Y el nombre de esa remota ciudad comenzó a hacerse familiar y junto con ese, otro nombre sonaba, se adaptaba en nuestro lenguaje y nuestra vida: coronavirus, que a poco andar fue mutando a Covid-19. Nombres desconocidos que hoy, lamentablemente, han pasado a formar parte de nuestra vida y lo que era una lejana epidemia desde nuestra perspectiva, nos llegó de golpe y cambió drásticamente nuestra vida.

El Covid-19, este odiado coronavirus,  es también una cura de humildad, que ha dado cuenta de lo vulnerable que es la humanidad. Durante 2020 fuimos adquiriendo incertidumbre, como si nos hubieran arrebatado las certezas y sentimos miedo a lo desconocido. Trabajamos en casa, estuvimos más tiempo con los nuestros, descubrimos  todo un mundo digital que nos permitió realizar nuestro trabajo, hacer trámites, realizar compras, reunirnos a distancia y aunque no hemos terminado de sopesar el impacto que este gran cambio traerá a la humanidad, hemos podido sentir que la esperanza provoca algo bueno, estremecedor y humano.

2020 fue un año extraño, duro, triste. Con efectos sociales profundos, con trastornos psicológicos e incertidumbre. El mundo definitivamente cambió. Nos pusimos una mascarilla, adoptamos normas higiénicas, aprendimos a mantener distancia física con los otros y comenzamos a clamar interiormente por una solución científica a la pandemia de la que, sin querer, estábamos siendo protagonistas.

Desde hace unos meses ya comenzó a hablarse de la eventualidad de que las vacunas en estudio estuvieran listas antes de lo pensado y en todas partes del mundo se celebró tal posibilidad, que parecía lejana para algunos, imposible para otros, una ventana abierta para despedir al virus para los más optimistas.

El miércoles 03 de febrero fue un día importante, histórico, cargado de emociones. Fue el día en que comenzó la vacunación masiva en nuestro país y me correspondió estar presente en uno de los puntos de vacunación de la provincia, en la Escuela Patagonia.

Comenzamos a prepararnos para este verdadero hito dentro de la pandemia, mantuvimos reuniones y recibimos instrucciones, para que todo funcionara bien. Lugar, personal de salud, funcionarios, insumos, alcohol gel, guantes, distribución, todo tenía que estar bien.

Y llegó el día,  todo estaba en el lugar según lo previsto. Ese día la vacunación comenzaba con los mayores de 90 años. Son muchos años, pensé. Quizás no lleguen. Quizás tengan miedo de salir, han estado tanto tiempo encerrados, siguiendo a pie cabal las normas de salud y se han guardado, se han confinado. Quizás no lleguen. Por miedo.

Pero ahí estaban. Comenzaron a llegar y la verdad es que no era la vacuna, sino ellos quienes representaban la esperanza de nuestro país, de nuestra gente. ¡Qué muestra de dignidad, en cada paso, en cada gesto! Los mayores de 90, nuestros mayores, padres de algunos, abuelos de otros, bisabuelos quizás. Su paciencia, su andar lento, sus sonrisas sabias, su calma en la espera y por sobre todo un ejemplo más de vida de aquellos que nos cuidaron alguna vez, un ejemplo que no olvidaremos: sus ganas de vivir, su aprecio por la vida, su esperanza de recuperarla y de ganarle al virus que trató de apoderarse de ella.

Definitivamente ellos nos dieron una gran lección, una que el resto tiene que replicar. No estamos viviendo tiempos normales, esto nos ha pegado duro, se estancaron algunos sueños, pero tenemos vida y mientras exista tenemos que ser como los mayores de 90: levantarnos temprano, sacudirnos las perezas, las penas, los malos pensamientos, regocijarnos por todo lo que hemos aprendido y seguir, seguir adelante, a nuestro paso, porque mientras haya vida, también hay esperanza.

La tormenta pasará y será bueno.  Será bueno cuando nos volvamos a abrazar. Y cuando eso suceda que sea con la lentitud, sabiduría, paciencia y amor de nuestros adultos mayores, nuestros viejos queridos y decir como ellos: ¡Tengo tanto por qué vivir!

¡Así, cuando nos volvamos a abrazar!