Jiles: ¿la presidenta que merecemos?
Cuando un actor o comediante encarna un personaje, hay ocasiones en que la fuerza e intensidad de este ejercicio comienza a relativizar los límites entre la interpretación y el yo genuino, en una especie de invasión metafórica de la ficción en el terreno de la realidad. El personaje sirve como armadura para expresar o asumir comportamientos que el sujeto real no colocaría en práctica, ya sea por convicción propia o simple represión ante el medio social. En ocasiones el personaje se vuelve tan atractivo, concitando la atención del entorno, que puede resultar adictivo para quién le da vida, anulando la genuina expresión personal por conveniencia o desvalorización de lo que realmente se es. Por ejemplo, cuando un individuo está convencido que para ser el alma de la fiesta y pasarlo bien debe embriagarse, pues sobrio no es capaz de interesar a nadie.
Al ver a Pamela Jiles me pasa eso, percibo e interpreto que la mujer de tono engolado, rictus imperturbable, mirada condescendiente y expresión de moralidad superior, es un personaje; una creación que ha estudiado una gran variedad de libretos para contestar lo que le preguntan o provocar la atención de quienes la escuchan. Su personaje se fraguó cuando migró del periodismo investigativo a la farándula, cuando este ambiente era una mina de oro al tratar temáticas superficiales y sin importancia que eran consumidas vorazmente por la gente. Aunque curtió su coraza en un medio impersonal y frío que se disfraza con ropajes de diversión y buena onda, rodeados por una cultura en que lo desechable impera, nunca dejó de mirar la política de reojo, pues inteligente y estratégica probablemente intuyó que el maná de este mundillo se agotaría más temprano que tarde. Recordemos que en el 2009 tuvo una performance frente a la Moneda para su supuesto lanzamiento como candidata presidencial, vestida de militar soviético y acompañada de una stripper que se desnudó completamente. Como era de esperarse, concitó la atención de las noticias de ese día, aunque resultaba tan difícil tomarse en serio un acto así, como comprender la incongruencia de quien reclama por la instrumentalización de la mujer.
Más de una década después, ya instalada en el Parlamento, Jiles cada cierto tiempo vuelve a concitar la atención, teniendo su máxima expresión en la “baile de victoria” al obtener el retiro del primer 10%. A pesar de su bota ortopédica, con sus ágiles correrías y saltos quiso restregar su triunfo ante los poderosos, asumiendo la representación de los más postergados de la sociedad, especialmente de los jóvenes a quienes llama maternalmente sus “nietitos”. Más allá de la vergüenza ajena provocada en algunos, o la genialidad y valentía interpretada por otros ante este acto, la necesidad y emergencia actuales justifican el retiro del dinero de las AFP, proyecto que si bien fue presentado por varios parlamentarios, la blonda “abuela” ha sabido transformarlo en su propio “buque insignia” para personalizar en su figura este logro. Personalmente, reitero mi apoyo para una situación extrema de necesidad, pero el saltar y bailar como una colegiala debido a que se puede acceder al propio dinero y que en el futuro las pensiones serán aún más escuálidas de lo que ya son, no puedo interpretarlo como un gran triunfo, el que realmente hubiese sido al lograr corregir los abusos del sistema.
En esta semana, Daniel Matamala, conocido periodista cuya postura conocemos claramente, hace un análisis muy interesante en su columna “Giles”, donde aborda en profundidad el significado de la descalificación permanente de Jiles hacia sus adversarios (debido al incidente con su colega Diego Schalper, que más allá de lo ofensivo y ordinario de las expresiones, viene a cuestionar la consecuencia de un discurso añejo y discriminador que se necesita erradicar), el fuego amigo hacia sus propios compañeros debido a su necesidad de figuración y dificultades para dialogar, la Pyme familiar política al utilizar su tribuna parlamentaria para promover la candidatura a Gobernador de su pareja, su estilo comunicacional que la asemeja mucho a Donald Trump, entre otros temas. Matamala desnuda este “personaje”, para advertir dinámicas comunicacionales que van más allá de colores o bandos políticos.
Todo esto coronado con el primer lugar de Jiles en la encuesta CADEM respecto a intención de voto presidencial. Entonces, las preguntas surgen casi de manera automática: ¿las elecciones que vienen serán lideradas por “personajes” que llaman la atención a pesar de sus incongruencias?, ¿qué pasará con los candidatos ponderados, abiertos al diálogo y equilibrados en sus expresiones?, ¿llegó el tiempo de liderazgos o caudillismos? Será interesante observar cómo evoluciona este fenómeno, si es una contingencia o una tendencia, si las personas elegirán ciudadanos serios, austeros, responsables y competentes para dirigir nuestro país sin priorizar colores políticos; o nos gobernarán “personajes”, que bien sabemos como evolucionan al obtener cada vez más poder.