Necrológicas

Faltaban sólo unas horas…

Por Jorge Abasolo Lunes 21 de Junio del 2021

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Si hay un chileno que merece mis respetos reverenciales, de quien no me canso de leer y releer, le profeso admiración y hasta me hubiese extirpado un testículo con tal de conocerlo y entrevistarlo, es Joaquín Edwards Bello.

Fue talentoso, prolífico y cáustico para decir las verdades más intensas.

Acaso sin saberlo, hizo una disección de la forma de ser del chileno que ni el más agudo de los sociólogos ha podido equiparar. Resumía el carácter nacional en una sola palabra: siutiquería.  Si viviera hoy, creo, la hubiese reemplazado por la palabra arribismo.

Una vez su sobrino Jorge Edwards (Premio Cervantes y Nacional de Literatura) me contó que don Joaquín era algo supersticioso. Nunca lo puse en duda. Cuando un hombre de talento se declara primero agnóstico y luego ateo a secas, lo más probable es que el tiempo lo convierta en supersticioso. Conviene aclarar aquí que la superstición viene siendo algo así como la religión de los ateos.

Hablo del inefable don Joaquín a raíz del libro “Faltaban solo unas horas…” escrito por Salvador Benadava y publicado por LOM Ediciones.  Lo recomiendo hasta la majadería porque será una lectura gozosa, de esas inolvidables, para esta época que invita al bajoneo.

En un país uniforme, de medias tintas, con muchas cautelas, medio radical y medio DC, donde campea la cultura del “más o menos”, la figura de don Joaquín asoma como la pausa que invita a reflexionar, a cuestionar y revisarlo todo. Fue un marginal, un maldito…un tábano societal en una época donde desafiar el establischment era tan peligroso como gritar ¡Viva el Colo-Colo en medio de la barra de Los de Abajo!   

Fue un insurrecto de las letras, un inconformista con trazas de iconoclasta que no se hacía problemas en pulverizar la catarata de prejuicios y convencionalismos que pululan en esta aporreada y enjuta faja de tierra.

Fue un francotirador contumaz de la mediocridad rampante.

Del chileno le llamó sobremanera esa tristeza de letra de tango que nos acompaña, producto en parte de nuestros ancestros mapuches. Y así llegó a decir que “el chileno tiene la alegría del incendio y del velorio”. Por cierto, un apotegma notable que resume en pocas palabras nuestra inclinación al bajoneo.

Como todo escritor de fuste, don Joaco era soñador y no disimulaba una pasión frenética por el juego. Convencido que la fortuna cambiaría su destino material, optó por irse una vez al club Hípico, intentando hacer rodar la fortuna a su favor. La suerte le fue esquiva y resolvió cambiar el Hipódromo por el Casino. La cosa fue de mal en peor. Tanto así que su tía Elisa llegó a decir una vez:

-Este Joaquín tiene tan mala suerte que algún día le van a quitar hasta lo bailado.

No se olviden: se llama “Faltaban solo unas horas…” y es de esos libros dignos de releerse.

Gracias a LOM Ediciones por publicar un libro de este calibre.