Necrológicas

El primer Papa español

Por Jorge Abasolo Lunes 26 de Julio del 2021

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Fue un día apoteósico para España aquel 9 de abril de 1455. Y tenían razones los coños para estar tan contentos como si se tratara de un día de pago. Ese día, el cardenal Alonso de Borja fue elegido Papa, el primer español que aposentó sus reales en el solio pontificio. Y no anduvo nada de mal para ser el primer Papa exportado.

Eso no implica que haya abusado del poder; y luego acusado de haber introducido hasta límites censurables el nepotismo en la corte papal. Es innegable que enalteció desmesuradamente a sus sobrinos: a Rodrigo de Borja y a Luís Joan del Milá los hizo cardenales (20. II. 1456) a pesar de su corta edad. Nombró a este último gobernador de Bolonia

Sintetizando, Calixto III (su nombre papal) dejó muy bien colocado al resto de su familia, léase su sobrino y futuro Papa Borgia, Alejandro VI, y a los hijos de este disipado y licencioso pontífice, entre ellos los famosos Lucrecia y César Borgia. Los papas, por aquel animado siglo XV, gustaban de tener mucha y variada descendencia.

El primer Papa español no se podía acoquinar en medio de tanto lujo y en medio del Vaticano. Y así fue como tomó trascendentes decisiones, aunque la más extravagante y hasta divertida fue la excomunión de un cometa. En efecto, Calixto III excomulgó al cometa Halley, ese mismo que sólo se deja ver cada setenta y tantos años y que tuvo la mala suerte de pasar justo cuando estaba Calixto III.

Cuando el Papa llevaba un año en el trono, los astrónomos corrieron a advertirle que en la bóveda celeste había un cometa grande y de aspecto horripilante, con una cola de color amarillo que parecía una llama ondulante.

Intrigado, Calixto III buscó sus propias conclusiones al fenómeno: aquello era un signo de la ira de Dios porque los turcos acababan de tomarse Constantinopla. El Papa coño tomó una serie de rápidas medidas. La primera: excomulgar al planeta. Segunda: que todos los príncipes cristianos se unieran contra la invasión musulmana. Y tercera, decretar que todos los católicos rezaran el Angelus a eso del mediodía para hacer desaparecer el cometa o, en su defecto, provocar su caída sobre Constantinopla para exterminar con los turcos de un solo zuácate.

Afortunadamente, el cometa se tomó muy en serio lo de la excomunión y se largó, pues si llega a caer sobre Constantinopla, no sólo los turcos habrían quedado desplumados, sino también los Borgia, el Vaticano y la cristiandad completa.