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Ganancias y pérdidas en el ciberespacio

Por Abraham Santibáñez Sábado 27 de Noviembre del 2021

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engo la impresión de que la mayoría de la llamada “clase política” todavía bucea en los viejos mares del pasado. Hasta la segunda mitad del siglo XX, las campañas presidenciales se jugaban conforme la habilidad de los candidatos (siempre varones) para convencer al electorado (hasta los años 50 exclusivamente masculino) de su capacidad para gobernar. Como el régimen presidencial ha sido parte del ADN de los chilenos, la promesa de “mano firme” funcionaba casi siempre con éxito. La llegada de nuevos medios de comunicación obligó -aparentemente sin problemas a incorporar a las campañas la radio y la TV junto al diario impreso. Cuando asomó la revolución digital, se asumió que bastaba con hacer lo mismo con las nuevas plataformas.

Fue una solución frágil. No se tomaron en serio las nuevas reglas del juego. Aunque se habla permanentemente de innovación y modernización tecnológica, se ignora su significado profundo. Los seis candidatos presenciales no han entendido que el cambio en nuestra sociedad no empezó en octubre de 2019. No se trata, tampoco, de suscribir aquello de que no son 30 pesos sino 30 años.

El cambio en las costumbres, en los hábitos de trabajo, en las creencias religiosas, la aceptación de la diversidad y tantos otros aspectos vitales, nos ha estado hablando desde hace tiempo de una auténtica revolución, que se universalizó de manera fulminante. Los celulares y las redes sociales los utilizamos con fruición, pero no nos preguntamos cómo influyen en nuestras vidas, nuestro trabajo y nuestras decisiones, incluyendo las políticas.

En septiembre de 1983, en la revista “Nuestro tiempo”, de la Universidad de Navarra en España, se analizó largamente el libro “Megatendencias” (Megatrends) de John Naisbitt, uno de los profetas de la nueva era. Aunque ya está algo olvidado, lo que parece inevitable después de cuatro décadas, llamó la atención por plantear un nuevo mundo que todavía no se veía con claridad: el advenimiento de la “sociedad de la información”.

Naisbitt puso el énfasis en la información, “el gran medio de transformación de bienes”, que marcaba el fin de la era industrial”. Ahora, en pleno siglo XXI, tenemos conciencia de que el gran cambio va mucho más allá, incluso en el desarrollo de procesos electorales. En Chile, sin embargo, a juzgar por lo ocurrido en los comicios del pasado 21 de noviembre, recién lo estamos experimentando. La excepción es Franco Parisi.

Como candidato no se molestó en hacer campaña física en casa, pero manejó hábilmente las nuevas claves tecnológicas. Resultó tercero y hoy podría manipular un decisivo contingente de votos en la segunda vuelta.

En su momento, John Nasbitt hizo ver que la gran novedad de “la sociedad de la información implica por primera vez en el mundo civilizado, la interacción entre personas”. También advirtió que a sus muchos beneficios, esta revolución podría sumar graves peligros. La nueva sociedad en que estamos inmersos, permite que en todo el mundo las personas –una de dos usa Facebook- pueda informar, opinar, mentir o injuriar. Y lo que suba a la red no se puede borrar fácilmente. Le pasó a un diputado electo, apoyado profusamente en la campaña por José Antonio Kast.

Ni sus peores adversarios expertos lo habrían podido atacar tan brutalmente.