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Navidad, Dios confía en todas las personas

Por Marcos Buvinic Domingo 26 de Diciembre del 2021
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La fiesta de Navidad es una ocasión para que, cada año, volvamos a recordar la historia del acontecimiento que celebramos, y lo hagamos sin olvidar nunca que “Navidad” quiere decir “nacimiento”; porque eso es lo que estamos celebrando, la fiesta del nacimiento del Señor Jesús.
Es una historia familiar, que ocurre en el pequeño pueblo de Belén, sin nada que hiciese pensar que ese acontecimiento era lo más importante que ha ocurrido en la historia humana. Tal cual. Porque se trata de que Dios mismo entra en la historia humana, como uno de nosotros; haciéndose, para siempre, nuestro compañero de camino y abriéndonos el camino hacia la plenitud de lo humano; eso es lo que en el lenguaje cristiano llamamos “salvación”.

Es la historia de la familia de José y María que esperan un hijo, es una familia pobre y creyente, como la mayoría de nuestro pueblo. No encuentran alojamiento en el pueblo de Belén, donde habían tenido que ir a anotarse para el censo. Tuvieron que escuchar lo que habitualmente oyen los pobres: “no hay lugar para ustedes”. Como María estaba a punto de dar a luz, no les quedó otra solución que refugiarse en un establo de animales. Así, nuestra celebración recuerda que el Señor Jesús nació en un pesebre y junto a los animales que allí estaban. Nuestra celebración recuerda que el nacimiento del Mesías esperado, de Dios hecho hombre, acontece en la marginación propia de la pobreza e ignorado como tantos hombres y mujeres pobres de todos los tiempos.

La historia nos recuerda que muy pronto el niño Jesús se vio amenazado de muerte, por un rey genocida, Herodes, que mandó matar a todos los niños menores de dos años. Así, como tantos niños que, también hoy, desde su nacimiento están amenazados en su vida, en sus derechos, en su dignidad y en sus posibilidades de desarrollo humano. José, María y el niño Jesús tuvieron que huir a Egipto y vivir como migrantes en el extranjero, como tantas familias migrantes que vemos hoy.

Los evangelios nos cuentan que luego de la muerte del rey genocida, pudieron volver a su tierra y vivir en el pequeño pueblito de Nazaret, de allí recibió uno de los nombres por el que lo conocemos, “el Nazareno”. Allí, dicen los evangelios, el niño Jesús “crecía y se fortalecía lleno de sabiduría” (Lc 2,40). Allí también aprendió el oficio de José, y era conocido como “el carpintero de Nazaret”; allí vivió, creció y trabajó -como uno de tantos- por casi treinta años hasta que comenzó el anuncio de la buena noticia de Dios: “El tiempo de espera acabó. El Reino de Dios está llegando. Cambien de vida y crean en la buena noticia” (Mc 1,14). Así, pasó por el mundo haciendo el bien hasta dar su vida como el gran signo del amor de Dios por cada ser humano, y en su resurrección Dios puso el sello definitivo de que el amor es más fuerte que todo el mal del mundo y que la muerte.

Nuestra celebración cristiana del nacimiento del Señor Jesús es para nosotros causa de  alegría y de esperanza, pues el Señor Jesús conoce por experiencia todas nuestras situaciones humanas y está junto a nosotros. Dios se sumerge en toda nuestra vida para sostener y animar nuestro camino hacia Él, haciendo una vida y un mundo mejor para todos. En Navidad celebramos que Dios confía en los seres humanos y en la buena voluntad que se anida en cada corazón humano. Dios confía en que somos capaces que hacer algo mejor para todos, por eso viene a compartir nuestra vida y animarnos en nuestro caminar.

En Navidad celebramos el camino que Dios recorre en medio de los seres humanos, como alguna vez lo leí en la frase que dice: “Todo niño quiere ser hombre. Todo hombre quiere ser rey. Todo rey quiere ser Dios. Sólo Dios quiso ser niño”.

Nuestra celebración cristiana de Navidad es una invitación a la alegría y a la esperanza de estar con El, de vivir por El y de caminar con El, viviendo a la manera de El.

¡Feliz Navidad para todos, junto al pesebre del Señor Jesús!