Las sorpresas del pesebre
Hace algunos años escribí una columna que, en este mes, se me repite en la mente y el corazón, así que con el permiso de ustedes vuelvo a proponerla en este tiempo de preparación a Navidad.
Resulta que en esa ocasión entré en una de esas tiendas que venden de todo lo imaginable, y donde casi todo es hecho en China. El local estaba atiborrado de eso que llaman “adornos navideños”: miles de luces de colores y con distintos ritmos de intermitencia, árboles plásticos de muchos colores y tamaños, pelotas y cintas de colores para esos árboles, flores de colores metálicos, duendes, ciervos y muchos, muchos pascueros de todos los tamaños, poses y materiales.
En medio de todas esas chacharachas pregunté a una de las encargadas del local dónde estaban los Pesebres. La respuesta fue corta y precisa: “tenemos adornos navideños, pero no hay Pesebres”. No es que la respuesta me sorprendiera mucho, pero fue otra confirmación de cuán despistados andan quienes pretenden celebrar una fiesta de Navidad sin el Festejado, es decir, sin el Señor Jesús; una Navidad vacía como las pelotas de colores que cuelgan en sus árboles de plástico.
Por eso, en mi casa me puse a armar el Pesebre y volví a sorprenderme ante el modo de Dios para darse a conocer a los seres humanos, así como el mensaje que nos ofrece para que aprendamos a ser más felices, haciendo una vida que sea mejor para todos.
La maravillosa y sencilla pedagogía que contiene el Pesebre deja muy claro cuál es el orden de las prioridades para Dios y, por tanto, cuáles son las opciones más importantes y permanentes en su modo de actuar, así como lo que nos llama a vivir. Los invito a que miremos el Pesebre, y dejemos que esas sencillas figuras nos hablen de cómo Dios quiere seguir manifestándose hoy y cómo es la vida que nos propone.
La primera sorpresa es que el lugar elegido por Dios para nacer como hombre es un establo. El se manifiesta en una pesebrera, antes que en los palacios de gobierno, en los centros de poder económico, en los templos o en las casas de gente importante.
Las sorpresas siguen al ver la figura de María, la primera a la que El se manifestó; una sencilla mujer creyente y de trabajo, que tuvo el coraje de confiar en Dios. Y junto a ella está José, un hombre justo y bueno que prefirió creerle a Dios y amar mucho a su joven prometida. Así, Dios se manifiesta en el amor de una sencilla pareja creyente, en lugar del aparente esplendor de los que confían en sus propias fuerzas o en el dinero, o en el bienestar que han conseguido y en las entretenciones que compran.
También están ahí los pastores, y nos dicen que Dios se manifestó primero a ese grupo de nómades que vivían al margen de la sociedad, en lugar que a los personajes famosos o a los celosos guardianes de las leyes y las costumbres. En el Pesebre están, también, la vaca y el buey, y nos dicen que Dios se manifestó primero a la paciente y mansos animales, en lugar que al mañoso rey Herodes, u otras autoridades, o los siempre hambrientos de poder y dispuestos a cualquier cosa con tal de conseguir una cuota de poder y conservarlo. La pedagogía del Pesebre sigue sorprendiéndonos cuando vemos que Dios primero se manifestó a un burro, en lugar que a los que se creen sabios y entendidos.
Me había saltado las ovejas, que están ahí junto a los pastores. Su presencia en el Pesebre nos dice que Dios se manifestó a esas pacíficas creaturas, en lugar de los corruptos que proceden con dobleces, trampas y todo tipo de sinvergüenzuras.
También, por ahí aparecen los “reyes magos”, que nos hablan de que Dios se manifestó primero a unos extranjeros que tenían el corazón abierto, y luego a los que eran los celosos guardianes de una religión, pero que tenían la mente y el corazón cerrados para acogerlo a El y las sorprendentes novedades que traía.
La sorpresa mayor del Pesebre, es que el Dios que se manifiesta es un niño pequeño, pobre y débil. Así es el Dios que se manifiesta en el Señor Jesús, un Dios que escoge lo pequeño para confundir a los que se creen grandes, un Dios que se hace pobre para confundir a los que confían en sus poderes y riquezas, un Dios que se hace débil para confundir a los que se creen fuertes. Entonces, creer en El es acoger la pedagogía del Pesebre como camino de vida para construir una sociedad nueva, muy distinta de la que vivimos.
¡Por eso, a todos les deseo que puedan preparar una feliz Navidad junto al Pesebre del Señor Jesús!