Fuego, desolación, humo y promesas
Existen diversas acepciones de la palabra desolación, pero me quedo con las siguientes: a) “ruina y destrucción completa de un edificio, un territorio, etc
de manera que no quede nada en pie”, b) “sensación de hundimiento o vacío provocada por una angustia, dolor o tristeza grandes (no llegaban los equipos de rescate y la desolación reinaba en los expedicionarios atrapados en la cueva)”; pues estas reflejan el sentido de lo que se puede expresar a propósito del fuego que hoy destruye parte importante de nuestro territorio patrio y arrasa con la vida y las casas de muchos compatriotas haciendo humo sus bienes materiales y dejándolos, literalmente, en la calle.
El estado en el cual quedan las personas es consecuencia directa del fuego incontrolable, pero existen factores que se conocen, aunque no necesariamente puedan controlarse, que se ha ido obviando, dejando de lado en el paso del tiempo y que dan cuenta de una responsabilidad del Estado que, de una vez por todas, debe de concretarse en acciones y no sólo en promesas de compañía a los damnificados (que nunca voy a entender cómo se concretan, por ejemplo: “estamos con ustedes”), de recursos para reconstrucción, de ayudas sociales, de planes de desarrollo y tantos otros que, una vez que han transcurrido los hechos más dolorosos y patentes, se comienzan a diluir en el ambiente, del mismo modo que el humo que el fuego dejó.
Pero, entendiendo que no es posible anticipar estos tristes hechos, sí es posible entender que la situación climática hoy genera objetivas condiciones para el desarrollo de estos desastres, que nuestro sistema de combate y logístico es pobre y que la cantidad de territorio forestal es enorme, es necesario dar un paso decidido y fuerte en esta materia, asumiendo que los incendios (en gran parte consecuencia directa de la mano del hombre, por culpa o por descuido) requieren formas más eficaces de combate y mayores medios para enfrentarlos. Por lo demás, de nada sirve destacar a Chile como potencia alimentaria o portento forestal, si a la postre todo se quema.
Así las cosas, parece que ha llegado el momento de adoptar decisiones que sienten las bases de un sistema de prevención y protección adecuado, eficiente e institucionalizado en el cual no sólo sea el Estado el encargado de su funcionamiento y operatividad y, en el cual, la ciudadanía organizada participe decididamente en la prevención.
Crear un Servicio Nacional estatal encargado de manera especializada en la prevención y el combate de los incendios forestales con recursos y medios adecuados para enfrentar estos desafíos es el primer paso. El segundo paso debe permitir integrar, en su financiamiento y decisiones logísticas, al sector privado que debe actuar con generosidad y perspectiva de futuro, entendiendo que los recursos que puedan negar hoy, se pueden perder en un par de horas de fuego no controlado mañana, teniendo presente que su giro los obliga a contribuir a fortalecer esta nueva institucionalidad de protección del patrimonio forestal, de la biodiversidad y, sobre todo, de la vida. Finalmente, o principalmente, es fundamental que los ciudadanos salgan del letargo en que la sociedad ha estado sumida, esperando que otros resuelvan problemas que nos atañen; es necesario que la fiscalización ciudadana sea real, que se denuncien a los que actúan de manera sospechosa, descuidada o negligente en las zonas de bosque, pues para ello contamos con medios de registro y comunicación en cada celular, considerando siempre que en estos casos es mejor pedir disculpas por un malentendido que lamentar la inacción.
Estos son tiempos de acción, es necesario lamentar y acompañar, pero también es necesario empezar a considerar a este problema en serio para el presente y el futuro.