¿Ahora sí que sí?
Eduardo Pino A.
Psicólogo [email protected]
Esta semana se constituyó el “Comité de Expertos” que da inicio al segundo proceso de confección de una nueva Constitución para nuestro país, después del decepcionante proceso que le antecedió y tuvo como corolario la decisión del 4 de septiembre. Esperemos que la lección haya sido aprendida pues más allá del tiempo perdido, con la consiguiente incertidumbre que ha deteriorado nuestra sociedad en general, y el oneroso costo invertido (cerca de 68.000 millones de pesos), lo más complicado fue no haber estado a la altura de la importancia de un proceso inédito en nuestra historia republicana, que prometía mucho y más bien ofreció bochornos de variadas índoles.
Como expresé en ese tiempo, la fiebre del exitismo, la cada vez más escasa conexión con la realidad y el convencimiento que era imposible perder habiendo obtenido un 80% de adhesión en la anterior consulta; desmoronaron el fondo de un gran proyecto que ya se venía resquebrajando en la forma desde el principio, pero que nadie lo hizo presente por temor a ser etiquetado negativamente en variadas índoles. Como generalmente operan los mecanismos en la Psicología Social, generalmente será mucho más fácil, económico e incluso conveniente echarle la culpa a los demás que hacer una introspección profunda con razonamiento crítico, lo que además es consistente cuando la emocionalidad es la principal rectora que guía el proceso.
Las encuestas coinciden que la ciudadanía en su mayoría se encuentra desilusionada del proceso, lo que augura lógicamente una menor atención y participación en este nuevo periplo. El cambio de la Constitución pareciera haber perdido esa magia que según muchos iba a cambiar nuestro país, nos iba a entregar mayor igualdad y por consiguiente la justicia social que tanto se anhelaba. Hoy muchos opinan que este nuevo proceso ya no vale porque los políticos se apoderaron de su planteamiento, diagramaron sus márgenes y prácticamente colocarán su rúbrica ante los resultados. Probablemente ese es el costo más alto de lo que pasó, una farra que desnudó una realidad repetidamente develada a lo largo de la historia: la política se hace con políticos y la buena política se hace con buenos políticos, no basta con creer que se dejan fuera, porque al final los que se declaraban lejos de la política terminan convirtiéndose en exponentes muchas veces aún más radicales. Por eso es que esta previa a la elección de mayo no debe llevarnos a engaños, pues estos “expertos” no son neutrales políticamente, fueron elegidos por bancadas cuya ideología conocemos todos, esperando que sus conocimientos técnicos se encuentren al servicio superior de la sociedad más que de mezquindades particulares.
Como breve anécdota quisiera compartirles que cuando tenía 18 años, en 1989, vi en un diario una foto en que Carlos Menem posaba junto a Maradona con los colores de la selección albiceleste. El recién elegido presidente jugó junto al Diego un partido de beneficio, en que incluso el “Pelusa” le cedió la jineta de capitán. Mi pensamiento en ese tiempo fue preguntarme ¿por qué los chilenos no tenemos estos políticos tan cancheros y macanudos?, al contrastar la vestimenta de corto que lucía Carlos Saúl junto al, en ese entonces, campeón y mejor jugador del mundo, con nuestra, en ese entonces también, austera y sobria clase política que buscaba recuperar la democracia después del plebiscito. Los años me han ido enseñando entre más sobrio es el político, mayor oportunidad le doy de escucharlo y analizar lo que desea comunicar. No deseo que me muestre fotos con famosos, ni que se vista a la onda, ni que tenga talentos musicales o deportivos, ni menos que sea divertido y sepa contar chistes. Lo que me llama la atención de los políticos hoy es que asuman un rol de servicio, donde su personalidad no debe desbordarse en pos de llamar la atención o captar el apoyo fácil según el discurso políticamente correcto de moda. Sí, la fomedad y el poco atractivo carismático se lo perdono si me presenta cifras, gráficos, proyecciones y conocimiento de lo que plantea, avalado por una historia consistente de servicio que por lo menos me dé algunos indicios que no sólo la contingencia lo puso en ese escenario. Lo admito, el paso de los años a algunas personas nos va convirtiendo en “una lata”, aunque otros parecen inmunes y conservan el adolescentrismo.
Por eso es que la escasa cobertura a este nuevo proceso, que no tuvo polémicas, disfraces ni folklore, que pasó casi desapercibido para la mayoría de la población, esperamos podría traer, por bien todos nosotros, un mejor horizonte.