Necrológicas

– José Luis Ampuero Pena
– Guillermo Antonio Soto Santana
– María Angela Muñoz Bustamante
– María Matilde Ibarrola González

El hombre que resolvió un crimen brutal al leer las pistas que el asesino había dejado en un libro

Viernes 17 de Marzo del 2023

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Hacía mucho frío ese domingo 10 de diciembre del año 2000 cuando tres amigos que estaban disfrutando de la pesca en su día libre vieron una silueta oscura viajando con la corriente del río Oder, cerca de la ciudad polaca de Wroclaw. El agua fluía con fuerza entre una densa vegetación salpicada por miles de robles y pinos que parecían tocar el cielo dibujando una postal perfecta. Pensaron, primero, que podía ser un tronco flotando. Lograron acercarse y atrajeron el objeto con sus cañas. Lo que habían creído una madera tenía, en un extremo, una gran mata de pelo enmarañado. Era el cuerpo de un hombre a la deriva. Decidieron no tocar nada y, asustados, llamaron a la policía.

Los oficiales llegaron un rato después y sacaron el cadáver del agua. Quedó a la vista que no era un ahogado accidental. Ese hombre estaba maniatado con un lazo que iba de sus muñecas atadas a su espalda hasta su cuello con un nudo que parecía haberlo estrangulado.

¿Quién era el muerto?

La víctima había sido una persona alta, de pelo largo y oscuro y ojos azules. El cuerpo tenía puestos solo una remera y un calzoncillo. Los peritos criminales encontraron marcas evidentes de torturas. El patólogo forense no halló comida en sus intestinos: eso delataba que había pasado hambre durante días antes de ser asesinado. Si bien inicialmente creyeron que había sido estrangulado, el examen de sus fluidos corporales demostró que no. Había sido arrojado vivo, y atado, al agua. Había agua en sus pulmones. Sabían la causa de su muerte, pero ¿quién era él?

Los investigadores no demoraron demasiado en encontrar una denuncia de un desaparecido que coincidía con sus características físicas. Se trataba de un empresario de 35 años, graduado en derecho y dueño de una pequeña agencia de publicidad, de quien nada se sabía desde hacía cuatro semanas. Su esposa, con quién residía en la ciudad de Wroclaw, distante a 96 kilómetros de donde se había encontrado el cuerpo, fue quien reportó a la policía el 13 de noviembre que su marido, el publicista Dariusz Janiszewski, no había vuelto a casa. Lo habían visto con vida al salir de su trabajo, pero no había llegado al domicilio.

Fue a ella a quien llamaron para que reconociera el cuerpo. No pudo entrar, estaba en shock. Fue la madre de la víctima quien sí lo hizo. Era él: una marca de nacimiento en su pecho lo confirmaba.

La policía lanzó una investigación sin precedentes y los medios se abocaron a la noticia durante meses. Aunque se dispuso de buzos expertos para que examinaran el lecho del río y de decenas de policías para que peinaran los bosques, no encontraron nada.

Interrogaron a sus colaboradores en el trabajo, a sus familiares, a sus amigos. Ni una sola pista. No había deudas, no había enemigos, no había amantes a la vista. La pareja llevaba casada ocho años. Habían roto tiempo atrás, pero acababan de reconciliarse y querían adoptar un bebé. El asesinado era un hombre sin grandes misterios, al que le gustaba tocar la guitarra con su banda de rock y que jamás se peleaba con nadie.

La investigación policial terminó archivada. Y así sería durante tres años, hasta que un policía de 38 años y ávido lector daría vuelta la historia. Jacek Wroblewski, luego de recibir una pista anónima que le sugería la lectura de un libro recientemente publicado para resolver aquel caso. Se lanzó a leerlo. La novela había aterrizado hacía un tiempo en el mercado editorial y se titulaba “Amok” (una palabra que quiere decir loco en inglés y, en voz malaya, significa furia y describe un trastorno caracterizado por impulsos homicidas).

El escritor del thriller se llamaba Krystian Bala y era de la zona.

El policía que
leía demasiado

Desde que se había recibido, en 1984, Jacek Wroblewski buscaba una misión para su vida. Había trabajado como empleado municipal, como soldado, como mecánico de aviones y mil cosas más. Recién cuando en 1994 se unió a las fuerzas policiales de Wroclaw sintió que la había encontrado. Para entonces ya estaba casado y tenía dos hijos que mantener. Ferviente católico, su mundo se dividía categóricamente entre el bien y el mal. Ahora tenía un objetivo concreto: quitar a los malos y asesinos de las calles. Para complementar esa tarea se dispuso a estudiar psicología criminal.

El caso del publicista asesinado y hallado en el río lo conocía por encima. Cuando en el año 2003 le llegó la pista de que debería leer un libro porque podría ayudar a resolverlo, no dudó. Lo compró y lo devoró. Al mismo tiempo, tomó del fichero todo lo que había sobre Janiszewski. Quería leerlo con detenimiento. Sabía que la clave tenía que estar ahí, algo habrían pasado por alto. Sus tarjetas de crédito no habían sido usadas. No fue por dinero. Era algo más denso. Más pesado. Querían humillarlo. Él o los asesinos, odiaban profundamente a Janiszewski. Eso estaba claro.

Le llamó la atención el testimonio de la madre de la víctima, quien en el momento de los hechos trabajaba como bibliotecaria en la compañía de su hijo. Ella había declarado que el lunes 13 de noviembre en el que desapareció un hombre había llamado a las 9.30 de la mañana. Lo estaba buscando. Ella le proporcionó el celular de su hijo sin decirle quién era ella. Janiszewski después le dijo a su madre que había arreglado un encuentro por la tarde con ese cliente. La recepcionista de la empresa lo vio retirarse a las cuatro de la tarde. También observó a dos personas caminar tras él, pero no prestó más atención. Curiosamente, su jefe no se fue en su auto. El Peugeot quedó estacionado en el parking del edificio.

Jacek siguió leyendo los testimonios recogidos. Los investigadores habían chequeado que esa llamada había provenido de una cabina telefónica situada muy cerca. La siguiente llamada desde esa cabina fue al celular que le había dado la madre del empresario.

¿Sería ese hombre que lo había llamado el autor del crimen? Jacek pensó que Janiszewski (quien medía 1,83 m y pesaba 91 kilos) no era alguien que podía ser reducido así no más por una persona solitaria. Estaba convencido de que había sido un plan muy bien organizado.

Un número clave

Jacek empezó a pasar horas estudiando el caso. Se detuvo en un detalle: el teléfono de la víctima no había sido hallado. Pensó que podría intentar rastrear el número de serie del aparato. Recurrió al especialista del departamento de telecomunicaciones. Contactaron a la viuda de Janiszewski y tuvieron suerte: ella había guardado el recibo de compra del teléfono. Tenía ese número clave. Empezaron a buscar una aguja en un pajar. Para sorpresa de todos resultó que un teléfono con ese mismo número de serie había sido vendido en Allegro, el gigante del eCommerce de Polonia, un sitio donde comprar cosas usadas, solo cuatro días después de la desaparición de Janiszewski. ¿Quién había comprado ese celular? ¿Podía tener algo que ver con su desaparición? El comprador se había logueado en la web como ChrisB. Tiraron del hilo y descubrieron que el dueño de ese usuario era un intelectual de 30 años llamado Krystian Bala. Y acababa de publicar aquel libro llamado Amok… El rompecabezas comenzaba a tener piezas interesantes para encastrar. ¿Sería él quien lo había obtenido directamente de la víctima o se lo había comprado a alguien más? ¿Podría este hombre haber encontrado el teléfono móvil tirado en algún lado?

El perturbador
libro de Krystian

El libro era sádico, perverso, pornográfico y su personaje principal, Chris, era el narrador. Encarnaba a un intelectual polaco aburrido que cuando no hablaba de filosofía, se emborrachaba y tenía sexo sadomasoquista. El texto era abiertamente antirreligioso y el contenido era perturbador. Chris mataba a su amante Mary sin ninguna razón. Y el método para hacerlo era curioso porque le recordó a Jacek a la víctima del río. Además, Chris, era la versión en inglés de Krystian y a su vez era el mismo nombre del usuario que había comprado el teléfono del muerto. Demasiadas coincidencias para dejarlas pasar. Jacek estaba animado y releyó varias veces el libro. Creía que podía haber mucho de la autobiografía del autor allí. Consiguió copias del libro y las repartió entre sus compañeros de la fuerza. Quería su opinión. Pero les pidió cautela: el autor de la novela vivía afuera en la actualidad y era imprescindible que no supiera que sospechaban de él porque no volvería a Polonia jamás. Jacek quería detenerlo. Estaba convencido de que había encontrado al autor del homicidio.

¿Quién era el escritor?

Krystian Bala nació en Chojnów, Polonia, en 1974.

Se licenció en filosofía en la Universidad de Breslavia donde se destacó como uno de los alumnos más brillantes de la carrera. Buenmozo y carismático, hablaba de una manera sofisticada y amable. Admirador de los filósofos Ludwig Wittgenstein y Friedrich Nietzsche decía que quería vivirlo todo al extremo sin tabúes. A sus amigos les decía: “No viviré mucho, pero viviré furiosamente”.

En el año 1995, con 21 años y a pesar de odiar lo convencional, Krystian se casó con su ex compañera de colegio Stasia. Ella era su contracara: había abandonado el secundario, trabajaba como secretaria y no le interesaba la filosofía. En 1997 tuvieron un hijo al que llamaron Kacper. Mientras, él siguió estudiando. A pesar de tener una beca por sus dotes intelectuales, Krystian necesitaba trabajar para poder mantener a su familia. Decidió abrir una empresa de limpieza. Ironizaba ante sus conocidos: “Antes planeaba hacer graffitis en las paredes, ahora estoy tratando de limpiarlas”. Fue justamente por ese negocio y por haber importado máquinas ultrasofisticadas desde los Estados Unidos que, en 1999, quedó seleccionado para filmar un documental llamado “Dinero joven”. El mismo trataba sobre la nueva generación de hombres de negocios en el sistema capitalista polaco. Tenía 26 años y su padre, Stanislaw, un obrero de la construcción y taxista, estaba sumamente orgulloso de su hijo. No era para menos: Krystian era dueño de una mente brillante, disruptiva y rebelde. En eso coincidieron tanto sus compañeros de universidad como sus profesores. Él ya soñaba con ser escritor de renombre. Nada lo detendría.

La vitalidad de la fealdad

En lo económico Krystian no resultó un tipo nada brillante. Gastaba por demás y en el año 2000 se declaró en bancarrota. Su gran debilidad eran las mujeres. Su esposa, harta de los romances, decidió separarse. Krystian empezó a viajar y a vivir de dar clases de inglés y de buceo en los Estados Unidos y en el continente asiático.

Al mismo tiempo había arrancado a escribir incansablemente. Se le escuchó decir: “Soy un buen mentiroso porque me creo mis mentiras”. En esos tiempos se dedicó a practicar sexo salvaje y sadomasoquismo mientras aseguraba que buscaba mujeres feas porque decía que eran mucho “más reales, más tocables y más vivas” que las bellas. Vivía borracho y, el otrora estudiante sofisticado, ahora plasmaba en sus escritos un lenguaje vulgar y con una crudeza inusual. Su personaje en Amok, Chris, asesinó a su novia Mary y lo describió así: “Ajusté el nudo alrededor de su cuello, sosteniéndola con una mano contra el piso (…) Con la otra clavé el cuchillo debajo de su teta izquierda (…) Todo estaba cubierto de sangre”. Luego, Chris eyaculó sobre el cuerpo. El narrador continúa: “No había sonidos, palabras ni movimiento. Completo silencio”.

Jacek leía el libro y subrayaba los párrafos que le recordaban el caso del río por cualquier motivo, como lo del nudo alrededor del cuello. Le resultó curioso que el puñal japonés de la ficción, con el que Chris había apuñalado a Mary, el protagonista lo terminara vendiendo por un sitio de objetos usados por Internet… igual que el celular de Janiszewski. Las coincidencias le erizaban la piel, pero sabía que no serían prueba suficiente. Necesitaban algo más.

Krystian había terminado su libro en el año 2002 y fue publicado en junio del 2003. El autor armó, además, un blog para discutir con los lectores algunos pasajes del libro. Detalle: en el chat usaba el mismo nombre de su personaje, Chris.

Amok era su primer libro y, en el momento en que salió a la venta, solo habían pasado 31 meses del famoso crimen del publicista Janiszewski. La tapa era una cabra, un antiguo símbolo del diablo.

La pulseada con el
detector de mentiras

Entre 2003 y 2005, Jacek se dedicó a reconstruir el caso, pieza a pieza, dato a dato. Encargó un retrato psicológico del personaje creado por Krystian Bala. El reporte estableció lo siguiente: “Es un hombre egocéntrico con grandes ambiciones intelectuales. Se percibe a sí mismo como un intelectual con su propia filosofía, basado en su educación y su alto coeficiente intelectual. Su manera de funcionar muestra rasgos de una conducta psicopática. Está probando los límites para ver si puede llevar a cabo sus fantasías sádicas (…)”.

Como es obvio, un personaje no puede ser llevado a juicio. La novela no podía ser evidencia de nada. La prueba era el teléfono. Eso era lo concreto que tenía Jacek. Y algo más: estaba el hecho que en ese mismo sitio de subastas donde había comprado el teléfono, un mes antes del crimen, Krystian había ofertado por un manual de policía llamado “Accidente, suicidio o ahorcamiento criminal” . Coincidentemente en ese manual se describían varias maneras en las que podía hacerse el nudo mortal. Lo cierto es que Krystian terminó no comprando el libro, pero ese clic en la oferta, para Jacek, podía ser un indicio de premeditación.

Para frustración de los detectives Krystian Bala no estaba cerca, estaba viviendo afuera. Seguía publicando artículos en revistas de viajes y dando sus clases de buceo. En enero de 2005, estando en Micronesia, Krystian mandó un mail a un amigo donde le decía que le escribía desde el paraíso y que estaba por volver a Polonia. La policía que lo espiaba de cerca saltó de júbilo: era la gran oportunidad para apresarlo y conseguir su declaración y, quizá, una confesión.

Krystian, sin saber que era buscado, volvió a pisar suelo polaco. El 5 de septiembre de 2005, a las 14.30, cuando salía de una farmacia de Chojnów lo sorprendieron. Fue detenido y esposado.

Sobre esta detención hay dos versiones. La que da el imaginativo escritor y la que otorgó la policía.

Según Krystian sus “asaltantes” lo golpearon continuamente mientras lo insultaban. Primero creyó que lo habían secuestrado para pedir un rescate. Con una bolsa de plástico en la cabeza lo llevaron, eso dijo, a una zona boscosa y lo amenazaron. Luego, siempre según él, continuaron hacia otro edificio donde le dijeron que lo matarían si no cooperaba.

Según Jacek la historia es muy, pero muy, diferente:

“Nada de eso ocurrió así. Usamos procedimientos standard para la situación y seguimos la normativa legal”. Después de detenerlo lo condujeron al departamento central en Wroclaw donde se sentaron cara a cara con él y lo interrogaron. Jacek contó que Krystian se mostró educado y amable, pero cuando lo confrontó con el crimen, pareció sorprendido: “No conozco a Dariusz Janiszewski. No sé nada acerca de ese asesinato”. Jacek entonces disparó su bala de plata, la compra del celular: “¿Dónde conseguiste el teléfono de la víctima?”. El acusado sugirió que debería haberlo comprado en una casa de empeños, no recordaba bien, y aceptó pasar por el detector de mentiras. Los policías sabían que de ese teléfono que había sido de la víctima se habían hecho 31 llamadas, en un período de tres meses, a los padres de Krystian, a su pareja, a sus amigos y colegas de trabajo.

Pero ante las preguntas crudas sobre el homicidio, Krystian respondió con calma ante el polígrafo. Como profesor de buceo experimentado, cada tanto gobernaba su respiración.

Ganó y los resultados no fueron determinantes.

Sin confesión y sin pruebas más certeras, tendrían 48 horas para dejarlo ir. Así funcionaba la ley.

Jacek había pasado dos años reconstruyendo el caso y Krystian se le escapaba de las manos.

Una defensa
creíble para muchos

Jacek miraba el pasaporte de Krystian lleno de sellos de sus estrambóticos viajes. Corea del Sur, Estados Unidos, Japón, Micronesia… Por qué alguien que vivía tan lejos había estado tan interesado en escribir sobre un crimen local? Krystian mientras se defendía legalmente. Los demandó por secuestro, torturas y lesiones. Los amigos del escritor sospechado creían en lo que él decía: era un hombre injustamente detenido por haber escrito una novela de ficción que podía estar inspirada en hechos reales.

La defensa armó un board de testigos a su favor: ex novia, amigos, profesores, una directora de teatro norteamericana quien había viajado con él. Al Ministro de Justicia polaco le llegaban cartas de apoyo a Krystian Bala desde todas partes del mundo y los organismos de derechos humanos empezaron a interesarse en el caso y hablaban en defensa de la libertad de expresión.

Krystian, atrincherado en su casa familiar, decía: “Quiero decirles que pelearé hasta el final (…) Me espían (…) Han arruinado mi vida familiar. Nunca hablaremos en alto de nuevo y tampoco podremos usar Internet libremente de nuevo. No podemos hablar sin pensar en que nos están escuchando. Mi madre tiene que tomar pastillas para dormir y estar tranquila. De otra manera se volvería loca por esta absurda acusación. Mi viejo padre fuma cincuenta cigarrillos por día (…). Dormimos entre tres y cuatro horas y tenemos miedo de salir de casa (…) Es el terror. Un quieto terror.”

La policía polaca inició una investigación interna para auditar si habían actuado bien sus miembros al detenerlo. Después de meses llegaron a la conclusión de que la denuncia era una fábula creada por Krystian Bala.

Posibles motivos
para un asesinato

La clave a desentrañar era cuál había sido el motivo del crimen. Una de las hipótesis se basada en el libro Amok. En la novela el personaje Chris decía que a su amigo gay deseaba “estrangularlo con una cuerda” y hacer un “agujero en un río helado para tirarlo allí”. Se barajó la posibilidad de que Krystian Bala hubiera tenido una relación homosexual con su víctima y luego lo hubiera asesinado. Pero Jacek no encontró ninguna referencia a que Krystian pudiera ser homosexual.

Otra teoría consideró que podría ser una especie de experimentación filosófica que había culminado con un “crimen perfecto”. De acuerdo a la manera de filosofar de Krystian, podría ser que romper las barreras morales sobre la prohibición de matar fuera algo que estuviera permitido. Demasiado elaborada. Había una tercera posibilidad. Y es que realmente hubiera una conexión personal con la víctima que no habían podido probar hasta el momento. Algo que hubiese llevado al brutal crimen. Para saberlo tenían que interrogar con paciencia a sus conocidos. Inteligente, con sentido del humor, culto… todo lo que decían de él solía ser positivo. Pero buscando con insistencia emergieron algunas particularidades que pintaban a un Krystian más oscuro.

Entre 1999 y 2000 habían colapsado tanto su negocio de limpieza industrial como su matrimonio. En ese tiempo fue que Krystian comenzó a mostrarse distinto, totalmente fuera de control. Se emborrachaba, decía barbaridades, blasfemaba y le gritaba a su mujer Stasia. Si bien él la engañaba con otras mujeres, al mismo tiempo era muy posesivo con ella. La acusaba de traicionarlo con otro hombre. La baby sitter de su hijo lo confirmó en su declaración.

Había más. Un día, varias semanas después de la desaparición del publicista, Krystian armó un escándalo en un bar porque sospechó que el bartender estaba intentando seducir a Stasia. Entre cinco hombres tuvieron que contenerlo mientras él lo amenazaba y le decía que podía manejar el tema como ya lo había hecho con otro tipo antes. Estas declaraciones eran oro en polvo para Jacek. Antes… ¿significaba que había hecho algo con Janiszewski?

El testimonio de una amiga de Stasia, Malgorzata Drozdzal, fue crucial. Le dijo a la policía que durante el mes de agosto del año 2000 ella había ido con Stasia a un club nocturno llamado Crazy Horse. Esa noche la había visto hablando con un hombre de pelo largo oscuro y ojos claros. Era alguien de la ciudad a quien había reconocido. Se llamaba: Dariusz Janiszewski.

Cuando la ex decide hablar

Era lo que necesitaban. Stasia se había negado a declarar anteriormente. ¿Tenía miedo de él? ¿No quería que su hijo supiera que ella podía haber engañado a su padre? Había que volverla a llamar y convencerla para que hable.

La convocaron y le hicieron leer varios pasajes del libro de su ex marido. Ella no lo había leído hasta ese momento. Stasia quedó shockeada: el parecido de la mujer del personaje creado por su marido era igual a ella. Decidió hablar.

Jacek empezó a ver el resultado de tanto esfuerzo.

Stasia contó que, como había declarado su amiga, había conocido a Janiszewski en ese local llamado Crazy Horse. Pasaron la noche hablando y él le dio su teléfono. Concertaron una cita una semana después en un hotel, pero dijo que no había pasado nada entre ellos. Él le confesó que estaba en crisis pero casado y ella decidió irse sostuvo. “Yo sabía lo que era ser traicionada por tu marido, y no quise hacerle eso a otra mujer”, justificó. No volvieron a salir. Stasia estaba ya separada de Krystian, pero poco después de esa cita, él apareció furioso y alcoholizado en su casa. Le exigió que le dijera si era verdad que estaba teniendo un romance con Janiszewski. Como ella no le abrió la puerta, la rompió y le gritó en la cara que había contratado servicios privados para espiarla y que lo sabía todo. Stasia reveló que incluso él “mencionó haber visitado las oficinas de Janiszewski y sabía a qué hotel habíamos ido y en qué habitación habíamos estado”.

Poniéndose a salvo de las sospechas de encubrimiento, remarcó que, cuando se enteró de la desaparición y asesinato del publicista, le había preguntado a su ex si había tenido algo que ver con el asunto. Krystian lo negó. Ella, de todas formas, no creía que su ex pudiera ser capaz de matar.

Jacek sabía que, por fin, tenían el motivo del asesinato: una furia ciega por celos enfermizos.

Crimen y castigo

Krystian Bala fue detenido. El juicio comenzó el 22 de febrero de 2007. La jueza era una mujer: Lydia Hojenska. Todos los personajes de la historia estaban en la sala. La viuda y los padres de la víctima; los que habían seguido el caso; Teresa, la madre de Krystian Bala. Solo faltaba Stanislaw, el padre del acusado. Estaba demasiado impactado con la imputación a su admirado hijo.

En una caja de metal con barrotes Krystian bala, el autor de la novela y del crimen, estaba en medio del tribunal.

La acusación mostró archivos extraídos de la computadora de Krystian donde estaban catalogados prolijamente, con calificativos denigrantes, más de setenta encuentros sexuales con mujeres. Entre ellas su ex esposa, su prima, la madre de un amigo a la que definió como gorda y fea, una rusa a la que llamó “puta”. En esos archivos Krystian usaba los mismos adjetivos vulgares que su personaje Chris en la novela Amok.

Según la ley polaca el acusado desde su jaula podía preguntar a los testigos. Krystian hizo uso de su derecho muchas veces. Aseguró ser inocente y que todo lo escrito tenía que ver con su frondosa imaginación y los artículos que había leído sobre el caso. Hizo notar que nadie lo había visto secuestrar a Janiszewski o matarlo o arrojarlo al río: “Quiero decir que yo nunca conocí a Dariusz y que no hay un solo testigo que pueda confirmar que sí lo conocí”. Acusó a los que lo enjuiciaron de haber armado una “trama de novela”. En un comunicado antes de la sentencia sostuvo: “Creo que la corte tomará la decisión correcta de absolverme de todos los cargos”.

Cuando llegó el día, su madre Teresa estaba sentada en la sala. No se había animado a leer el libro de su hijo. Pero sabía que el personaje que él había creado fantaseaba con violar a su madre. El padre de Krystian se armó de coraje y fue. La sentencia fue contundente: 25 años de cárcel. La jueza Hojenska, si bien admitió que no podía decirse con certeza que Krystian hubiera llevado a cabo el crimen con sus propias manos, sí había podido probarse que era quien lo había orquestado. Sin embargo, la sentencia fue luego anulada a pedido de la defensa unas semanas después porque se consideró que, si bien se habían encontrado lazos indubitables de conexión entre el crimen y Krystian, había importantes lagunas en la cadena de pruebas. Le garantizaron un nuevo juicio para el año siguiente, pero quedaría preso a la espera del mismo. En 2008 la condena fue, entonces, reconfirmada.

Al periodista y famoso escritor norteamericano David Grann, del medio The New Yorker, el convicto le dijo poco después, en una entrevista exclusiva: “Estoy siendo condenado a prisión durante 25 años por escribir un libro… ¡Un libro! (…) Es ridículo. Es una mierda. Perdón por mi lenguaje pero es lo que es. Mira, yo escribí una novela, una novela loca. ¿Es el libro vulgar? Sí. ¿Es obsceno? Sí. ¿Es ofensivo? Sí. Quería que lo fuera. Era un trabajo de provocación (…) Lo que me está pasando a mí es como lo que le pasó a Salman Rushdie.”

Durante sus primeros tiempos en la cárcel las autoridades carcelarias encontraron rastros de Krystian siguiendo en Internet al nuevo novio de Stasia, un tal Harry. Están atentos. No sea que pueda ser su próxima víctima “literaria”. Porque en prisión dijo estar escribiendo la secuela de su primera novela. Se llamará De Liryk y el autor prometió que será más shockeante que la primera. En diciembre de 2016 el caso llegó al cine e inspiró la película Crímenes Oscuros, donde Jim Carrey interpretó al detective que quería cazar al asesino.

Un último detalle que, mirado a través de la lupa de los hechos, resulta cuanto menos revelador: la copia del libro que Krystian Bala le había regalado a sus padres tenía una dedicatoria. En ella decía: “Gracias por su perdón a todos mis pecados”.

Infobae