La historia íntima de Silvio Francisco Bettancourt Bahamonde
Un bigote fino, meticulosamente recortado, adorna su rostro y una leve sonrisa asoma en sus labios. La mirada parece transmitir un mensaje trascendental, como si estuviera a punto de revelar un secreto bien guardado o lanzar una ocurrencia que desencadenaría risas contagiosas. Esta imagen en primer plano, que pertenece a Silvio Francisco Bettancourt Bahamonde, se ha convertido en un ícono en Magallanes.
Sin embargo, detrás de esta fotografía se esconde una conmovedora historia que ilumina los oscuros pasajes de un joven brillante que llegó de San Antonio el año 1968, a la edad de 17 años, a estudiar a Punta Arenas, el primer universitario de su familia, graduándose como ingeniero de ejecución en Petroquímica en la Universidad Técnica del Estado (Ute). Hasta el día de hoy, Francisco, “Pancho” como todavía lo llaman sus amigos y “Francis” su familia, es el único detenido desaparecido registrado en la Región de Magallanes, según el Informe Rettig.
“¿Me veo bien con este abrigo?”, cuestiona Cecilia Bahamonde, su mirada expectante se posa en su hijo Silvio Francisco Bettancourt, quien observa con atención.
“Sí, mamá, pero tienes unas hilachas colgando”, responde con ternura, preocupado por los detalles.
“A ver… ¿cómo hilachas?”, indaga la madre, buscando comprender el comentario de su hijo.
Francisco sonríe con cariño y aclara: “Ah, disculpa mamá, son tus piernas”. Estalla en risa Cecilia al recordar.
Nació en Santiago, pero su infancia y adolescencia transcurrieron en San Antonio. “Francis tenía un rostro duro, triste, no sé por qué. Pero era alegre, siempre nos hacía reír. Cuando cumplió los 14 años, logré separarme de un matrimonio muy feo, muy difícil; él se convirtió en el hombre de la casa. Yo trabajaba, él estudiaba y también trabajaba, cobraba por hacerle las tareas a sus compañeros, porque siempre fue el alumno número uno hasta sexto de humanidades o iba a cortar boletos en las micros, siempre se las arreglaba”, cuenta Cecilia. Recientemente, fue invitada a presenciar un tardío homenaje que le hicieron Enap y la Universidad de Magallanes a Francisco, llegó junto a su hija Fanny, la menor. Las otras dos hermanas de “Francis” son Jenny y Astrid que viven en Suiza y Francia, respectivamente.
Cecilia luce sabia, pronto cumplirá 90 años de edad. Tiene un paso cansino, unos ojos profundos y aún mantiene viva la esperanza de saber del paradero de su hijo. Cada día que pasa su corazón alberga la ilusión de un reencuentro, pero también carga con el pesar de la incertidumbre, con el duelo inconcluso: “Porque lo sacaron de la tierra sin dejar rastro”, repite.
Estudiante ejemplar
“Un día me dijo que quería estudiar petroquímica en Punta Arenas. Para nosotras, era el fin del mundo; lo único que sabíamos era que hacía mucho frío. ‘Mamá, estuve mirando y es muy caro estar allá, no va a poder ser’, me dijo. ‘¡No! Te vas, aunque tengamos que lamer pisos con la lengua. No hay nada más triste que estudiar una carrera que no te gusta’, le dije y lo convencí… Por eso, a veces pienso que yo tuve la culpa…”, dice con voz quebrada Cecilia. Sus ojos se llenan de lágrimas…
En 1968, Punta Arenas, con una población de menos de 70 mil habitantes, no contaba con la infraestructura necesaria para albergar a estudiantes. Las pensiones eran escasas, el turismo era incipiente, y recién con la llegada de los universitarios comienza un mercado en el centro de la ciudad con familias que daban alojamiento y pensión completa. La carrera de Ingeniería en Petroquímica, única en el país en aquel entonces, tenía 70 matriculados de los cuales 60 provenían de otras regiones del país. Ante la escasez de ingenieros para solventar la productividad de Enap, la llegada de estos jóvenes se convirtió en una necesidad apremiante.
Para asegurar su subsistencia, Francisco complementaba sus estudios impartiendo clases de inglés, física y química a estudiantes de enseñanza media. Eso sin descuidar sus ramos. Nunca reprobó. Algo no siempre fácil en medio de un ambiente político ferviente, con gran parte del alumnado militando activamente en partidos. A pesar de las tentadoras propuestas de distintas trincheras políticas que recibía por su carisma y personalidad, Francisco siempre postergaba el paso, porque sostenía con convicción que, para ser un auténtico revolucionario, primero era crucial ser un estudiante ejemplar. “Pancho”, además de brillar en los estudios, era un destacado voleibolista, y un virtuoso guitarrista.
Vida política
“Lo invité al Mapu (Movimiento de Acción Popular Unitaria) varias veces, y como yo llevaba materias de arrastre, me lo enrostraba y me reprochaba por eso. Me decía ‘Lucho, tú tienes que dedicarte a estudiar primero…’. Su carisma entusiasmaba y recién el año 1972, cuando ya terminó gran parte de los ramos difíciles ingresó a la política, porque tenía un espíritu social y humano y se metió muy de lleno, llegó a ser secretario del Mapu Garretón. Era un tipo brillante, un buen elemento, un cabro bien formado”, cuenta Luis Cárcamo, que también venía de San Antonio y que hasta hoy mantiene un vínculo muy estrecho con la familia: “Cuando yo iba a San Antonio me veía con la mamá, ella no sabía nada tampoco y cuando la señora me veía era como si viera a su hijo, era mucho llanto y emoción. Sigo siempre visitándola”, sostiene.
Para Luis Cárcamo, el problema que enfrentó Pancho radica en la falta de una red de apoyo en Magallanes. Señala que “no tenía familia que pudiera buscarlo aquí, ni personas que golpearan puertas en su nombre. La única red de apoyo eran sus compañeros de universidad o militantes del Mapu. Desafortunadamente, todos estaban bajo arresto. No tuvo a alguien que lo buscara o que preguntara por él. Su familia también sufrió persecución en San Antonio y carecían de los recursos necesarios para realizar un viaje en su búsqueda”, plantea.
Eduardo Ojeda, el líder del Mapu Provincial en la región, cuenta en el libro “Golpe de Estado en Magallanes” que ayudó a que Pancho pudiera hacer su práctica en Enap, una labor que realizó de manera destacada, al punto que en el mes de julio de 1973 fue contratado. La mitad de su primer sueldo se lo envió a su madre: “Imagínate, estábamos saltando en una pata… Nunca habíamos visto tanta plata junta”, dice Cecilia. Luego agrega con admiración: “Él era así… tan generoso”. En su última carta, Pancho le informa a su madre que ya encontró una casa para que todos puedan vivir juntos. “Me escribió que no necesitábamos llevar nada, sólo lo puesto. Tenía planeado que nuestro viaje se llevara a cabo en enero o febrero…”, detalla Cecilia con nostalgia.
Intento de escape
a Río Gallegos
El día del golpe militar, Pancho se encontraba en Tierra del Fuego y no fue sino hasta el 13 de septiembre que viajó a Punta Arenas, momento en el que se enteró de que su nombre figuraba en la lista de personas buscadas por la dictadura. En ese contexto de brutal represión y allanamientos, buscó apoyo y contactó a Libio Pérez, hoy periodista, y ex estudiante de la Ute y dirigente del Mir.
Libio Pérez recuerda ese momento crucial: “Me contactó cuando regresó de Posesión, probablemente el 13 ó 14 de septiembre, para solicitarme apoyo. Ya había tomado la decisión política de no entregarse”. La opción más viable que Pancho tenía en ese momento era cruzar la frontera hacia Argentina, siguiendo el ejemplo de algunos militantes socialistas.
Libio lo llevó hasta las afueras de la ciudad y, al despedirse, le entregó su chaqueta con un número anotado en el interior de la prenda, correspondiente al número de la casa en la que recibiría ayuda en Río Gallegos. El nombre de la calle, Roca, quedó grabado en su memoria. Fue la última vez que Libio lo vio; y tiempo después, sólo en una ocasión los represores lo interrogaron acerca de Pancho Bettancourt, durante su detención en el Estadio Fiscal.
Desde entonces, Libio Pérez ha brindado testimonio en repetidas ocasiones. Hoy, el caso, registrado con el rol 4-2011, incluye cargos por secuestro calificado, apremios ilegítimos, homicidio calificado y asociación ilícita. El único procesado que permanece en calidad de tal, bajo una fianza de un millón 500 mil pesos, es el oficial en retiro de la Armada Patricio Armando Figueroa Domic. La causa, que aún se mantiene bajo secreto, consta de más de doce tomos, cada uno con más de 500 páginas. Incluye cientos de declaraciones y testimonios que buscan arrojar luz sobre este oscuro episodio de la historia.
Reivindican su caso
A finales de los ochenta, el nombre de Francisco Bettancourt resurgió en Punta Arenas, manifestándose principalmente en las protestas, grafitis en las paredes y panfletos. A pesar de los años transcurridos, muchos aún creen que este joven nació en la ciudad de Punta Arenas. Los datos que circulan con más frecuencia sostienen que fue un detenido desaparecido, estudiante de petroquímica y miembro del Mapu. La fecha de su detención también es motivo de debate, algunos afirman que ocurrió el 12 de septiembre, otros aseguran que fue el 13, y algunos más sostienen que su captura tuvo lugar después del 15. Esta historia se repite en diversos sitios web de derechos humanos, siempre acompañada de la misma fotografía y datos genéricos.
Sin embargo, el primero en reivindicar la memoria de Francisco Bettancourt, en un espacio oficial, fue José Retamales en 1990, cuando asumió el cargo de rector de la Universidad de Magallanes. Durante su emotivo discurso inaugural, Retamales dedicó unas palabras conmovedoras a su compañero de carrera durante los tres primeros años. “Que me haya atrevido en ese momento generó un fuerte impacto en la comunidad académica, pero sentía que era un momento importante, porque en la figura de Francisco se representaba todo lo que nunca más debe repetirse”, asegura.
Retamales ha tenido una vida académica marcada por el éxito: doctorado, docente, rector y Director del Instituto Antártico Chileno (Inach). Fue él quien lideró la gestión para trasladar la institución a Magallanes.
“El siempre se presentaba como Francisco, evitando el uso de su primer nombre, Silvio, que era el de su padre del que no tenía buenos recuerdos. Por sus destacadas capacidades, podría haber sido un tremendo aporte a la sociedad; indudablemente, era uno de los estudiantes más talentosos…”, lamenta.
Fanny, su hermana menor, apenas tenía dos años cuando Pancho desapareció. A pesar de ello, conserva recuerdos vagos que ha construido a partir de su memoria y las conversaciones familiares. Hay imágenes de él sosteniéndola en brazos, con un globo terráqueo. Aunque recuerda algunas bromas, no está segura de si son recuerdos genuinos o repeticiones que ha asimilado como propias. Lo cierto es que lo busca y lo extraña profundamente. “A veces pienso que mi hermano podría haber llegado a ser Presidente o ministro; su inteligencia emocional era sobresaliente. Era una persona buena, con sólidos valores y principios, solidario, así nos educaron. Y nos perdimos a esa persona maravillosa”, lamenta.
“Con mis hermanas, nos propusimos que la primera que tuviera un hijo varón le daría su nombre. Resulté ser yo, pero, sinceramente, no me atreví. No quería que mi hijo corriera la misma suerte”, confiesa.
Luego, agrega con tristeza: “Cuando alguien está enfermo, uno se prepara emocionalmente para enfrentar la situación. Sin embargo, en este caso, lo terrible es que cuando lo extrañas, no tienes un lugar donde llevarle una simple flor…”, protesta sin resignación.
Su madre, por su parte, reflexiona sobre los 50 años transcurridos y la impunidad de los responsables: “Encuentro que la vida es injusta. Después de cometer tantas maldades, parece que quedan impunes, incluso caminan libremente por Viña del Mar, así… como si no hubiera pasado nada”, denuncia con pesar.