Necrológicas

Proteger, conservar, preservar

Por Alejandra Mancilla Domingo 24 de Marzo del 2024

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La protección del medio ambiente, la conservación de los recursos, y la preservación de la naturaleza son expresiones que se han convertido en habituales y que muchos usan como si fueran intercambiables. Sin embargo, protección, conservación y preservación apuntan en direcciones diferentes.

Hace algún tiempo escribí una columna que comparaba el ideal de conservación de los bosques norteamericanos del ingeniero forestal Gifford Pinchot con el ideal de preservación de los paisajes sublimes de Norteamérica, del pionero ecologista John Muir. El objetivo principal de la conservación es instrumental: existen ciertos “recursos naturales” que debemos usar de manera sustentable, para dejar suficientes para el uso futuro. La naturaleza está ahí para el servicio de los seres humanos, un medio para un fin. Ciertas convenciones para la protección de algunas especies usa este lenguaje como si fuera lo más normal del mundo: la Convención Ballenera, por ejemplo, habla de la importancia de mantener los “stocks” del “recurso” y de no sobrepasarse con las cuotas de extracción, para así asegurar que seguirá habiendo ballenas para futuros cazadores humanos. Las convenciones del Tratado Antártico para la conservación de petreles y focas antárticas siguen la misma lógica. Jamás se sugiere que la protección de los animales en cuestión se haga por su propio bien; su existencia es valiosa en tanto en cuanto valiosa para los homo sapiens. En los casos más iluminados de conservación, se reconoce que el valor de los animales o de la naturaleza no es solamente como madera, almohada o alimento, sino que también puede serlo como fuente de valores recreacionales, estéticos o incluso espirituales. Pero sea como sea, la naturaleza sigue siendo igual un recurso: estomacal o espiritual.

Cuando se habla de preservación, en cambio, se tiene en la mente un paradigma distinto de la relación de los seres humanos con todo lo demás, y del valor que todo lo demás tiene independientemente de su valor para nosotros. Si hubiera que resumirlo en una oración, podría decirse que en el modelo conservacionista quien tiene el peso de la prueba es quien quiere dejar la naturaleza como está, sin intervenciones humanas, mientras que en el modelo preservacionista quien debe justificarse es el que busca explotar el “recurso”.

Esta dualidad entre conservación y preservación es, como muchos han criticado, una dualidad occidental que sin embargo no se entiende en otras culturas y cosmovisiones, donde la división misma entre seres humanos y todo lo demás es un artificio en el mejor de los casos impreciso y en el peor de los casos, dañino. Como la ecóloga de raíces Potawatomi Robin Wall Kimmerer repite incansablemente en su libro “Una trenza de hierba sagrada”, en su cultura y en muchas más las personas humanas se comportan como iguales entre otras personas animales, vegetales, rocosas, fluviales. Desde esta perspectiva, la naturaleza es todo, con nosotros incluidos, y protegerla es como proteger a nuestro hermano, a nuestra tía, a nuestros hijos e hijas. Aunque muchas veces hablamos de protección en conexión con discursos conservacionistas y preservacionistas, podría decirse que el significado más genuino de protección es este último, donde se protege lo que se quiere, lo que se sabe necesario para llevar una buena vida pero que al mismo tiempo se reconoce como teniendo su propia buena vida, independiente de nuestra existencia. La protección es además un concepto integral, que no funciona poniendo límites. Cuando de verdad queremos proteger algo, resulta obvio que no basta con la protección in situ. Para proteger debemos poner tanta atención en el objeto/sujeto protegido como en lo que lo rodea. Las líneas fronterizas pierden su sentido cuando lo que se busca es realmente la protección del medio ambiente/naturaleza o como quiera llamársele. Pero esto es tema de otra columna, en la cual una de las preguntas es si es posible para un país, por ejemplo, proteger efectivamente su naturaleza sin preocuparse de las de los demás, y sin que los demás se preocupen de la suya.