Necrológicas

Gabriel Lafond

Por Jorge Abasolo Jueves 28 de Marzo del 2024

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Entre mis hobbies está el de juntar libros escritos por extranjeros y la impresión que les ha dejado Chile en su estadía por estas zarandeadas y enjutas tierras.

Hernán Millas (que me hizo en vida un honor con su amistad) me regaló “Viaje a Chile”, de Gabriel Lafond, un libro tan escaso como turista cubano, pero jugoso en grado superlativo.

Este franchute asomó su nariz por Chile allá por el año 1824 y en su bitácora anotó cuanta cosa capturaba su curiosidad. Le encantó nuestro clima, que encontró templado y al que le dedicó palabras campanudas. Añadió que nuestras tierras eran ideales para incluir todos los cultivos de la mismísima Europa. ¿Dónde estaba la falla, a juicio de don Gabriel? En una agricultura atrasada y antediluviana, donde las viñas no se podaban nunca. Del trigo, señaló que no se empleaba otro medio para extraer el grano que moliendo espigas bajo las patas de los caballos. Como don Gabriel era educado, sólo deja entrever que nuestros agricultores tenían tan poca imaginación que a veces se les olvidaba hasta la receta del ulpo.

En su estadía en Valparaíso le llamó la atención el barrio El Almendral y cito textualmente: “No me explico el significado de la palabra Almendral, que significa plantación de almendros, y yo no he encontrado uno solo de estos árboles en Valparaíso ni sus alrededores”. Y bueno, este franchute no imaginaba que somos un país de invenciones. Menos mal que no alcanzó a conocer el escudo nacional actual, que incluye un cóndor y un huemul. Encontrar un cóndor en Chile es facultad privativa de los andinistas; y el huemul -como los radicales, los afiladores de cuchillos, los estiradores de sommieres y los políticos honestos- son seres en franca extinción.

A juicio de don Gabriel, el desarrollo y adelanto del Chile de entonces, se debió a la labor infatigable de don Ambrosio O’Higgins, de quien no escatima elogios, aunque de su hijo no piensa parecido.

Don Gabriel Lafond contaba con sólo 20 años de edad, y era caballero a cabal, razón que le hizo visitar a cuanta familia patricia había por estas latitudes. Cierto día, comiendo en la ciudad de Quintero con ciertos comerciantes encopetados -en cuya mesa se encontraba nada menos que Lord Thomas Cochrane- llamó su atención el lujo de la cristalería y las piezas de plata que acostumbran a utilizar los ingleses residentes en nuestro país.

Don Gabriel hizo harta vida social en Chile, y en un malón le presentaron a monseñor Ferreti, un italiano de paso en Valparaíso. Al despedirse, este curita lo abrazó y le dijo:

– En cualquier lugar, en cualquiera posición que me encuentre, cuente con mi constante amistad.

¡Jamás pensó este franchute que más tarde monseñor Ferreti llegaría a ser conocido como el Papa Pío Nono!

Pero fue la ciudad de Quillota la que lo marcó a fuego. “Nada es más fácil en Quillota que organizar una fiesta o un baile”, dice en el libro. Allí conoció a mujeres que hacían de todo, y hasta se anduvo enamorando de doña Gertrudis, una mujer de vida ligera (casi corriendo) a la que apodaban “La Jabalina”. Era flaca y lanzada.

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